Ref: puesto el 18/8/99 0:01
Y la luna se escondió, dejándo en mi un reflejo de sus manos.y un destello de su voz.
Ref: puesto el 18/8/99 0:48

Quiero ser el rumor de tu sonrisa
el aroma de tu piel...de tu cabello
Quiero cruzar el aire hasta tus mares
despojados de anhelos y de llanto
Llevarte en sueños al vacío
de tu mirada triste de nostalgias
tenerte junto a mí...aquí en mi entorno
...que mis manos acaricien tu fragancia.
Quiero...
¡Dios...! no sé que quiero de tu vida
quizá ser parte del recuerdo de tu alma...

****Tamara.
Ref: Sigfrido puesto el 18/8/99 1:08
Buenas noches, literarios.
Ref: yoi puesto el 18/8/99 12:10
¡¡¡ Buenos Días !!!!
A ver si hoy, poco a poco, empiezo la guardia en el parque, y además me voy poniendo al día .....
Ref: Para todos puesto el 18/8/99 12:21
UN VIAJE DE BODA


Llego, leo lo atrasado y resulta que Pálpito, duende y ¡hasta el nuevo matrimonio! se me han adelantado. Bueno, tengo disculpa. La juventud se recupera antes de los excesos:-DDDD

El lunes en Madrid, aunque me tocó dormir en el sofá y aunque mis hijas, mi hermana, mi cuñado, mi sobrino y las perras estuvieron pululando, desayunando y hablando en el cuarto de estar (bueno, las perras solamente ladraron), Arga abrió el ojo a eso de la una del mediodía, sin haberse enterado de tanto trasiego. A eso se le llama sueño reparador, jeje. Y eso que a mí no me parecía que estaba cansada... He disfrutado tanto en estos días...

Y es que la cosa ya empezó con sorpresa: Pálpito y Duende habían quedado a comer en casa de Sócrates, y yo sin saberlo...Agradable almuerzo (¿o era merienda?;-)) por las viandas y, sobre todo, por la compañía tan estupenda.

Así que, a pesar de la panzada de kilómetros que llevaban mis compañeras, y después de haber tenido que encontrarme en el culo del mundo, que, como todo el mundo sabe, está en la calle PABLO Sarasate (ya veis, ni Pedro ni Juan;-) de Madrid, el asunto no podía haber empezado mejor.

Las malas lenguas dicen que llegamos a Coria sin ayuda pero, para ser más exactas, deberían de decir CASI sin ayuda. ¿Acaso no recuerdan la cara hirsuta de quien nos dio amablemente el último empujoncillo para poder llegar al hotel sin más contratiempos?;-DDD

Enseguida contactamos con la novia (por cierto, todavía es más guapa en persona que en fotos, que ya es decir, y añado que habla tal y como escribe -¿o debería decir que escribe como habla?-, de tan natural y simpática que es.

- A ver, a ver, tú eres Pálpito y tú Arga, ¿a que sí?

- Justo al revés, Cris.

Y, ante la atenta mirada de Amara, pensé, como me ha ocurrido en otras ocasiones, que las fotos son un mal medio para conocer visualmente a las personas.

¿Y qué más voy a contar, si todavía estoy asimilando muchos aspectos del encuentro?:

Calor físico, sol de justicia, luz a raudales, búsqueda de aguas refrescantes, de cascadas demasiado ocultas, paisajes amodorrados, encinas, vacas, caballos y cigüeñas, muchas cigüeñas; ¡ah! y los mosquitos...también aletargados, supongo yo, por el calor, ya que salimos prácticamente indemnes. Algo tendría que ver, también nuestra capacidad brujeril de concentración:

- No os preocupéis: no hay más que concentrarse un poquillo e imaginarse que tenemos una coraza mosquiteril. No te agobies, Pal, ya verás cómo funciona.

- ¡Anda ya!, ¿Lo dices en serio?

El caso es que funcionó prácticamente al 100%. Lo siento por Dajo, que pensó que era su aparato el que tenía poderes;-DDD.

Y calor humano, cómplice, amistoso, cariñoso. Confieso que, ante la posibilidad de que hubiera dos habitaciones en el hotel, mi timidez congénita me pedía ser yo la que me quedase sola. Al fin y al cabo, mis compañeras ya se conocían y no quería sentirme intrusa. Me alegro infinitamente de que no haya sido así. He sentido como si os conociera de toda la vida. Gracias, Pál. Gracias, duende.

- Podíamos comprar unas peritas y unos melocotones, y así ir a buscar cuanto antes un sitio para bañarnos....- dijo la duendecilla tímidamente en una plaza de Hervás-

Pálpito-escorpiona pareció leer el pensamiento de Arga-escorpiona, saliendo rápidamente en su ayuda:

- A estas horas, lo que se tercia es comer como dios manda. - El caso es que yo he visto un lugar en el que decía que había migas, ¿No os apetece probarlas?- terció entusiasmada Arga.

Dos a una...pero seguro que duende no se arrepintió, a pesar de que una vez instaladas en el restaurante, de migas, ná de ná. Bueno, unas poquitas y recalentadas, pero eso sí, el rosado estaba divino...y los embutidos, y el gazpacho, y el queso y...café, mucho café, que había que contrarrestar los efectos del alcohol, no en vano, nos quedaban muchos kilómetros por delante (aunque eso no lo sabíamos todavía) en busca de la cascada perdida;-)

Larguísima sobremesa si la cuento en tiempo real, porque en mi tiempo fue muy corta por lo intensa y agradable.

Y llegó la hora del baño, la de volver, la hora de los chistes y la de recordar los chistes, y los comentarios, con duende ya dormida en algo que si fuera confortable, se le podría llamar cama;-)

Y llegó también el día señalado, con nuevos encuentros, risas, brindis por los ausentes y presentes, niñas encantadoras, lo mismo que sus padres, Dajo obsesionado con dormir, peluquería, cárcel, calor, siesta (menos Dajo, claro;-), Pálpito estethicien, y duende que se deja hacer, mientras Arga piensa que a ella no hay quien le arregle la jeta que dios le ha dado:-DDD; Y un novio tranquilo esperando, y una novia bellísima que llega y el órgano de la catedral, y por fin que se casan, y la hora de intentar salir de las callejuelas con el Toledo nuevo, y Dajo que se pone lívido (bueno, eso me lo imagino, que la calle estaba oscura) de pensar en el roce del coche con las infinitas esquinas que se nos iban apareciendo. ¡Sano y salvo!, al fin, llegamos al lugar idílico de la cena....

Y más brindis, bailes, fotos atómicas (¿quién me iba a decir a mí que iba a ser la fotógrafa oficial?), y bailes y conversaciones , y más bailes, y para mí, el momento de la lagrimita llegó cuando la novia cantó para todos en el escenario. Fue un momento bellísimo que no se me olvidará, seguro. Y las miradas del novio a la novia. Ojalá la siga mirando siempre así. Me pareció un encanto de hombre, por lo tranquilo y por lo atento que estuvo con todos, y.... por su mirada (es que una es muy romántica y se fija mucho en esas cosas...¿pasa algo?;-)

Y, para rematarla, pues Marta y Miriam cantando y haciendo bailar a todo el mundo la Macarena....¡a las 6 de la mañana!, ¡Qué niñas!

Y que esto se acaba, despedida rápida, que es muy tarde, y ....bueno, unas pocas horas de descanso y vuelta, con pena de que se acaben estos días y con la alegría de haber tenido la oportunidad de vivirlos.

GRACIAS, CRIS; GRACIAS, ÁNGEL


Arga, todavía emocionada y "aterrizando":-)
Ref: A Proxi puesto el 18/8/99 12:25
Si después del "madrugón", le digo a mi hermana que voy a intentar ver a Proxi, puede que me hubiera desheredado;-); Me tenía que marchar ese mismo día. De ahí que no te llamase. Otra vez será, espero.

Arga
Ref: A Yoi puesto el 18/8/99 12:27
Siento no poder quedarme a hacerte compañía. Empiezo a estar acelerada, con muchas cosas pendientes de poner en orden...¡se me acerca septiembre!:-(

Ref: puesto el 18/8/99 15:03
hola
Ref: puesto el 18/8/99 15:05
hola
Ref: puesto el 18/8/99 16:12
a las 6,15 me pondré el reloj.
Ref: yoi, recordando puesto el 18/8/99 16:48
MIÉRCOLES 18 de agosto, 22:00h: DESCOLGADA DE TELÉFONOS _________________________________ Objetivo: Demostrar la falta de infraestructuras de la compañía para abordar el uso de tantas líneas simultáneamente. Descripción: - Para esta acción recomendamos que no uséis ningún programa, ya que requiere estar atentos a lo que oigamos por el teléfono. - La acción empezará a las 22:00h (hora peninsular). Para sincronizarse en el instante que debe empezar la acción, sugerimos escuchar los pitidos horarios de Radio Nacional (emisora sintonizable desde toda España). - Una vez sean las 22h, procederemos a descolgar el teléfono hasta que oigamos línea. Immediatamente después de oir el sonido de línea, colgaremos con el dedo, no hace falta colgar todo el auricular) y volveremos a descolgar hasta que volvamos a oir linea, y así sucesivamente. - No debemos dejar descolgado mucho tiempo: en el justo momento de oir el pitido, colgamos y volvemos a descolgar. - Si teneis alguna duda o problema preguntadnos. - Al cabo de haber descolgado unas 10 veces, perderéis la línea: al descolgar oireis el silencio. ¡Enhorabuena! Eso significa que lo estáis haciendo bien. Teneis que seguir haciéndolo aún sin oir línea, dado que al cabo de unos minutos se os devolverá de nuevo el tono y podréis continuar. - Esta acción es en realidad una simulación de lo que pasa en Nochevieja:todo el mundo descuelga el teléfono para llamar, y resulta que no hay línea.Eso demuestra que Telefónica no tiene suficientes medios para abarcar esa "demanda de línea" simultánea. - Recordamos que hay que colgar y descolgar el teléfono contínuamente. Hay que repetir esta acción hasta aproximadamente las 22:15h (si quereis estar más tiempo, por supuesto que podeis :-) __________________________________________________ ACABAN LAS INSTRUCCIONES __________________________________________________ Por favor, difundid el mensaje entre cuanta mas gente podais. Plataforma Internauta pi@mundomail.net http://plataforma.hypermart.net
Ref: Blue Moon puesto el 18/8/99 17:33
Luna tan llena de tu amor que eclipsa al sol durante el día.
Te amo.
:-*-:
Ref: puesto el 18/8/99 17:42
Si fuera despertador sonaría fuerte.
Pero solo soy un mal imitador
Ref: Lía puesto el 18/8/99 18:22
Si yo fuera árbol, me estremecería de gozo respirando y me bañaría con orgullo en el relente del atardecer. Y al alba dispararía mis ramas hasta el éxtasis, al entrar en la rugosidad de mi porteza el goteo del agua del rocío.

Si yo fuera árbol me plantaría en mi reposo de continuos y perennes paisajes. Y sería yo, como tal árbol, una perspicaz exploradora de las cuatro lejanías de los horizontes.
Y me sentiría percha de las aves migratorias de todos los continentes que quisieran sustentarse en mi ramaje.
Y sería también madre que abre su regazo y su corazón leñoso a los nidos de los pájaros. Gustaría de verlos en su danza matinal, cogidos de las alas, surcando la melodía de sus trinos al aire,espiritus traviesos que bordan arabescos sobre mi cimera de follaje.
Y escudriñaría a las estrellas de encima, las vecinas inquietas y eternas, chispeando sus dardos de luz sobre mis hojas, haciéndolas rilar con reflejos de oro.

Si yo fuera árbol viviría con mis hermanos en un bosque denso y elegante, serio y austero y con ellos cantaría la canción de la tempestad y el millón de versos de la letanía de la Creación.

Pero no nací árbol, sino tan sólo para lanzar palabras.
Ref: Tamara/Arga puesto el 18/8/99 21:34
¡Bien venida doña armonía! :)))
Se te echaba en falta por aquí y...ya veo lo bien que lo pasaste :)))
Y a ver si retomamos la bonita costumbre epistolar (espero que con foto 'bodera' incluída)
Un besazo****)))
Ref: a yoi puesto el 18/8/99 21:38
Jo!!! que cuesta más coincidir contigo que la luna con el sol. Espero no tardar tanto como falta para el próximo eclipse ;))))
Tamara :*)
Ref: Los bonitos colores... puesto el 18/8/99 21:49

del atardecer
hoy se resumen en un solo: gris.
El valle cubierto de una gran manto plomizo.
El océano también.
Amenaza lluvia...dicen
pero yo la recibo como un regalo.
El ascensor del mercurio ha bajado unos pisos...
un suéter...
una merienda viendo una peli...
un preludio de otoño que
aunque lejano aún
se presiente en el aire...
y...miro el lugar donde tantas veces me dijiste que me amabas...
Ahora es la soledad...dulce compañera
quien ocupa ese rincón...

Tamara.
Ref: Fauco puesto el 18/8/99 22:37
LA MUERTE DEL GATO
Con frecuencia lo irreal es mucho más razonable que lo real.
Cabezas de alfiler incandescentes, a eso es a lo que se asemejaban las estrellas desde aquel planeta. Pero jamás volvería a verlas así, al menos no desde la Tierra. Nunca más se acercaría a un lugar tan peligroso. Le habían asegurado que los caza-recompensas no merodeaban por zonas tan alejadas. ¡Nunca más! El transbordador monoplaza se alejaba a máxima potencia, huyendo de las fauces gravitacionales de aquel mundo azul. Wicatt Woo comprobó de nuevo el radar. Estaba fuera de peligro, esos estupidos mercenarios aún no habían conseguido salir de las abigarradas arterias urbanas, repletas de humo, estruendos ensordecedores, locura... lo tienen bien merecido por trabajar desordenadamente; ni siquiera actuaban en beneficio de su grey, sino por su propia gloria y fortuna. ¡Nunca más! Gracias al Papriol Estelar aquel horrible lugar no era el único donde podía recibir ayuda, existían otros. Palpó su bolsillo izquierdo para cerciorarse de que aún era portador de su entrada, su salvación; se quedó de piedra, como si hubiera mirado de frente a una gorgona. Lo había perdido en su vertiginosa huída, perdido para siempre. ¡Nunca más! -Dim boeda flit rae rae -dijo una voz, sin sentimiento alguno, pero con el matiz característico de las malas noticias. Lo habían localizado. Esos estúpidos caza-recompensas no eran tan estúpidos como creía. La primera impresión de Wicatt Woo al ver el enorme crucero fue de incredulidad, la mente, en casos extremos, hace ver cosas que no están ahí. Pero sus controles de navegación reafirmaron su visión. En órbita al satélite de la Tierra descansaba una nave pirata, pertenecía a un antiguo amigo: El capitán Xi. ¡Nunca más! * * * * *  
Ref: Fauco puesto el 18/8/99 22:41
La Muerte del gato (2)
Al principio no le adjudiqué demasiada importancia. Era algo habitual, se podía encontrar arrojado en cualquier lugar. Pero por alguna razón retrocedí y lo observé detenidamente. Tal vez fuera porque mi portentosa imaginación suponía que era algo especial; en realidad tonterías que engendraba mi mente exageradamente influenciada por filmes y novelas de ciencia ficción, que ocupaban la mayoría de mi tiempo libre y me condenaban a vivir en el ostracismo. Pero la razón determinante fue que era un ticket de compra algo distinto a los demás. No era de papel, como era habitual, sino de una mixtura de plástico y celuloide. Me agaché y lo recogí cuidadosamente, como si fuera algo muy valioso y singular. Estaba enroscado, intentado ocultarse del exterior, así que lo extendí y pude leer algo que me sobrecogió: una lista de compra muy extraña, impresa en letras fosforescentes. Un cosquilleó me recorió el cuerpo, una incipiente curiosidad. Puede que fuera un acto mas bien heteróclito, pero decidí dirigirme a la tienda en cuestión, cuya dirección se encontraba en el encabezamiento del ticket. Mi primer impulso fue salir disparado hacia el lugar, pero tres factores entorpecían esta anhelada acción: 1) Los pasillos suburbanos del metro estaban tan concurridos que si decidiera dar rienda suelta a mi encetado deseo un numeroso tropel de viajeros me asediaría hasta acabar con mi persona y, por añadidura, mis restos; 2) Llegaba tarde a mi institución de enseñanza general básica pertinente; 3) No tenía la menor idea de donde se situaba la calle Zánatos. A mi temprana edad eran tres espinosos óbices. Con calma deposité el ticket de compra en un bolsillo de mis pantalones vaqueros y recorrí los intrincados pasillos, hasta vislumbrar la prometida salida. Gracias al invento de la escalera mecánica, en el que se debió colocar algún dispositivo de atracción de masas para que el noventa y nueve por ciento de la muchedumbre optase por subir lenta y congestionadamente prescindiendo, sólo en apariencia, de cualquier esfuerzo físico, pude subir a mis anchas por las desiertas escaleras de inmóbil piedra, sin que nadie ni nada me vedara el paso; al mismo tiempo que practicaba uno de los mejores ejercicios aeróbicos. La primera cortapisa había sido salvada, y la segunda la anulé al momento: decidí realizar los socorridos novillos con el pretexto de que el transporte suburbano se había averiado, hecho harto probable. Miré mi reloj, regalo de familia, y pude averiguar la hora tras una minucioso análisis de la deforme esfera y el estrambótico payaso burlón, que señalaba los desordenados números romanos con sus extremidades superiores, a modo de manecillas. Vaticiné de nuevo que mi alegre conocedor del tiempo iba a ser desmembrado algún día. Eran las nueve menos cuarto, o eso presumía haber descubierto. A las diez me presentaría en la escuela, no había que sobrepasarse con los embustes. Ya en la superficie pregunté a un amable transeúnte donde se situaba el número trece de la calle Zánatos. No sé si me respondió en una lengua extrangera o simplemente me ignoró, lo único que me aportó el individuo fue una demostración empírica de los raros y diversos sonidos guturales que son capaces de emitir los seres humanos. Tuve que interrogar a tres personas más antes de obtener una respuesta coherente. No estaba lejos, asi que escogí utilizar mis jóvenes piernas, de no más de nueve primaveras. En un cuarto de hora estuve recorriendo la calle Zánatos. Intentaba percatarme de los números, precariamente colocados en las paredes exteriores de los edificios, a la vez que esquivaba a los proyectiles humanos que se cernían sobre mí aleteando y bamboleando sendas bolsas, maletas y/u otros objetos que no pude reconocer. También zigzagueaba evitando no zahondar en las antediluvianas zanjas de las obras -gran fortuna la mía de no ser una atractiva fémina- repletas de hombres-topo con el síndrome de Tourette, emanando esas pinceladas aromáticas que perdurarían hasta la eternidad en sus hercúleos cuerpos, leáse: agrio sudor, embutidos varios y ajo. Los excrementos de diversos tamaños, formas y colores, los propios autores de estos artísticos milagros fisiológicos y los flemas de diversa consistencia y homogenidad, cuyos creadores se asemejaban bastante a los primeros, también intentaban cortarme el paso. Y tampoco había que olvidarse de alguna que otra goma de mascar más aglutinante que el mejor de los pegamentos, cuan arma paralizante. El número diecisiete, el quince, el... ¿once? Retrocedí, extrañado. Estaban el quince y el once, pero faltaba el trece. Escudriñé los alrededores, no se observaba ningún letrero que rezara Mundo Técnica, que así se apellidaba la tienda que buscaba. Miré de nuevo mi adorable reloj de pulsera: era tarde, así que lo dejé por imposible. Además era un disparate. Seguro que todo se trataba de una habilidosa operación de marketing, un diseño tan rimbombante para un ticket era una buena idea para atraer clientes. Pero se habían olvidado que igual de importante es la facilidad para encontrar el establecimiento, un letrero más impactante hubiera sido mucho más ventajoso.   Aún no me lo podía creer. Cómo era posible que un simple pedazo de plástico lograra acarrearme tantos quebraderos de cabeza. Y aquí estaba de nuevo. En la calle Zánatos. Por alguna razón, tal vez inconsciente, no podía resistirlo. Aun padeciendo un vidrioso temperamento no me había rendido, era como si algún ser superior dominara mi voluntad con una varilla de virtudes. La curiosidad me corroía por dentro. Nada más salir de la escuela me había dirigido otra vez en busca de la misteriosa tienda. Había llamado a casa desde una cabina telefónica, excusandome por mi tardanza y avisando que no haría acto de presencia para yantar la equilibrada dieta diaria. Alegué que debía hacer un trabajo en casa de un amigo. Después de esquivar hábilmente algunos inconvenientes y asegurar por mi propio honor que me alimentaría correctamente y tendría precaución logré que mis progenitores me dieran su consentimiento. Busqué el número trece más pausadamente, pero no lo hallaba. ¿Cómo era posible? Pensaba que antes no me había percatado de él por las prisas, pero ahora ocurría lo mismo: el número trece no existía. Recorrí toda la manzana buscando algún indicio de la tienda, algún cartel publicitario, algún letrero, alguna bolsa de compra con el logotipo del comercio, otro ticket... Nada. Cruzé la calle, donde se encontraban los números impares. Diez, doce, catorce. ¡Alto! Entre el doce y el catorce había una hendidura, un entrante sombrío en la alineación de las fachadas: un angosto callejón sin salida, de no más de diez pasos de largo y cuatro de ancho. Pavimentado con piedras irregulares, provocando intersticios entre ellas, como unos dientes mal colocados. Incluso gozaba de algún empaste y alguna que otra mella. Eso sin nombrar los desperdicios varios, considerables dosis de sarro, y profundos charcos de perennes sustancias, dignas de ser analizadas en un laboratorio. Las húmedas paredes estaban decoradas con multitud de abigarrados dibujos indelebles, que iban de lo obsceno a lo paranoico. Me adentré en él, y cuál fue mi sorpresa cuando me encontré con el número que buscaba. Al fin, después de tanto zanquear, lo había encontrado. Pero era un error, el trece era impar y debía estar al otro lado de la calle. Bajé la vista del retorcido número de la pared y encontré ante mí una puerta negra, maciza, sin cristales ni ningún vestigio de decoración mas que la densa negrura, que se fundía con la penumbra del callejón. Era como si no quisieran vender, esconderse en el anonimato. Una inspección más detallada me reveló una minúscula inscripción en medio de la puerta, en carácteres góticos, rojos como la grana: MUNDO TÉCNICA. ¡Qué vistoso! Deglutí saliva y me armé de valor para empujar la puerta. Era pesada, como si no deseara abrirse sobre sus goznes, chirriando como la tiza en el encerado de clase, avisándome de que entrara. Pero yo no comprendía el idioma de las puertas. Al penetrar en la tienda un intenso olor me hizo desfallecer unos instantes, era una combinación entre cola, calcetines sucios y madera vieja. Ante mi se alzaban altas estanterías repletas de objetos vetustos y polvorientos. Se podían encontrar cosas tan dispares como cajas de clavos o gramolas en desuso, incluso reconocí un busto de Escipión el Africano, resquebrajado. Entre todo este desbarajuste de cosas inútiles se perfilaba un entrecho y largo pasillo que conducía hacia un grande y contundente mostrador de madera. La puerta de la trastienda se abrió de improviso y de ella surgieron unos ojillos zarcos que se posaron sobre mí con cierta repulsa, seguidos de un enjuto cuerpo ataviado con camisa y pantalones muy ceñidos, ambos negros. Cerré la puerta y toda la barahunda de automóviles, viandantes y demás ruidos propios de una ciudad cosmopolita se desvanecieron, surgiendo un incómodo silencio. Fruncí el entrecejo creando dos surcos verticales que se alzaban desde el extremo interior de cada ceja, mostrando más seriedad y madurez, y me dirigí con aplomo hacia el dependiente, parapetado tras el mostrador. Poco a poco fui vislumbrando sus rasgos: era de pelo largo y canoso, que se desplomaba sobre sus hombros como leche desparramada. Sus ojillos azules se escondían tras unas pobladas cejas negras, eran vidriosos, como la membrana nictitante de las serpientes. Su grueso mostacho ocultaba su boca. Parecía un hombre de avanzada edad, pero no mostraba ninguna arruga en su piel tersa y morena. Al llegar junto al mostrador, el hombre, que no dejaba de contemplarme con su profunda mirada con un mohín, mezcla de interés y desprecio, hizo un leve movimiento de cabeza a modo de saludo. -Buenas tardes -dije en el tono más grave que pude. Me saqué el ticket del bolsillo y lo puse encima del mostrador.- Eh... -¡Bienvenido! -exclamó el dependiente, borrando sus toscos rasgos y esbozando una amplia sonrisa. Retrocedí unos pasos a causa del repentino demudo que presencié. -¿Sí? -fue lo único que logré decir. -Espero que no le haya sido difícil encontrar en lugar. -No -. Estaba paralizado, me trataba como si nos conociéramos de toda la vida. -Por cierto, lleva un camuflaje espléndido. No me lo diga, ¿holografía? Supongo que tendrá prisa, así que vamos. Lo único que podía hacer ante el soliloquio del hombre era asentir sin comprender nada. Se dirigió hacia la trastienda y me susurró que lo siguiera. Lo hice, no sin recelosa cautela. Todo estaba sumido en la más absoluta oscuridad, sólo quebrada por el leve resplandor de los fluorescentes, que se colaba desde la tienda intentando salir victorioso en una lucha desigual. Gracias a esta débil iluminación pude observar una serie de estanterías parecidas a las de antes, armarios viejos y objetos que no llegué a ver con claridad. Al final de la trastienda, el dependiente, abrió uno de los armarios. Era alto y robusto. Dentro de él reinaba una negrura densa, impenetrable; incluso pareció desbordarse e inundar todo el lugar. Yo no dejaba de mirar al hombre sin entender nada, la boca se me estaba secando; pero empezaba a gustarme el asunto, tanto misterio y... ¿Y si era un loco que me quería raptar para satisfacer sus deseos más recónditos? Mi mente dejó estas divagaciones y se centró en un pequeño artilugio que el dependiente sacó de uno de sus bolsillos, era de metal y disponía de varias teclas. Apretó con agilidad una rápida secuencia y entonces ocurrió algo inexplicable. Una brillante luz lechosa emergió del armario cegándome por completo. Su intensidad era fabulosa. Yo dí un sobresalto y mi corazón se disparó. Cuando mis pupilas se habían dilatado lo suficiente como para conseguir ver algo, me percaté de que la luz no provenía del armario, sino de una abertura del tamaño de una puerta que se había formado en la pared interior de este. Mi corazón galopaba como un vaquero del oeste huyendo de un centenar de indios. ¿Qué demonios estaba pasando? El misterioso dependiente se introdujo en el armario y cruzó el umbral de la abertura, acto que imité por inercia. Lo que vi a continuación me dejó atónito. Me encontraba en una amplia habitación adyacente, iluminada por un techo cuya superficie emitía una potente luz blanca. Las paredes poseían estanterías empotradas que, a difrencia de sus hermanas de la tienda, eran de metal negro. Las cosas que sostenían sus anaqueles también tenían algunas claras distinciones de los objetos en venta de antes, eran de metal y sus variadas formas nunca habían sido visto por mis jóvenes ojos. Al final de la habitación, junto a lo que parecía una plataforma circular de color negro se alzaba un hombre alto, de gabardina negra y cabello del mismo color, formando dos montículos idénticos a cada lado de la perfecta y centrada raya. ¿Eran el dependiente y ese hombre un par de proxenetas amantes de la ropa negra? Palidecí visiblemente, efecto que se vio acrecentado gracias a la luz ambiental. Le dejo para que observe el material -me dijo el tendero, caminando hacia el hombre alto. ¿Por qué me llamaría de usted? Me dirigí hacia las estanterías y mientras miraba unos extraños aparatos, fusión entre batidoras de cocina y radios portátiles, pude escuchar una extraña conversación: -Capitán Xi, ¿ha elegido ya? -preguntó el vendedor. -Sí, no quiero nada más, tengo suficiente con el B2 para el componente TAD -contestó el hombre alto, su voz era grave y distorsionada, como surgiera de una radio mal sintonizada. -¿De nuevo el componente TAD? -Sí, debo reponerlo por completo, ha pasado por demasiadas aventuras. Gracias al Papriol Estelar que todavía podemos contar con estos almacenes de repuestos. -Ya somos una especie de reliquia galáctica entre los piratas. Cada vez somos menos, en este sistema creo que soy el único que aún prevalece. -Escuché rumores que en el cinturón de asteroides de uno de estos planetas quedaba uno de los vuestros. -Es casi imposible vivir fuera de una civilización. El teletransportador puede hacer un buen servicio para comprar chatarra, pero los víveres ya es algo más restringido. Ya resulta difícil estar en un planeta como este, no creo que se aguante mucho tiempo en el espacio. El hombre alto emitió una sonora carcajada, más parecida a un grito de dolor. -Tengo entendido que son bastante extraños en este lugar -dijo. -Y además lo están destruyendo todo a una velocidad increíble. Ni siquiera esos malditos Marines Coloniales están interesados en este planeta, con menos esperanza de vida que un Odo en un reactor de fusión. Pronto tendré que trasladar mi negocio si no quiero perecer con ellos. -Cuando quiera salir de aquí no dude en avisarme, se podría enrolar en mi tripulación, con sus contactos y mi nave conseguiríamos ser dignos de mención. -Me lo pensaré, ya soy demasiado viejo para esas aventuras, pero me lo pensaré. Creo que encontrar un planeta habitable por esta zona es más difícil que sobrevivir como un pirata buscado por la Confederación. Tal vez el próximo ciclo, todavía puedo hacer un buen servicio desde aquí.  -Ahora hemos conseguido un cargamento muy valioso de una nave de carga del imperio, más de cien torpedos FF1. Los tengo a buen recaudo en el muelle de atraque de mi nave, en óbita al satélite de este planeta. -Vaya, esos torpedos son muy poderosos, es un excelente motín. Pude ver al dependiente que sacaba un artilugio, introducía una tarjeta azul y pulsaba una serie de teclas. El artilugio ronroneó y escupió la tarjeta azul y un recibo, igual al que había encontardo en el metro, por sendas ranuras. -La transacción ha sido efectuada con éxito en mi cuenta -anunció el tendero entregando la tarjeta y el recibo al hombre alto. -Espero que con mis créditos pueda adquirir nuevas piezas. -En cuanto usted se vaya activaré la teletransportación para recibir un nuevo pedido. -No le entretengo más, ya que parece tener otro cliente. Me sentí aludido y mi temblor de piernas aumentó, acompañado de un molesto trasudor. Se me había helado la sangre al escuchar tal conversación, pero se me congeló y se hizo trizas cuando presencié, en la borrosa periferia de mi visión, como el hombre alto subía a la plataforma circular, antes mencionada, y se desvanecía tras un leve zumbido en una destelleante luz violeta. Quise gritar, salir corriendo de allí. Pero el terror y el asombro me paralizaban. Inmediatamente una luz roja, ubicada en el techo resplandeciente, comenzó a parpadear. -Vaya -me dijo el dependiente-, hoy tengo un día agitado. Ya hablaremos luego, me espera otro cliente. El tendero apretó una tecla oculta tras un panel adosado en la pared y la puerta por donde habíamos entrado se deslizó lateralmente con un ligero siseo, similar al de una serpiente. Se fue, y tras él la puerta se volvió a cerrar. Me sacudí visiblemente para volver a la realidad. Y allí estaba yo, en un almacén de repuestos para naves estelares, según había escuchado. Ante mí se había producido el milagro que había visto en decenas de películas y leído en cientos de libros: la teletransportación. Si alguien me lo hubiera contado me hubiera barrenado la sien con el dedo índice, incrédulo. El ticket que había encontrado, además de ser un comprobante de compra, era una especie de pase, de carnet, para penetrar en la oculta tienda. Pero a pesar de toda la influencia de la ciencia ficción que albergaba mi mente aún persistían algunas briznas de razón y lógica, minúsculas pero tan llamativas como una mosca en un vaso de agua. Lo que acababa de oír y ver no podía ser posible, estaba soñando. Me pellizqué fuertemente el dorso de la mano. No era un sueño. Pues entonces el dependiente estaba loco y había montado toda esta parafernalia a saber con que propósito, con unos efectos especiales dignos de la ILM. Mi único consuelo era que todo fuese una alucinación producida por alguna sustancia psicotrópica que alguien hubiera diluído en la leche de aquella mañana. Mi mente estaba confundida, no podía pensar con claridad. Me acerqué a la plataforma circular que, hipotéticamente, había hecho desaparecer al hombre espigado vestido de negro. Agarrar la ocasión por los pelos, esa era la expresión idónea para ese momento. Si todo era verdad no debía dejar pasar este momento. Cuando se aparecía la diosa latina Ocassio, diosa de la oportunidad, una mujer calva por detrás y con sólo un mechón de cabello en su frente, había que coger su cabello para no dejarla escapar, antes de que se diera la vuelta. Esa plataforma era esa diosa, y cuando volviese el dependiente se daría la vuelta. Subí al teletransportador.
Mañana mas
Ref: De Mackay a Lía puesto el 18/8/99 23:51
Si fuese capaz de hilar las palabras suficientes, trataría de no estar tan alejado del parque...

(Preciosos todos tus "Si yo fuera...")
Un saludo.
Ref: De Mackay a TODOS puesto el 18/8/99 23:51
Por cierto, aún no he leído las crónicas de la boda, pero lo haré (je, je, je)...
Ref: puesto el 18/8/99 23:55



######### LEGALIZACION DE LA MARIHUANA YA #########