Ref: Proxi al parque puesto el 26/2/99 0:01
Mi escuela se abrió, como tantas cosas en este bendito país, con un año de retraso y por supuesto sin acabar. Ahora que empezamos la segunda parte del curso ya podemos disfrutar casi al completo de todas las instalaciones. Nos han quitado la máquina dispensadora de café y ha abierto la cafetería: esto va tomando ambiente y es uno de los lugares más visitados. Este es el ambiente que me atrae y por el cual he vuelto a aparecer por aquí, a pesar de que casi todos son de un joven que roza la inconstitucionalidad y tambien a pesar de que los profesores tienen su bar aparte, lo que se encuentra de frente con el espiritu que debiera tener un centro universitario.
Y la cafetería de mi escuela es "de diseño". Una gran cristalera desde el suelo hasta el techo y de pared a pared, nos acerca al exterior: al otro lado mesas de obra y bancadas corridas nos recibirán cuando llueva menos y temple un poco. Las paredes de ladrillo pintado de blanco sin ocultar su textura, el techo, un enrejado de madera tan blanco como aquellas. Mesas largas y esbeltas reciben a sus lados sillas laminadas que llevan el apellido de un arquitecto que yo olvidé algun día. Lamparas que recuerdan a las de los antiguos billares, cuelgan encima de las mesas para entregarnos una luz cálida. Hay mucho movimiento, no es época de estudio la semana despues de los exámenes y aun así hay grupillos de gente haciendo problemas entre las risotadas de los que juegan al mus. Muchos ojos abiertos, muchas sonrisas cómplices y algún periódico en manos de alguien tan desubicado como yo.
Cada vez que miro al suelo, la pelicula de mi vida pasa veloz entre mí. Un suelo marrón, natural, recubre toda la extensión del edificio. Un pavimento producto de la revolución industrial compuesto por yute, serrin de corcho y aceite de linaza, y que ahora se redescubre. Aun conservo cuadernos de mi abuelo en los que anotaba los pedidos a la casa Perry o Nairn y que le exigía muchos números para calcular las libras, chelines y peniques, las yardas y pies, para vender luego aquí en pesetas y duros y metros cuadrados. Mi abuelo, el que ha protagonizado algún escrito mío en esta página, traía este suelo desde Escocia y lo vendía por aquí a principios de este siglo que está a punto de acabar. Miro al suelo e imagino a ese visionario que no conocí y llego a sentir el olor de esos rollos que aun se apiñan en el sótano de la casa donde viví y trabajé muchos años. Y el color marrón (número 104) tan tradicional, que aun está en casa de mi tía y que vi y que instalé por tantos lugares y que muchos niños usan para vaciar imágenes en las clases de artes plásticas, me lleva a la vieja telefónica de la Gran Vía y me recuerda las fábricas abiertas y cerradas y los desastres por confiar en materiales que "no son de estos tiempos" y en el fondo me río satisfecho por haber mantenido una filosofía de trabajo aunque casi haya muerto en el intento

***Próxi, aspirando fuerte
Ref: Proxi al parque puesto el 26/2/99 9:01
Buenos días:
La noche fue desapacible en el parque con la tierra mojada. Nadie pasó por aqui. Pero tras la noche solitaria han despertado mas flores de los almendros, pero el que vigila mis cafés al alba aun mantiene los botones prietos y el blanco oculto, para brillar antes del amor.

Proxi, con la cara lavá
Ref: De SOCRATES puesto el 26/2/99 9:10
Hoy terminaré el maldito recurso, seguro... es el último día para presentarlo... :)
Ref: Ráscame la espalda puesto el 26/2/99 9:31
-. La situación es la siguiente.- Antonio llevó la voz cantante del grupo exponiendo las intenciones por las que los había reunido allí. -. Joaquín y yo bajaremos él... bajaremos el bulto del comedor por el ascensor, y Roberto... - Al referirse a este, sus ojos se llenaron de desprecio al pensar en como había sido capaz de pegarle a su amiga Carmen.-. Tu nos indicarás el camino hacía la fábrica en la que trabajas, y nos franquearás la entrada al almacén en el que se guarda el ácido.- El transportista dio un respingo en su silla.

-. ¿Acido?... ¿De que va todo esto, Antonio?.- El aludido le miró furibundo.

-. Verás Joaquín, va de que sí no haces lo que te digo, te meto una bala en los huevos y te dejo desangrar en medio de algún callejón desierto. ¿Lo has comprendido?.-

El Transportista guardó silencio y bajó los ojos mirándose las manos fijamente. Antonio se encaró con Roberto.- ¿Tienes tú algo que objetar?.- Roberto le miró asustado y negó con la cabeza. Vaya amigos tenía Carmencita, aunque bien mirado, no sabía si prefería al tal Antonio, o a su jefe, un cincuentón sádico que siempre le miraba con ojos lujuriosos. Sabía por un compañero, que el último mozo que entró a trabajar en la fábrica fue despedido por negarse a prestarle su cuerpo al jefe. Este último, quería gozar del chico bien parecido y menor de edad, pero el padre del muchacho resultó ser un ex boxeador con muy mala leche. Así que cuando se enteró por su hijo de las intenciones del jefe de la empresa química, se plantó en su despacho y no salió de allí hasta que consiguió un despido en toda regla, con indemnización incluida, tras darle un par de guantazos al maldito imbécil. En la empresa todo el mundo envidiaba al ex boxeador por haber tenido el inmenso placer de hincharle los morros a semejante desaprensivo. Pero la cosa no trascendió de ahí, y a los pocos días, ese depravado ya había contratado a un nuevo mozo que cumplió con sus deseos. La secretaria de dirección le había comentado a Roberto que el jefe le había pedido un curriculum completo del nuevo mozo, sobretodo le interesaba saber si alguno de sus familiares se dedicaba al boxeo o a algún otro tipo de lucha. Al comprobar que no era así, le contrató de inmediato.

-. Vosotras dos, os quedareis aquí hasta que regresemos.- Dijo Antonio tajante. Carmen le miró desconsolada.

-. ¡ Ah no!.- exclamó en uno de sus famosos grititos.- Eso ni lo pienses. Nosotras venimos contigo.- Antonio empezó a protestar pero ninguno de sus motivos hicieron mella en las dos mujeres que le miraban impasibles. - Está decidido, Antonio. Venimos con vosotros.- Paulina se puso el abrigo de paño y cogió el monedero. No le gustaba salir a la calle sin él. Carmen la imitó abrigándose con el suyo de piel de conejo y poniéndose junto a la puerta. - ¿no vamos ya?.- Antonio se encogió de hombros, y seguido del transportista, se encaminó al comedor para recoger el sillón.

Les costaba entrar el sofá en la cabina del ascensor. Joaquín y Antonio sudaron la gota gorda hasta que Roberto se decidió a ayudarles. Finalmente, decidieron bajarlo por las escaleras los seis pisos y el entresuelo que les distanciaba de la portería. Entre trompicones y rascadas en las manos y en las piernas, lograron descender penosamente hasta la planta baja. Allí les esperaban Carmen y Paulina charlando animadamente sobre un producto nuevo de limpieza que habían anunciado en la televisión con unos resultados sorprendentes. Joaquín abrió la furgoneta e introdujeron el sofá en la parte posterior, mientras las dos mujeres se acomodaban al lado del asiento del conductor, Antonio y Roberto lo hacían junto al sofá. Joaquín se puso al volante y emprendió la marcha rumbo a la fábrica.

Por el camino ninguno abrió la boca, todos iban sumidos en sus propios pensamientos escuchando el cassette de Los del Río y su "Macarena", más allá de lo que los tímpanos permitían. Joaquín disfrutaba castigándose el oído, el propio y el ajeno, hasta que Antonio apagó la radio por considerar que no era el momento adecuado. Al fin y al cabo aquello no era otra cosa que un funeral, aunque se hubiese omitido a las plañideras y al duelo. ¿Pero a quién le importaba la muerte de su cuñado?. Su hermana Paulina estaba más fresca que una rosa, como si le hubiesen quitado un peso de encima, y él mismo sentía alegría por ella ya que nunca más volvería a recibir paliza alguna de manos de Paulino. No tenían hijos ni parientes que pudieran echar de menos a semejante animal... ¿Qué más se podía pedir?. La muy tonta de Paulina, había hablado de entregarse a la policía, pero entre Carmen y él mismo la hicieron desistir de semejante estupidez. ¿Acaso no había cumplido una condena durante veinticinco años junto a su marido, soportando sus palizas?. ¿Acaso no había estado encarcelada entre las cuatro paredes de su casa, esclava silenciosa de aquel mejadero?... Paulina dijo que no sentía la muerte de su marido pero que la ley castigaba el asesinato, por lo que ella estaba dispuesta a pagar a la sociedad el haberle privado de su presencia. Pero Carmen le hizo ver que ese acto no era punible, muy al contrario. La sociedad tendría que agradecerle a Paulina que Paulino, su marido, no llegase a viejo. Eso tendría fuertes ventajas para el estado, el cual, a parte de ahorrarse los costes de un juicio en el que ella sería encarcelada con el consiguiente gasto de mantener a una presa más entre rejas; también suprimiría una pensión de vejez, siendo esta sustituida, cuando transcurrieran los años determinados por la ley, por una mucho más módica, la de viudedad. Así Paulina sintió que la vida podía sonreírle después de su martirio matrimonial, y aun bajo los efectos de una libertad que no acababa de creerse, se sintió por primera vez en muchos años, sino feliz, sí tranquila.

Continuará...


Áuca
Ref: puesto el 26/2/99 9:31
Te espero
Ref: puesto el 26/2/99 12:38
Estás?. Te espero
Ref: puesto el 26/2/99 12:44
Sigo por aqui
Ref: puesto el 26/2/99 13:03
Entra. Antes no estaba
Ref: De Mackay a IBAI puesto el 26/2/99 14:38
Estaba bajándome las páginas, para ponerme al día y me encuentro con ese hermoso texto de Poincaré. Y además, lo firma una futura científica. Así que no he podido resistirme a decirte unas palabras (corriendo, que ahora es muy cara la red).
Espero que sigas escribiendo en estas páginas. De parte de un físico al que no le dejan ser científico.
Hasta pronto.
Ref: De Mackay a IBAI puesto el 26/2/99 14:40
Por cierto, estoy muy de acuerdo con esas frases de Poincaré
Ref: La Suerte puesto el 26/2/99 16:45
-. Deme un número, por favor. Este que está a la derecha de su mano, justo en la ventana... Ese mismo.- El viejecillo miraba ansioso el número terminado en sesenta y nueve que el ciego no atinaba a cortar. Llevaba el dinero en un viejo monedero de caballero de piel, de un marrón descolorido por el uso, y del que no atinaba a sacar el importe exacto que el ciego le reclamaba.

-. Doscientas cincuenta.- Le repitió por tercera vez el hombre palpando la chapa en la que esperaba encontrar el importe requerido. Finalmente el viejo depositó el dinero y recogió el billete que se guardó de inmediato en su bolsillo derecho del pantalón. -. ¿ Dónde está el otro vendedor habitual, el que fuma puros?.- Le preguntó antes de marcharse. El vendedor de la ONCE, se encogió de hombros.

-. Soy nuevo en este oficio y desconozco donde ha ido a parar mi antecesor.-

Miraba la escena en un segundo plano esperando a que el buen hombre se decidiera a despegarse de la ventanilla en la que yo pretendía comprar un par de números.

-. ¡Qué pena que no sepa decirme nada de él!. Llevó comprándole números desde hace siete años, y no sabía que ya no estaba en este puesto. Ni siquiera me lo avisó.- El viejo estaba francamente apenado.

-. Señor.- le toqué el brazo para que me prestara atención. Durante su charla con el vendedor de boletos, me había dado cuenta de que alzaba mucho la voz e imaginé que estaba sordo como una campana.

-. El señor del puro está en el quiosco de la esquina. Se ha cambiado de lugar, pero sigue en el barrio.- El hombre cambió la expresión de pesadumbre por la de felicidad más absoluta.

-. ¿ En que esquina dice que está?.- Se lo indiqué pacientemente. Mientras le daba todas las explicaciones oportunas, volvió a sacar el monedero y el boleto recién comprado. -. Es usted muy amable, joven.- Me sonreí ante aquel piropo.

Se giró nuevamente al vendedor de números, y le dijo:

-. Perdóneme, pero esta muchacha me acaba de informar que mi surtidor habitual de suerte está en el quiosco de enfrente. Así que si no es mucho pedir, hágame el favor de devolverme el dinero y yo le devuelvo el número. -

El vendedor masculló unas palabras inteligibles, pero hizo lo que el buen hombre le pedía. Me sentí francamente avergonzada por la información que le había dado, ya que por mi culpa, el viejo, había desistido de la compra del boleto en aquel puesto concreto. -. Perdone, señor.- Le abordé nuevamente.- ¿ por qué quiere comprar su boleto al señor del puro?. ¿ No le da lo mismo mientras toque?.- El hombrecillo se ajustó la boina que llevaba puesta, y me miró sonriente.

-. Vera, Señorita, en estos siete años, me ha tocado el gordo de los viernes una vez, tres, el de mitad de semana, y cada día, me devuelven el dinero.- Le miré incrédula, puesto que yo siempre le había comprado el número al señor del puro y jamás me habían, ni siquiera ,devuelto el dinero.

-.¡ Eso si que es tener suerte!.- Exclamé sin salir de mi asombro.

-. ¿ Pero está convencido de que la suerte no la lleva usted consigo?.- El viejecito se encogió de hombros.

-. No lo se, señorita, pero sea como fuere, por nada del mundo voy a cambiar de vendedor de cupones mientras el señor del puro siga trabajando.-

Fue un impulso, pero decidí acompañarlo hasta el quiosco de su vendedor preferido y compré el mismo número que el buen señor adquirió. Curiosamente, tampoco me tocó nada de nada, ni siquiera me devolvieron el dinero. El cuponazo lo repartió el ciego que había adquirido el quiosco del señor del puro.

@@@Pálpito @@@
Ref: Para un Halcón peregrino puesto el 26/2/99 16:45
Esperar el silencio nocturno
y despertar en la noche sin rumbo,
sin presagios ni infortunios,
sólo silencio...

Aprender del silencio,
en él te escucho.

Tu voz se apodera de mis sentidos
y puedo imaginar tus gestos
que hacen que en cada uno de ellos
vea tu rostro bien definido.

A veces, la sonrisa abierta,
otras, una arruga en la frente
o una mueca de tristeza
surcándote regiamente.

A veces, los ojos chicos,
otras, dos lámparas ardientes,
que le cantan a la luna llena
canciones de amor insistentes .

Incluso el silencio
permite que vea tus manos

Unas veces quietas,
aferrando un cigarro
entre los bellos dedos.
Otras, dibujando en el aire
estrellas de coral que me lanzas
desde la piedra que te sostiene.

A veces, tus dedos
recorren mi piel en silencio.
No necesitan hacerse eco
del más leve ruido,
conociendo cada matiz de mi cuerpo
arqueas con dulces caricias
cada milímetro
de mis más íntimos secretos.

En el silencio de este momento
en el que no existe ni espacio, ni tiempo,
aquí estás ahora conmigo
para escuchar de mis labios
dos palabras sencillas,
para escuchar de mi alma
simplemente que te quiero.

Una Orquídea
Ref: SOCRATES p/AUCA puesto el 26/2/99 18:18
Esto va in "crescendo"... Novela negra de la buena... :))
Ref: De SOCRATES puesto el 26/2/99 18:23
Obviamente terminé el recurso, uf!!

¿Me permitís transcribir el último párrafo? Aunque sea para consolarme de las interminables horas de estudio y redacción toda esta semana...

"Creemos que estas conductas merecen el reproche que la ley penal contempla, por el daño social que producen, por la mentalidad de sus autores, que mañana se verán animados a repetir la operación si se hace preciso, a la vista de su resultado. Y no solamente por el grave perjuicio ocasionado, sino también por la burla e insulto a la inteligencia de esta parte que tan grotesca artimaña ha pretendido. Por ello es preciso y es de justicia restablecer el orden jurídico quebrantado, modificando esta frágil sentencia, a fin de que peche cada cual con las consecuencias de sus actos. "

¡Jodíos chorizos de guante blanco!
Ref: JOSCRIPT A MACKAY puesto el 26/2/99 18:25
Gracias MACK. Me pasaré un detector por si acaso.