El ascensor subía renqueante con sordos ruídos metálicos que
provenían de sus ya caducos engranajes.Me miraba en el amplio
espejo con ojos críticos ante la imagen que me devolvía la brillante
superficie azogada.No podía menos que sentirme satisfecha de
ver a la atractiva mujer que me contemplaba con igual mirada
de atenta observación.Comprendía que mi aspecto físico era el
principal motivo que hacía despertar esa hostil envidia, no siempre disimulada,
en las mujeres que de una u otra forma se relacionaban conmigo.
Aunque era molesto ser objeto de esa constante crítica malévola,
también existía en la causa que la motivaba un motivo de orgullo
y satisfacción.Me sabía deseada por los hombres a los que siempre
conseguía poner nerviosos pues nunca llegaban a comprender mis intenciones,
ni la forma en que debían tratarme, pues les era cada vez más obvio que
ellos no me influenciaban ni con sus actos de solapada conquista en unos,
ni los de aparente indiferencias de otros que intentaban despertar así
una admiración hacia ellos que estaban seguros era difícil conseguir por parte de una mujer a la
que consideraban de difícil rendición a sus embates.Me divertía ver cómo nunca acertaban
con la táctica adecuada en sus deseos de despertar en mí una atracción
hacia ellos, misión casi imposible ante sus contínuos fracasos en los que el machismo trasnochado
era la tónica general de sus egos exorbitantes.En el momento en
que estaba más absorta en la autocontemplación, se paró el ascensor en el
piso segundo y un joven treintañero, alto, con gafas y un chaquetón de cuadros
rojos se introdujo en la cabina, no sin antes decir un tímido "buenas noches".
Se le notaba la turbación que sentía al ir acompañado por una mujer en aquella soledad
del pequeño recinto acristalado en altas horas de la noche, que daba a la situación la
extraña intimidad que proporciona la noche y sus soledades a cualquier encuentro inesperado.
Él sentía el cálido perfume que se desprendía de mí, auténtico misil en la línea de flotación
del mejor y más potente acorazado ante la seducción femenina, como podía ser aquel joven vecino
del que sólo sabía que vivía en la planta superior a la mía, esforzado opositor a un alto puesto
en la Administración, y que ahora trataba de disimular su creciente tensión al notar mi proximidad y
olorosa presencia, mirando fijamente al cuadro de botones del ascensor, como si con ello
intentara acallar un nerviosismo que cada vez se le hacía más patente en la rigidez que
mantenía en cada uno de sus músculos.Sabedora del efecto que mi presencia producía en aquel
joven tímido y serio, en cuyo peinado con raya a un lado y gafas de redondos cristales con
montura de pasta, se leía el carácter metódico y esforzado de quien no se permite la menor
falta a su propio autocontrol, ni cualquier gesto de debilidad humana que demostrara al hombre
que había bajo su gris apariencia de eterno opositor, me divertía ante aquella turbación de quien
sentía iguales impulsos que cualquier hombre sano ante la presencia de una atractiva mujer que,
además de oler a rosas tenía en esos instantes un lucecita de divertida ironía en sus ojos, que
parecía aún más poner a prueba los nervios de quien quiere aparentar una naturaleza fría y poco dada
a las llamadas de la líbido.Me divertía sobremanera aquella extraña situación, rodeados por el silencio
del edificio en el que todos sus habitantes parecían estar abandonados al descanso.*****De pronto mis ojos
se fueron a posar en la cintura del vecino de ascensor, dejándola prendida allí y sus proximidades, lo
que pareció poner aún más tenso al objeto de aquella contemplación.Mi mirada, fija y extasiada ante tan
turbadora visión se había quedado prendida en la hebilla del cinturón sin poder retirarla de aquella zona.
Miré de pronto a mi alrededor, como queriendo comprobar que nadie nos podía ver a través de las cristalinas
paredes del artefacto, viendo el rostro sonrojado de mi compañero de viaje que no comprendía mi
contínua observación de aquella parte tán íntima de su anatomía.Sin pensarlo dos veces me avalancé hacia él
y me dispuse a desabrocharle la hebilla del cinturón.Ël sobresaltado, atónito y casi asustado, me cogía las
manos mientras casí gritaba en sordina:"pero ¡qué hace usted.Se ha vuelto loca?. Por favor, estése quieta".
Yo con una extraña ansiedad que me producía el deseo, seguía forcejeando intentando desabrocharle el cinturón
mientras intentaba contrarrestar la mayor fuerza física de mi contricante. No podía renunciar a mi deseo que
ahora se convertía en un acuciante frenesí ante el que no cabía ningún tipo de disuasión.Forcejeábamos dentro
del ascensor, mientras éste subía, lento y asmático, hacia nuestros respectivos pisos, dibujando nuestras siluetas
entrelazadas extrañas figuras deformadas que se reflejaban en las paredes de la escalera, desdibujadas por los
cristales biselados del ascensor que las proyectaban desde el hueco central de la misma, ampliándolas con extraños
reflejos deformantes.El me seguía diciendo cada vez más nervioso, "por favor, por favor" y yo seguía tratando de abrirle
la hebilla que ya había conseguido casi desabrochar por completo.Al fin conseguí mis objetivos y, al forcejear, los botones
de la bragueta saltaron algunos ante los tirones que ambos hacíamos en distintas direcciones.Él con una actitud ya casi
de auténtico abandono que se notaba en sus movimientos desmadejados y en su rostro en el que se veía una extraña ansiedad que
evidenciaba el deseo masculino más pujante cada vez, dejaba a mis manos seguir el curso que le dictaba mi propia excitación y
ansiedad febril.El ascensor paró en el sexto piso con un lamento de animal herido y sólo entonces pude sacar el cinturón de
la prisión de las trabillas del pantalón y, con él en la mano, me dispuse a salir triunfante de la cabina acristalada, mientras
los pantalones caídos hasta las rodillas dejaban ver las peludas piernas de mi vecino que atónito ante mi marcha y con las gafas torcidas
sobre la cara y los ojos desmesuradamente abiertos, me miraba como yo exhibía su cinturón en alto, mientras abría la segunda
puerta de hierro del ascensor y antes de cerrarla tras de mí, me volvía hacia él diciéndole con gesto triunfante y burlón:"Lo siento, soy
una fetichista impenitente de objetos masculinos, especialmente cinturones y corbatas.Sobretodo si yo se los quito a su poseedor, atavismo
que me viene de mi epoca de fans de los ídolos musicales.Lamento haberte asustado y cuando quieras me pasas la factura del cinturón y
con gusto te la abonaré.Te aseguro que al verlo puesto en tí no he podido resistirme ante la tentación.Lo cuidaré como una de mis mejores
trofeos.Buenas noches".Cerré la puerta y antes de que el ascensor comenzara a subir con su mudo viajero dentro que no había podido decir una
sóla palabra por la impresión, ví como última escena de aquella emocionante aventura para cualquier fetichista la imágen de las peludas piernas
de mi vecino que ni siquiera se había molestado en subirse los pantalones, que yacían a sus pies como mudos testigos de una extraña aventura sexual
en la que había comprobado que cuando una mujer mira a la entrepierna de un hombre no piensa en su contenido natural, sino en añadir aquella bonita
pieza de piel de serpiente a una colección siempre inacabada, y en la que las pieles curtidos y trabajadas son siempre más valiosas que cuando el
animal las lleva puesta.Sólo es cuestión de valoraciones personales, pero por mi parte prefiero una hermosa piel de serpiente en forma de cinturón con
la que puedo rememorar a los hombres que los portaban y que, seguro, nunca comprenderán que hay serpientes vivas que jamás podrán valorarse tánto como
otras muertas y que sólo entonces empiezan a ser verdaderamente útiles.A mi vecino no lo volví a ver. Supe días más tarde que se había cambiado de edificio,
aunque nunca llegó a presentarme la factura del cinturón, ni a denunciar mi ataque a su integridad física, pues tendría que serle muy bochornoso explicar
en un Juzgado que una amazona había luchado con él por arrebatarle una simple piel de serpiente en forma de cinturón, cuando había otros ejemplares vivos deseando
ser cazados en las proximidades. JARA |