Nunca antes me había producido mas placer que aplastar ahora una
cucaracha de un pisotón. Sorprenderla, seguirla, acorralarla y ¡zas!; dejarle
sus asquerosas tripas esparcidas en el suelo. Dicen que la vida es cruel, pero
más cruel es morir despachurrado por unos Martinellis del cuarenta y uno,
color negro, en mitad de un pasillo y no haber tenido la oportunidad a una sola
alegación. Nunca antes eso me había producido mas placer que ahora, y me
preocupaba. Recurrir a un psiquiatra para recibir sus estúpidas conclusiones
de mi nuevo deleite resultaría ridículo, además de costoso. Lo que no significa
que algún día me vea abocado a ello si el problema va a mayores, cosa que
espero no ocurra. Mi animadversión a esos repugnantes bichos no es de
siempre; mas bien es de hace poco. Nuestro desagradable encuentro se
produjo una tarde de caluroso verano, en un asfixiante y oscuro portal de una
calle de mi ciudad. Esperaba a la chica con la que últimamente compartía mis
sueños; a veces compartíamos mutuamente otros menesteres, pero estos no
vienen al caso; ya que además de incontables, eran los menos. Mientras
desesperaba, me hice un descanso en un escalón de aquella sombría escalera
y me encendí un Ducados. De reojo volví a mirar el reloj; los minutos
pasaban tan rápidos como los goterones de sudor por mi frente. El calor era
sofocante. Al tercer cilindro nicotinado me levanté enrrabietado y aún más
desesperado. Al dar el primer paso, un chasquido sordo se escuchó desde
abajo de mi zapato. Parecía algo viscoso y pequeño, pues me deslizó unos
milímetros. Levanté el cuarenta y uno y observé el objeto no identificado, no
sin antes sentir verdaderas nauseas al comprobar que era una monstruosa
cucaracha rubia de ilimitado tamaño y asquerosidad. Sus tripas llenaron todo
el escalón y por supuesto mi zapato recién comprado para la ocasión. Fue tal
el regocijo que ello me supuso, que olvidé la desesperante espera de mi chica
y me ocupe, y preocupe, en buscar más animalajos repugnantes que poder
desnucar. Al final tuve suerte y cayeron diez. ¡Qué tarde de caza mayor y
tripas esparcidas!; ¡qué gozada!. Hoy ello, aunque me produce un inmenso
placer, también me preocupa. ¿Tendré instinto asesino?, ¿seré un ser vil y
despiadado sin ningún tipo de escrúpulos?, ¿me estaré volviendo loco?. Una
respuesta debo encontrar. ¡Ah! ya tengo la solución; lo mejor será probar
este instinto con otros animalajos de similares repugnancias, eso me dará la
verdadera dimensión de mi problema. ¡Temblad malditos escarabajos, ahora
voy a por vosotros!. (=RedRose=).
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