Ref: puesto el 6/6/100 0:02 |
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Ref: J.D.R. puesto el 6/6/100 1:33 |
Colega Deadpool, de un Masi a otro: "Y nosotros pagamos los platos rotos" snif snif me vuelvo mi mazmorra a ocultar mis polifaceticos dados, que de una de estas me atan a una farola y me prenden. Aunque ahora que lo pienso, jugar rol es interpretar un papel en el sentido mas literal de la frase, por lo tanto deducimos: 1º Juego de rol equivale interpretar un papel. 2º Quien interpreta un papel normalmente se le denomina como "actor" 3º Los actores se muestran en teatros y cines. 4º Miles de personas los admiran y quieren seguir sus pasos 5º Por lo tanto miles de personas quieren ser actores 6º Miles de personas quieren un papel en una obra de rol 7º Segun este razonamiento miles de personas quieren ser asesinos en sus ratos libres 8º Solucion: QUEMEMOS LOS TEATROS Y CINES, ARRASEMOS HOLLYWOOD!!!!! "DIOS NOS LIBRE DE AQUELLOS QUE EN SU IGNORANCIA DESTRUYEN LO QUE NO CONOCEN" Y que conste que no es una defensa cerrada de los juegos de interpretación que desquiciados los hay en todas partes ya vistan traje y corbata o manejen dados con taitantas caras. Con recuerdos para el club SLAYER de Cádiz .....As de Picas..... |
Ref: As de Picas puesto el 6/6/100 1:37 |
Huysss que mal educado soy: Buenas noches parquianos y paseantes ocasionales que haberlos haylos. .....As de Picas directo al sobre..... |
Ref: Para As de picas puesto el 6/6/100 15:52 |
Joer..tenía razón para pensar que el mundo estaba mal..pero creo..que aún está peor de lo que creía...en fin..chaval..esas cosas pasan..la gente es una paranóica..y yo la primera...eh..espera un momenot....¿por qué te acercas a mi con esos dados?...mmmmm oye..oye...¿y esa katana..que....................qué vas a hacer.?...... |
Ref: Manantial puesto el 6/6/100 16:41 |
Triste es la soledad, los árboles se han encogido, las flores no desprenden ese aroma que hacia que todo viajero descansara en ese robusto banco del parque, los pajaros no se oyen trinar, todo está solitario, el viento helado sacude al parque, ojalá sea solo un sueño que tuve yo y que al despertar todo siga como hace poco tiempo atrás, bello, lugar de trovadores, lleno de hermosas musas que aliviaban con su presencia y palabras los corazones. |
Ref: tvr puesto el 6/6/100 16:48 |
Ref: tvr puesto el 6/6/100 16:49 |
es que no tenía mucho que decir....el calor....en fin. |
Ref: p/Manu puesto el 6/6/100 17:10 |
pero que bonita voz teneis........ |
Ref: CM puesto el 6/6/100 18:49 |
Caras, caras, caras... Recuerdos que estrujan mi pecho Gente en la que había creído Caras, caras, caras... Quisiera olvidar... Como una costra en el alma, me impiden soñar esas caras Y sin sueños voy como un zombi, de bar a bar en las barras; bebiendo entre vaso y vaso, el sabor del último fracaso; bebiendo de vino a vino para olvidar lo vivido Caras que sonríen y piden favores Caras que sonríen y devuelven traiciones Caras, caras de supuestos amigos que te venden por el valor de un comino, que sonríen por el éxito obtenido cuando la nueva consigna han lamido Caras, caras a las que ayudaste que te olvidan y desprecian si ya de ti no pueden jaztarse Pero esta noche, cuando mis piernas se doblan y mi cerebro se apaga aún recuerdo el camino que tú me mostraste, que tú me mostraste madre, siguiendo la senda decente a vivir hasta el último día manteniendo muy alta la frente Y recordándote quiero romper este vaso derramando todo su vino y quiero sacar de mi padre al que en vida llamaban el "hombre" la fuerza necesaria para volver al camino y olvidar los fracasos vividos Recordar, recondandoos, que también existe la gente decente que vive y muere sin una mancha en la frente Y volver, volver a mis sueños Volver, volver a la vida |
Ref: Al parque puesto el 6/6/100 20:30 |
¿Dónde está la luz de colores? Próxi |
Ref: De Mackay a Mecanero puesto el 6/6/100 21:18 |
Nunca sé qué decir en estos casos. Ten coraje para afrontarlo. Un saludo. |
Ref: De Mackay a TODOS puesto el 6/6/100 21:21 |
Aún he de contestar a muchas cosas, pero de momento, como eso ya lo tengo escrito, aquí está el relato que se llevó la mención. Hasta pronto. |
Ref: De Mackay a TODOS puesto el 6/6/100 21:25 |
COMPRE MEDIAS TIKUPIN (I) Supongo que debería estar contento. Mi jefe, el dueño del mesón donde trabajo de camarero, me dio a firmar la renovación de mi contrato. Por espacio de otros tres meses, me vería libre del paro, aunque lo más seguro fuese que ésta sería la última renovación. Eran las once de la noche, y regresaba a casa algo cansado, caminando por las calles, iluminadas ya por las farolas al haberse puesto el sol. Como estábamos a jueves, había poca gente, y no demasiado tráfico. Traté de apresurarme, porque Silvia me estaría esperando; no solía llegar tan tarde, pero unos clientes de última hora me habían retrasado. La llave del portal se atascó, como siempre, pero acabó abriéndose, también como de costumbre. Una vez en casa llegué al salón y dejé la chaqueta colgada en una silla. La mesa estaba puesta, y Silvia veía la televisión desde el sofá. Suspiré sin que me oyese y la besé en los labios, antes de que ella, atenta al programa, se levantase. Alguna que otra vez le había comentado que si llegaba tarde cenase, que no me esperase, pero no me hacía caso. Me quité la ropa y me puse cómodo; a continuación, cenamos. Ella no me lo dice, pero sospecho que no cena sola por nostalgia. Cuando éramos novios, en la universidad, almorzar o cenar los dos juntos se convertía en uno de los momentos más agradables. Ahora, llevábamos una buena temporada sin comer juntos, por cuestiones de horario, y sólo nos quedaba la cena. Por desgracia, las cosas ya no eran como en aquella época; entonces, solíamos charlar todo el tiempo. En este momento, la comida transcurría en silencio. Comencé a recordar, con nostalgia, aquellos tiempos, y supongo que ese mismo motivo la movía a esperarme. Hablábamos de todo con mucha ilusión, con energía; nos quejábamos de los poderosos y sus desmanes, de la falta de oportunidades y de trabajo que se nos avecinaba, de nosotros y nuestro futuro. En ese instante, los dos estábamos muy cansados, y no teníamos ánimos para conversar, aparte de preguntarnos, como ya era rutina, qué tal el día o cómo le fue a Mario en el colegio. Silvia trabajaba en un hipermercado de esos grandes, que estaba enclavado en un gran centro comercial, realmente enorme, al estilo de aquellos que se multiplicaron hacía dos décadas, en la última del siglo XX. Su empleo era, desde hacía un año y medio, más estable que el mío, aunque fuese eventual, por supuesto. Y recordé lo de mi contrato. Se lo dije y recibió la noticia con leve apatía; ambos sabíamos que, como tantas otras veces, sería el último, y que iría al paro de nuevo. Supongo, no obstante, que debería estar contento. Pero no lo estaba. Silvia se puso a recoger la mesa, y la veía tan cansada que no pude sino ayudarla, a pesar de que me sintiese como ella. Tras terminar con los platos, estuvimos media hora viendo un programa de la televisión francamente horrible, casi en silencio. Me llamó la atención una nueva campaña publicitaria cuyos anuncios no tenían la menor gracia y sí un mal gusto extraordinario, y para colmo, los repetían varias veces en cada pausa del programa. Por fortuna, decidimos acostarnos pronto; y no tardamos en dormirnos. Silvia, al levantarse a las ocho en punto y comenzar a vestirse, fue la que me despertó. La oí trastear en la cocina y oí a Mario meter los libros en su maleta, que pesaba, en mi opinión, demasiado para un niño de ocho años. Me levanté cuando ya estaban a punto de marcharse. Silvia regresó al dormitorio para buscar las llaves del coche, si es que aquella chatarra de segunda mano merecía tal nombre. La vi hacerlo y tras despedirse, la agarré de un brazo y le di un beso mucho más intenso de lo que ella se esperaba. No comprendió a qué vino, pero le hizo gracia, siempre le arrancaba una sonrisa cuando hacía cosas de ese estilo. Cogió de la mano a Mario y se fueron con cierta prisa. La rutina de todos los días comenzaba de nuevo. Me hice el desayuno y arreglé un poco la casa. Entraba a las diez y media, de modo que tampoco me sobraba el tiempo. Me afeité y me duché, y decidí aprovechar la media hora que me restaba con un café. Me senté en el sofá y supe que no me iba a resistir a hacer lo que, desde hacía ya bastante tiempo, tomé por costumbre cuando Silvia no estaba. Me fui a unas cajas donde guardaba los apuntes de la universidad y saqué la carpeta que estaba en el fondo con una punzada en el corazón. Era la única que no podía considerar mía. Se hallaba aún más estropeada que las restantes. La puse sobre la mesa del salón y la abrí con cuidado. Y contemplé aquellos folios, que empezaban a amarillearse a causa de los años, escritos por la mano de Silvia. Había de todo: poemas, relatos, descripciones y algunos artículos y ensayos. Los fui pasando lentamente, invadido por la nostalgia, hasta llegar al último texto que leí el día anterior. Cuando estudiábamos en la universidad, escribir era una de sus pasiones, aparte de mí, recordé con una sonrisa, y las matemáticas. Y casi todo lo que iba terminando me lo daba a leer. Me encantaba su estilo, como el resto de lo que hacía; sobre todo, su prosa poética. Ahora mismo, tenía enfrente un texto precioso, una narración que describía con mucha belleza la queja del mar, o la mar, como solía decir ella, fuente de vida, al descubrir en su seno el cadáver de una joven, echada a las olas por su asesino. Lo leí despacio, y al terminarlo, reparé en que se me iba a hacer tarde, de modo que cerré la carpeta y la devolví a su sitio. Mientras me vestía, añoré la ilusión de sus ojos cuando me hablaba de su último relato o me daba a leer su último poema, esperando mi opinión. Y también, la claridad de sus ideas y el compromiso, que eran visibles en sus artículos. Silvia siempre fue muy inteligente, y estaba llena de inquietudes. En eso somos muy distintos. Yo me conformaba con quejarme de la ineficacia del ayuntamiento a la hora de arreglar las calles, o del derroche que hacen los políticos del dinero de los impuestos, o de las pequeños abusos de algunos profesores. Ella no; Silvia buscaba las causas más profundas de los problemas de la sociedad y se lo cuestionaba casi todo; se planteaba si lo aceptado era o no justo o en qué medida lo era. Pero mientras me peinaba, reconocí que, en eso, los años la habían cambiado mucho más que a mí. Llevaba muchos sin escribir cosas más largas que la lista de la compra; no estaba inspirada, decía, nunca lo estaba. Sin embargo, lo que más claramente indicaba que algo se había transformado en ella, fue que aquella carpeta, la cual era una de sus posesiones más preciadas, porque guardaba sus ideas y sus sentimientos, estaba sobre sus apuntes de la facultad, en el rincón que destinamos a la basura cuando nos mudamos del cuchitril alquilado en que pasamos nuestros primeros años de matrimonio al apartamento subvencionado que ocupábamos ahora. Caminaba hacia el mesón, en un día soleado, y continuaba pensando en Silvia. No se merecía el puesto que ocupaba. Yo, y en eso también diferíamos, nunca fui aficionado a estudiar, y empecé tarde una carrera que dejé tres años después, harto de suspensos. En cambio, ella fue una buena estudiante, muy centrada, que empezó a salir cuando me conoció, aunque sin desatender su formación, claro está. Acabó la carrera de matemáticas y consiguió empezar una tesis. Quería llegar lejos en ese campo; y lo más triste es que tenía posibilidades. Nunca he sentido ese afán de prosperar; me gusta trabajar con el público y, por tanto, en hostelería me siento a mis anchas. Es cierto que desearía un poco más de estabilidad en el empleo, pero soy feliz de camarero. No obstante, estoy seguro de que ella no se siente a gusto con el suyo; se resigna, pero no le gusta. Recuerdo cuando comenzó a preparar aquellas malditas oposiciones que nos robaron dos de nuestros primeros años de matrimonio. Fue la época en la que más solo me he sentido nunca. Yo trabajaba un mes en un sitio y en otro el siguiente, pero podíamos pagar el alquiler e ir tirando. Mientras, Silvia estudiaba a todas horas. Qué poco me gustaba, sobre todo en las últimas semanas, verla agotada, durmiendo lo mínimo, harta de café, sacrificándolo casi todo, incluso nuestro matrimonio, por algo que desde pequeña había anhelado. El esfuerzo dio su fruto, y las pruebas le salieron muy bien, y tras los resultados y los puntos que le daba su expediente, acabó en uno de los primeros puestos. Ya estaba a la vista el mesón donde trabajaba cuando recordé que, por desgracia, el esfuerzo, a menudo, no se ve recompensado. No le dieron el puesto, y a base de rumores, sospechó que la candidata que le quitó la plaza, la logró con métodos poco lícitos. Los rumores se confirmaron cuando se cruzó, por una cruel coincidencia, con esa mujer y con un miembro del tribunal por la calle, cogidos del brazo. Aquello la hizo trizas, y a pesar de su habilidad con los números y la lógica, nunca llegó a comprender qué de positivo tenía para las matemáticas ser hábil en la cama. De todos modos, al recordar sus horarios inhumanos de estudio, tampoco he logrado comprender qué de positivo tiene para las matemáticas la capacidad de no ser persona durante dos años. Después de esto, recordé mientras me ponía el uniforme, la depresión que padeció, que la cambió por completo. Luego nació Mario, comenzó a trabajar de eterna aprendiza en un sitio y en otro, y se olvidó de sus sueños, como poco a poco vamos haciendo todos. Pero en ella me apenaba. Aquella noche hubo suerte, y cerramos temprano. Cuando llegué a casa, Mario estaba haciendo los deberes, y Silvia le ayudaba. Reconozco que ese era uno mis días malos, porque nada más verle, me pregunté si, al crecer, sería como Silvia, con ilusiones y ganas de trabajar, o si tendría suerte y saldría a mí, que me bastaba con salir tirando. Quizá, en una sociedad tan democrática como la nuestra, no fuese correcto albergar los siguientes pensamientos, pero, en mi opinión, eran la pura verdad; por mucho que Mario se empeñase, el hijo de un camarero y una dependienta no iba a llegar muy lejos. Dudaba de que pudiésemos pagarle la elevada matrícula de una universidad que se decía pública, o que fuese capaz de hacerlo él con contratos de aprendiz, si tenía la suerte de encontrarlos. Y de todos modos, las carreras ya no servían de nada si no se acompañaban de algún «master», de precio prohibitivo, y luego, de meses o años de prácticas por las que se debía pagar. Aquellas habían sido las soluciones, aparte de los suspensos, a la masificación, que era el odiado demonio de las facultades de mi juventud. Y ciertamente, habían funcionado; aunque, a su vez, les había cerrado las puertas a casi todos nuestros hijos; ya que, entre los que tenemos entre treinta y cuarenta años, somos mayoría los eternos aprendices. Supongo que ese es el orden correcto de las cosas, al menos para los que mandan. La rutina me atrapó de nuevo. Cenamos los tres juntos; después, Mario se acostó, y sin muchas energías y menos que contarnos, nos sentamos en silencio frente al televisor, como todas las noches. Los programas eran horribles, y lo mejor eran algunos anuncios, dotados de especial gracia e imaginación. La televisión de cierta calidad, en la cual la cultura subsistía de forma minoritaria, se reservaba para la televisión por cable y para los que pudiesen pagarla. Pero absorbíamos aquellas bazofias, ya que nos permitían matar el tiempo con la mayor pasividad. Me pregunté cuánto tiempo llevábamos sin leer un libro; en especial Silvia, que había leído muchos. Pero aquella noche tenía ganas de hablar. De pronto, me vino a la mente un poema de Silvia, que había leído hacía una semana, y se lo recité. Ella volvió la cabeza y me sonrió, arrugando levemente las cejas. - Qué bonito -. Y fue evidente que trataba de recordar -. ¿De quién es? Tuve que reprimir un suspiro. - Es tuyo. Sonrió y asintió. - ¿Aún te acuerdas de esas cosas? Callé unos momentos. Ella no se podía ni imaginar que aún guardase la carpeta con sus obras olvidadas. Al fin, repuse y fui muy sincero. - ¿Cómo iba a olvidarlas? Y proseguí. - Ya no escribes cosas así. Silvia, que una vez, cuando fue joven, me dijo que escribía para sentirse viva, bajó la cabeza. - No estoy inspirada -. Y esta vez añadió -. ¿Y quién me lo iba a publicar? Era una excusa, y yo lo sabía. Siempre supo que sus obras, con toda seguridad, permanecerían inéditas, ya que en nuestra juventud, ese campo era tan cerrado como ahora; pero eso nunca le quitó las ganas de escribir. Giré la cabeza y volvimos a centrarnos en la televisión. |
Ref: De Mackay a TODOS puesto el 6/6/100 21:27 |
COMPRE MEDIAS TIKUPIN (y II) Cuatro días después, Silvia me dio una sorpresa. Fue de noche, cuando regresaba tarde de nuevo. Me la encontré en el sofá, y aunque la televisión estaba encendida, apenas le prestaba atención. Echada hacia atrás, con aire ausente, sujetaba un bolígrafo, con cuyo extremo posterior se tocaba los labios. Me acerqué estupefacto y, al momento, me alegré muchísimo, porque me trajo recuerdos entrañables. Estaba escribiendo y creí, por un instante, que había rejuvenecido diez años. Le había visto aquel ademán muchas veces, cuando éramos novios. Me adelanté y quise leer lo que escribía, pero con una sonrisa, le dio la vuelta a la hoja y su frase me hizo rejuvenecer a mí también. - Ahora no, cuando acabe. Llevaba años sin oírle aquellas palabras. Respeté sus deseos, pero no me resistí a mirarla mientras escribía y tachaba insatisfecha. Era obvio que componía un poema. Con disimulo, observé que guardó el folio en un cajón, junto a la hoja pequeña de una libreta. Cenamos y volvimos a sentarnos frente al televisor, con Mario ya en la cama; pero aquella noche, me sentía muy contento. No quise insistir demasiado, no obstante, le hice algunas preguntas sobre lo que estaba escribiendo, mostrando menos interés del real. Silvia le quitó importancia a lo que estaba componiendo, aunque no me quiso decir mucho más aparte de que se lo habían pedido en el trabajo. Seguramente, sus compañeros conocerían su afición a la literatura, y le habrían solicitado un poema. En la universidad hacía cosas así a menudo. Nos acostamos temprano, y no tardé en dormirme, cansado a pesar de todo. A la mañana siguiente, la rutina, como siempre, me atrapó. Antes de irse a llevar a Mario al colegio, no dejó de comentarme que me encontraba muy contento. Y era cierto que me sentía así, pero por ella. Me duché como casi todos los días y desayuné; y durante todo el rato, me preguntaba si debía o no hacer lo que estaba pensando. Al final no me pude resistir y me dirigí hacia el cajón. Ella no se iba a enterar de aquello, y cuando me lo diese a leer, no me descubriría. Saqué con cuidado las dos hojas, con intención de dejarlas más o menos como estaban. Y cuando leí aquellas líneas que había en aquellas dos hojas, se me hizo un nudo en la garganta, y toda mi alegría se esfumó de sopetón. Las releí sin creérmelo, esperando que al hacerlo aquellas palabras no fuesen las mismas. Pero no cambiaron. ¡Ay, Silvia!, ¿por qué?, ¿por qué te habías rendido de aquella forma? Me vinieron a la memoria frases que me resultaron dolorosas. Silvia, que decía que al escribir se empeñaba en encontrar la belleza, que defendía la libertad del arte, el cual no debía dejarse dominar por el dinero o el poder, había escrito aquello. No quería creerlo. La hoja pequeñita lo explicaba todo; Silvia siempre fue despistada, y había apuntado lo que tenía que hacer. La nota rezaba: «escribir rima anuncio medias». Dejé con amargura las hojas tal y como estaban. Lo más duro fue aceptar que su vocación literaria, la última que podía quedarle, una de las cosas, junto a las matemáticas, que llegaron a ser su vida, había muerto también. Salí de casa muy nervioso. ¡Dios mío!, ¿con qué cara iba a decirle que aquel pareado infame estaba bien, si recordaba aquellos poemas suyos que llegaban a emocionarme? Los dos versos me atravesaban el corazón cuando me volvían a la memoria, pero no podía apartármelos de la mente: «Para una satisfacción sin fin compre medias Tikupin». |
Ref: El chollo... puesto el 6/6/100 23:30 |
Nada más conocerse la noticia de la última acción terrorista, lo primero que recordé fue la frase lapidaria que no hace mucho dijo un ilustre político catalán llamado Josep Lluis Carod que es el responsable de ERC. Este individuo vino a decir en mayo pasado que los atentados terroristas deberían causar alegría en las filas de los concejales populares puesto que ETA era "un chollo" (sic). El que te aparezca un carta diciéndote "tu serás el próximo"; lleguen cartas pidiéndote dinero para el impuesto revolucionario; te quemen el coche o la casa; incluso te puedan destrozar la tumba de un ser conocido; te pongan carteles de 'Inocente, Inocente' en plena Navidad acusándote de ser un supuesto represor de los infelices presos debe ser algo que induzca, no a la preocupación, sino a la alegría y el alborozo si tomamos en consideración las palabras de este sujeto. Éste es otro que anda por ahí firmando pactos con otros nacionslitas ibéricos para hacer frente al omnipotente estado opresor. A parte de esta memez cósmica, este personaje es el mismo quesufre alucinaciones ya que ve carros de combate, tercios, infantería y fuerzas opresoras por todos lados. En definitiva, sería interesante saber si para la viuda e hijas de la última víctima de la limpieza ideologica todo ésto ha sido un chollo. *** TIBERIO. MM *** |