Ref: tvr puesto el 13/5/100 0:44
Viva er beti
Ref: puesto el 13/5/100 0:54
Hoy tambien te quiero
Ref: P.Q.N.S. puesto el 13/5/100 3:00
No te veo, amor.

Sin embargo, sin esperar nada,

soy feliz amándote.
Ref: puesto el 13/5/100 10:11
entonces ven a mí, búscame y amáme mirándome a los ojos
Ref: EL ESPÍRITU IMPOSTOR puesto el 13/5/100 10:46
    Un obrero de la construcción se despeñó desde un sexto piso y murió a causa del terrible impacto contra el suelo. Su espíritu volvió al lugar desde donde tropezó negándose a dar por acontecida esa insignificante fracción de tiempo en el devenir de la historia. Como si nunca hubieran transcurrido aquellos segundos que, de hecho, establecieron la frontera entre la vida y la muerte, y que iban desde que su pie izquierdo tropezara con la cuerda de la polea hasta que su cuerpo se despanzurró entre argamasa y ladrillos. Y permaneció su alma allí, refugiada en esa nueva dimensión que la singularidad de su propia muerte había producido distorsionando el espacio y el tiempo indefinidamente. Se fueron sus compañeros albañiles, los encofradores, los aparejadores. Vinieron y se fueron también los fontaneros, los electricistas, los carpinteros, los vendedores de la constructora. Vinieron y se quedaron los inquilinos, una familia humilde, matrimonio y dos hijos, que había gastado los ahorros de su vida para zafarse del yugo eterno del alquiler estéril. Procedían de la zona centro pero ahora, aunque en la periferia, el piso les pertenecía por entero. O eso creían ellos.

    El espíritu del albañil no se inmutó ante los sucesivos cambios. Parecía como si el agujero negro de su obstinación se tragara sistemáticamente los distintos acontecimientos rutinarios que iban revistiendo las paredes del pequeño apartamento de su propia historia, de la misma forma que los sucesos cotidianos van poblando nuestras mentes de recuerdos. Hasta que un día reparó el alma del pobre diablo en los afanes diarios de los habitantes de la vivienda. Quién sabe si por envidia, por nostalgia o por pura curiosidad; el caso es que desde entonces invadió y habitó el cuerpo del padre. Usurpó su libre albedrío y trató de volver a la vida desde dentro de sus ojos, agazapado bajo la piel proletaria del inquilino real, controlando sus impulsos, haciendo ajenas sus aspiraciones, inoculando sus propios sueños en los procesos oníricos del hombre de quien había tomado posesión.

    O al menos así lo había declarado éste en el proceso judicial que acabó concediendo el divorcio a su mujer, cuatro años después de lo narrado en el párrafo precedente, considerando absurdos y disparatados los argumentos esgrimidos por el hasta entonces esposo para explicar la desidia con la que el hombre había dejado languidecer y consumirse hasta la extinción lo que hasta entonces había sido un matrimonio normal. Su historial de infidelidades, dilapidación un mes tras otro del sueldo de oficinista, borracheras, altercados con la policía, incluso malos tratos hacia la mujer y los hijos, etc., había sido expuesto con inequívoca precisión ante el juez, quien además recomendó una exploración psiquiátrica para determinar el alcance de su enajenación. Eso leí en alguna parte.

    Me pregunto qué fue del difunto albañil. Si abandonó el cuerpo o fue expulsado por el legítimo propietario del cuerpo poseído. Y si fue este último el caso, me gustaría saber cómo tuvo lugar el enfrentamiento y qué factores contribuyeron a la derrota del espíritu parásito. Porque hace muchos años que mi propio cuerpo alberga dos espíritus. El que ahora escribe esto y el que aguarda su turno para guiar mis pasos por otras sendas que encuentro ajenas. Porque no soy yo el que sobrevive al paso del tiempo acodado en la barra de un bar. No soy yo el que se resigna a ver pasar la vida desde la ventana de mi socorrida mediocridad. Más bien soy el que vaga por las calles con los ojos nublados por las lágrimas, envuelto en una capa de nostalgia y esperanza, enrabietado por mi propia impotencia, alma en pena sin cuerpo que habitar, esquivando la luz de las farolas y conteniendo en el pecho todo el llanto de la ciudad. El otro no soy yo.

    Me pregunto cómo hizo aquel hombre de la historia del periódico para librarse del espíritu impostor. Aunque tampoco estoy tan seguro de querer saberlo. Porque supongo que el primer paso sería reconocer la existencia de un impostor. Y me aterra pensar que el espíritu que soy yo no es el verdadero, sino el usurpador.


## DAJO ##
Ref: yoi a Mackay, puesto el 13/5/100 11:09
aunque con algo de retraso ....
Creo que es mejor arriesgarse a un ataque suicida aunque pueda uno morir.
Lástima que te lo diga uno que seguramente se pasaría mucho tiempo prisionero atormentandose de no haberlo hecho y sufriendo el sindrome de estocolmo ...
;-)))))
Y ahora, que leyendo hacia atrás, veo el principio de la historia, me ratifico en lo anterior: Deberías luchar o morir en la primera batalla, y ahí verías si merece la pena una cosa y/u otra, porque a veces los imposibles no lo son tanto. ¡ Si yo te contara ... !
Ref: yoi a Manolita Chen puesto el 13/5/100 11:09
Placer leerte, aunque sea siempre con el mismo objetivo ..
Ref: lyb a yoi puesto el 13/5/100 11:40
Ref: lyb a yoi puesto el 13/5/100 11:40
a proposito de imposibles
Ref: Proxi al parque puesto el 13/5/100 12:41
Buenos días
Hoy huelen las flores. La primavera se vistió de azul y el paso hacia el inevitable calor se hace patente. Brilla el rojo entre las flores que jalonan la vía del tren. La nieve se quiere escapar entre las crecidas del río. Tu amarillo se cuela entre las rendijas de la persiana.
Me gustará subir a mojarme donde aun huele a tí.

Proxi, primaveral
Ref: yoi a lyb puesto el 13/5/100 16:01
¿ sí ?, ¿ me decías ?
Ref: yoi a Dajo: puesto el 13/5/100 16:03
Maravillosa forma, maestro, como no podía ser menos, de reflejar ese sentimiento tan nuestro, de no ser lo que somos. ¿ Será verdad que no lo somos ?, ¿ o será un mecanismo más de defensa pa soportarnos ?, ¿ o la única y autentica forma de huir de la realidad cuando nos agobia ?
No sé, habrá que preguntarle al Gran Hermano ...
;-))))
Ref: A Dajo / Lía puesto el 13/5/100 17:58
Impresionante el Espiritu Impostor.
Siempre es un placer leerte.
Ref: A yoi / Lía puesto el 13/5/100 18:00
Yooooooooooooooooooooooiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Creí que desapareciste de la faz de la tierra
¿ Y nuestra cita para la Cruz de Mayo ?. ¿ Para cuando esos bailes de sevillanas ?.
Ref: A Manolita Chen/ Lía puesto el 13/5/100 18:02
Absolutamente todo lo tuyo me conmueve. Me gustaría, me encantaría saber más de tí, sí tú lo quisieras, claro.
Ref: A Proxi / Lía puesto el 13/5/100 18:06
Hola viajero incansable... sí que es verdad que la nieve desaparece y que huelen las flores a su primavera, y que llega el verano con su calor, sólo falta ahora escuchar tu voz y ver tu sonrisa.
Ref: puesto el 13/5/100 18:21
:D :D :D :D :D
Ref: yoi a Lia puesto el 13/5/100 18:47
¿ andas por aquí ??
Ref: Mackay /Srta. FRANCIS puesto el 13/5/100 20:01
Me gusta como lo has dicho: elegir entre la lírica y la épica. Me parece que es la épica la que más me seduce. Es mejor recordar lo estúpido de tu derrota que lamentarse por haber dejado que las cosas sucediesen sin rebelarse. Y como además, es lo que siento pues...
Prepararé las broncíneas lanzas y me ajustaré la divina coraza, porque es seguro que u obtendré o daré gran gloria.
Hasta pronto.
Ref: De Mackay a Tvr puesto el 13/5/100 20:02
Tus metáforas también me han encantado. Decía el zorro amigo del principito que "al menos, me quedará el color del trigo". Creo que cuando el zorro decía eso, invocaba la misma idea que tú con ese instante personal que servirá para volverse a ilusionar.

Al menos, me quedará el color de la noche...
Ref: De Mackay a Arga puesto el 13/5/100 20:02
¿Molestarme? Bueno... lo que se dice molestarme... Lo único malo que tiene la Historia del Gato que has contado es que no se adecúa a ciertos rasgos de mi caracter.
Permíteme que la reescriba caracterizando al protagonista de una forma más cercana a mí. Te advierto que hay muchas frases copiadas.

HISTORIA DEL GATO

Eran las dos de la madrugada y caía una tormenta espantosa con truenos y relámpagos fortísimos. Juan conducía por un camino de cabras, embarrado e inundado, y aún no se había cruzado ni con un mísero cabritillo. Quizá, pensó, toda la Humanidad había perecido; pero apartó pronto esa idea de la cabeza. Se sentía muy agobiado porque debía conducir a paso de tortuga, ya que el coche se hundía sin remisión en el lodazal del camino de cabras. Además, no veía ni a veinte metros de distancia. Juan ya estaba convencido de que no saldría jamás de aquel paraje siniestro.
Si hubiera sido un poco más optimista, se hubiera alegrado de, por lo menos, estar seco y ‘bajo techo’; pero él no era así, él era muy ‘realista’. Y más vale que no se alegró por esa circunstancia, porque entonces hubiera tenido que retractarse. (Eso otro tambiés estaba muy bien) De todos modos, Juan ya sabía que el coche tenía que fallarle, era tan inevitable como una ley física. En efecto, a las dos y cuarto en punto un neumático explotó de manera ensordecedora, de tal guisa que debió alertar a todas las alimañas de los alrededores, que no tardarían en abalanzarse sobre el delicioso cuerpo de Juan.
Entonces, Juan comenzó a evaluar su situación. Podía haberse detenido en el arcén y esperar que amainara para salir del coche y cambiar la rueda (Era una buena opción, Arga). Pero no. (¡Cómo me conoces!). Además, un rayo cayó por las proximidades y tumbó un árbol. Su mente de físico sabía que el coche era el lugar más seguro, ya que si le cayese un rayo encima actuaría como una caja de Faraday y él, en su interior, resultaría ileso; pero no podía quedarse allí toda la noche. No sabía cuando iba a acabar aquella tormenta; quizá durase días y en ese tiempo, podría morir de sed. Así que entre suspiros y lamentos acerca de su mala suerte, salió a comprobar lo que era evidente. En efecto, la rueda estaba inservible. Empapado por el aguacero, abrió el maletero del coche en busca del gato, a pesar de que ya sabía que, probablemente, no lo llevaba.
En efecto, revolvió el maletero, la lluvia le caló hasta los huesos y ni rastro del gato. Entonces recordó que se lo había dejado en casa, en una esquina del salón un día que quiso limpiarlo. ¡Dichosa mala memoria!
Así, resignado, Juan entró en el coche y dejó la tapicería nueva hecha un desastre. Entonces, miró a su alrededor, bastante aburrido, y descubrió una luz a lo lejos. Entonces, por increible que parezca, nació en él algo calificable como optimismo. Posiblemente se tratara de una casa donde podrían echarle una mano. Además, dedujo, los habitantes de tan apartada casa necesitarían un gato y se lo podrían dejar. Como estaba agobiado por la tormenta, no se dio tiempo a pensar y, con la chaqueta por encima de la cabeza, salió del coche hacia la luz que veía a lo lejos.
Pero, tras dar los primeros pasos, su mente volvió a maquinar. De pronto se detuvo, a la vez que un trueno le ensordecía; los rayos seguían cayendo, de modo que, ¿debía seguir por el camino de cabras, muy al descubierto, a riesgo de que le cayese un rayo en la cabeza por ser el punto más alto del camino, o debía internarse en el bosque, más difícil y agotador pero más seguro? Indeciso, siguió allí, muerto de frío y con los zapatos y la ropa llenos de agua. "Tal como lo veo", pensó, "tengo dos opciones: o voy por el camino, y muero cuando un rayo me caiga encima, o voy por el bosque y muero bajo el árbol que derribará algún rayo". Así que se decidió a ir por el camino. De todos modos, lo más seguro era que en la casa viviese un asesino loco y sádico, que acabaría con él de una forma horrible nada más llegar. Como, de todos modos, no iba a salir vivo de ésta, daba igual lo que hiciera.
Animado por tan amables razonamientos, se quejaba amargamente en diversos idiomas, el esperanto incluido, de lo desgraciado que era. Y su mente siguió discurriendo otras ideas esperanzadoras.
(Esta parte es que es genial...)
“Ahora que lo pienso, a lo mejor no me quieren abrir , pueden pensar que soy un ladrón. Bueno, esto no, porque los ladrones no llaman al timbre. Sí, pero ¿y si tienen un perro guardián? Seguro que me atacará en cuanto me huela y, mientras me hace papilla, saldrán los dueños armados con estacas y me molerán todos los huesos al confundirme con un ladrón. Así que tengo que llegar al timbre antes de que el perro me alcance. Con un poco de suerte, podré resistir el dolor lo suficiente para explicarle al dueño mi situación. Aunque... resistiría más si dispusiera de un palo o algo así... necesitaría un palo para atizar al chucho. Pero ¿dónde encuentro ahora un palo?...”
El caso es que Juan recordó que tenía los aparejos de golf en el coche, dado que si iba por aquellos caminos a aquellas horas era a jugar una partida de golf al día siguiente. Se maldijo por no haber pensado esto antes, ya que había recorrido medio camino, tenía que desandarlo hasta el coche.
La idea de volver al coche provocó que su ropa pesase diez kilos más a causa de toda el agua absorbida; y cuando abrió el maletero, se dio cuenta de que allí no estaban los palos de golf. "¡Qué tonto!" pensó "me los dejé también en casa; pero al menos, podría haberme acordado de eso antes de dar media vuelta, y haberme dado cuenta mientras buscaba el gato".
Ni corto ni perezoso, emprendió de nuevo el camino hacia la casa, que no fue duro debido a los reconfortantes pensamientos que pasaban por su cabeza:
"Y esta lluvia que no para...¿qué dirán cuando me abran la puerta y me vean con estas pintas y que además me he cargado al pastor alemán?. Esconderé el palo antes de tocar el timbre. Luego ya les explicaré lo que ha ocurrido. Después de todo, a lo mejor no tienen perro. Sin embargo, ¿cómo seré recibido a las tres de la madrugada, con la noche tan negra... Verán a alguien con estas pintas, y entre el enfado por el timbrazo a deshoras, tal vez, hay suerte, me den con la puerta en las narices y no me propinen otra paliza como la que he recibido cuando me mordía el perro. O tal vez ni siquiera quieran abrirme la puerta, con lo bien que se tiene que estar caliente y seco en la cama. Esto es como el caso de los que no quieren socorrer a los accidentados en la carretera. Es un delito, pero no suele haber testigos, así de desalmada es la gente hoy en día. Por otra parte, aunque abran, es seguro que, al vivir tan aislados, tengan una escopeta o algo por estilo, yo la tendría, desde luego, y abrirán la puerta con una mano y con la otra tendrán el arma, seguro. ¡cuánta desconfianza hay en estos tiempos, dios mío!, la gente ya no se fía ni de su propia sombra, no hay derecho!....¿Y si, después de todo, no se fían de dejar el gato a un desconocido? Tal vez piensen que no lo devolveré. Qué bien me vendría poder pasar y secarme un poco y tomar algo caliente... pero ya casi nadie abre la puerta a desconocidos, y menos les deja entrar en casa. Asco de vida y de sociedad, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Ya nadie es solidario ni le importa un comino el prójimo, no se ve más que egoísmo por todas partes... Estas son las consecuencias del determinismo biológico de la hostia".
Sin darse cuenta, había llegado muy cerca de la luz, y pudo comprobar que, efectivamente, era una casa. Nadie le ladraba, de lo cual, dedujo que o no había perro, o éste le acechaba para terminar con su desgraciada existencia. De todos modos, pensó, había sido demasiado optimista al creer que el propietario tendría un gato. Seguro que no tenía gato y que había hecho el viaje el balde, de modo que se dio la vuelta y caminó hacia el coche. Pero, a los dos pasos se detuvo, ya que estaba allí...
Arrepintiéndose de molestar al propietario de la casa y no conseguir nada con ello, llamó al timbre. La lluvia no cesaba un ápice. Tuvo que esperar un rato, pero al fin oyó ruidos en la casa. Seguro que le recibiría un hombretón de muy mal humor que le mandaría a paseo.
Cuando se abrió la puerta, Juan vio a la mujer más hermosa que jamás había visto. Casi mecánicamente, la propietaria había dicho:
- ¿Qué desea?
Pero cuando le vio, abrió mucho los ojos, y se quedó boquiabierta, mirándole extasiada. Juan la miraba también, y pensaba "pobre mujer, que susto le estoy dando, tan feo como soy". Mientras la mujer se limpiaba la baba, fruto de su pánico pensó Juan, éste repuso:
- Nada, no se preocupe; se me pinchó una rueda y necesitaba un gato, pero como no tiene ninguno no puede ayudarme. Disculpas y adios.
Juan hizo ademán de volverse, pero la mujer repuso, velozmente:
- Sitengogato.
Y, agarrándole de un brazo, le hizo pasar y cerró la puerta tras de sí. Aquella mujer estaba aterrorizada, pero era demasiado amable como para dejar bajo la lluvia a un monstruo como Juan, tuvo que admitir. La dueña de la casa le hizo pasar y le dijo:
- Siéntate, ponte cómodo, que voy a buscar mi gato.
Obedecí y no dejé de asombrarme de la amabilidad de la mujer. Ésta entró en un cuarto y empezó a revolver lo que parecían cajones o armarios. En esto, sacó la cabeza por la puerta entreabierta y dijo:
- ¿Quieres beber algo? Tengo de todo.
Juan, abrumando, repuso:
- No, gracias, no te molestes.
Pero mientras respondía, la mujer había dejado en la mesa una botella de champán, dos copas y fue a la cocina a por un montón de cosas de comer. Luego, se disculpó y entró de nuevo en su cuarto. Salió vestida con un traje precioso, pero con escasa tela, y un escote de vértigo y se sentó a su lado, muy cerca de él. "Pobre muchacha", pensó Juan, "le horroriza tanto mi cara que ha tenido que quitarse ropa para evitar acalorarse". Le hizo comer y beber, y ella hizo lo propio, y se pasaron hablando un buen rato. A Juan le bastaron sólo un par de horas para darse cuenta de que se había enamorado perdidamente. La chica era realmente amable, se le acercaba y le miraba mucho, para fingir que su presencia no le repugnaba. En un momento dado, salió el tema de los estudios, y ella le preguntó:
- ¿Y tú qué estudiaste?
"Así no hay manera" pensó Juan. "Cuando le diga que física pondrá cara rara y dirá que siempre la suspendía en el colegio". Es inútil, no la conquistaré en mi vida. Aún y así, como Juan odiaba mentir, repuso.
- Física.
- ¡Oh!, me encanta la física, es una ciencia apasionante.
Le agradó oír aquello, pero sus frases no significaban ningún interés de su parte. En verdad, la mujer debía de estar deseando que se fuera. Pero él estaba loco por ella... Sin embargo, no tenía ninguna oportunidad. No había hablado de él, pero tenía novio, seguro, o marido, y aunque no fuera así, jamás saldría con un despojo humano como Juan. Pero en fin, era mejor recordar haber hecho el ridículo que lamentarse por haberse tragado los propios sentimientos, de modo que se levantó y dijo:
- Debo irme, pero antes quiero decirte algo.
Ella se levantó y se acercó mucho, muy atenta:
- Eres la mujer más guapa que he conocido nunca, y me gustas mucho, pero sé que no sientes lo mismo por mí. Por eso...
Repentinamente, le dio un abrazo muy fuerte, exultante. Qué mujer tan amable, pensaba Juan. Me abraza para dulcificar su rechazo. Al momento, continuó su discurso.
- ... por eso no te lo digo por conquistarte, sino porque necesitaba confesártelo, y porque será más fácil superarlo si...
Pero ella lo interrumpió.
- Yo también te quiero.
Juan estuvo a punto de echarse a llorar. Le conmovía la compasión de la mujer. Fingir amor para no romperle el corazón; pero Juan era todo un caballero. La separó de sí y le dijo:
- Comprendo por qué haces esto, pero no te preocupes; ya superaré que no me quieras...
- Pero, cariño...
- Dale un beso a tu novio de mi parte...
- Pero si yo no tengo...
- Adios. No te olvidaré nunca.
Juan se volvió y se encaminó a la puerta, con el corazón hecho pedacitos tan pequeñitos que debían de caérsele por los agujeros del bolsillo. Antes de irse, la miró por última vez, y la vio de pie, estupefacta, llorando. Se sentía como un cerdo; no tenía que haberle dicho nada. Ahora ella sufría porque creía que estaba hiriendo sus sentimientos. La oyó susurrar:
- Amor mío.
Y de pronto corrió hacia él y trató de impedir que se fuera:
- No te vayas, te quiero... ¿qué he hecho mal? Por favor...
Parecía mentira que hubiese mujeres tan amables. Con una sonrisa, Juan respondió:
- Eres un encanto.
Y se fue. Al menos, había dejado de llover, pero ahora tenía el corazón hecho trizas de nuevo. Siempre igual; ¿por qué tenía tan mala suerte con todo? Juan oyó que la mujer cerró la puerta tras sí y le pareció oír que se echaba a llorar sobre la cama. Pobre chica, pensó, tan buena y tan sensible...
Lo peor del caso es que se había olvidado del gato, y no tenía valor para llamar otra vez... En fin, como siempre, todo le había salido mal. Entonces, pensó que el campo de golf quedaba tan sólo a 40 kilómetros. En un par de días de marcha llegaría.
De todos modos, no importaba lo que hiciera, no iba a salir de esta...


:-DDDDDDDDD No sé como lo haces, Arga, pero siempre logras animarme. Lo que me he reído con tu historia...

Este pesismismo visceral no es una característica que me guste tener. Está bien no ser un arrogante y creerse el mejor en todo, pero tampoco llegar al otro extremo... Gracias a tu cuento he podido reírme un poco de mi mismo, que buena falta me hace...

Y bueno... entre fracasar y fracasar, la respuesta es obvia... ¡fracasar, claro! :-DDDD

Hasta pronto.
Ref: puesto el 13/5/100 23:10
Mackay un poco largo. ¿ no?.