Ref: Para Elena... puesto el 22/7/01 0:08 |
Por motivos bastante obvios, no he podido desplegar una pancarta en Sondica como posiblemente lo haya hecho un familiar muy próximo. Tampoco he podido buscar guirnaldas, poner globos, tirar las serpentinas y papelillos del confeti o colocar globos. Sin embargo, en una de las columnatas de la residencia imperial de Capri hay puesto, desde hace más o menos un mes, un lazo amarillo que hoy será retirado porque has regresado felizmente a casa después de un largo viaje. Quiero mandarte un especial saludo de bienvenida y también, por supuesto, a Arga, la cual me ha tenido al tanto de tus movimientos por tierras americanas... Sé bienvenida al Viejo Continente! :-) Un saludo cordial de Tiberio... |
Ref: Sobre la Reforma ( III ) puesto el 22/7/01 0:09 |
El 31 de octubre de 1517 fue la fecha en la que la Reforma empezó a andar y todo gracias a la aparición de las 95 tesis de Martín Lutero en la ciudad germana de Wittenberg. El motivo que le llevó a la redacción de este documento fue la indignación que existía en amplios sectores cristianos europeos ante el incesante comercio de bulas e indulgencias. Lutero, que era monje agustino, criticaba además el papel que estaba desempeñando la Iglesia y que, según su punto de vista, no atendía debidamente los intereses de la sociedad a la que decía servir. La doctrina luterana, que se basa, sobre todo, en las enseñanzas de Pablo de Tarso, se puede resumir en la siguiente frase "sólo la fe, sólo la Escritura y Cristo". De este modo, el luteranismo contribuyó decisivamente a la difusión de la Biblia a todos los estratos sociales cosa que prohibía, de forma absurda, la Iglesia Romana. Además, fue el luteranismo el que promovió la traducción de la Biblia para que, de esta forma, llegara a más fieles. Así se explica que los países de lengua germánicas fueran los pioneros en este campo de la traducción de la Biblia. www.tiberio1.nav.to *** TIBERIO. MMI *** |
Ref: del Viejo Continente puesto el 22/7/01 0:31 |
Donde quiera que estés, al otro lado del charco, se te echa mucho de menos. Tienes un mail, iespana. |
Ref: puesto el 22/7/01 2:20 |
buenos dias tesorico....te quiero |
Ref: EL HOMBRE DE LA CAVERNA puesto el 22/7/01 14:02 |
CAPÍTULO 4 Mientras tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma esté sumida en esta corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros deseos; es decir, la verdad. PLATÓN Allí estaban la comida y el agua, como siempre. Pensó que no tendría bastante, después de los varios días que había estado sin probar agua ni comida. Bebió con tanta ansiedad que desperdició algunas preciosas gotas de líquido. Luego se abalanzó sobre la comida y acabó con ella en un instante. Naturalmente, no se había saciado, pero fue suficiente para calmar esa dolorosa sensación de vacío en el estómago. El tiempo todavía era un concepto informe que no era capaz de descifrar; sólo que era de día, a juzgar por la luz que entraba por el ventanuco. Tenía mucho sueño. A lo lejos creyó oír voces. Tal vez algún grito. Ya no había rastro de la luz del sol, sin embargo no tenía la sensación de haber dormido mucho rato. Los cuencos estaban otra vez repletos. Bebió ávidamente y luego, más calmado, se dispuso a dar buena cuenta de la comida. Pero entonces su mente empezó a tomar de nuevo el control. ¿Qué demonios estaba haciendo? Era esclavo de su cuerpo. Por culpa de la necesidad de satisfacerlo no había sido posible ver a Dios. Si no se hubiera dormido probablemente ya habría podido interrogarle acerca del sentido de la existencia, acerca de esos otros mundos fantásticos que él sabía que existían, con toda clase de alimentos, abundancia de agua, otras personas. Ese mundo maravilloso del que sin duda procedía y hacia donde dirigiría los pasos una vez su alma inmortal abandonase la cárcel de su mezquina envoltura física. Hasta entonces no sería capaz de entender el mundo, de enfrentarse a Dios, de conocer la verdad. Entonces tomó una firme determinación: nunca más se sometería a las exigencias de su propio cuerpo. Su voluntad tenía que prevalecer por encima de todo. Todavía el hambre le producía retortijones en el estómago, pero trató de ignorar tales demandas. Se concentró en ello. Aisló cada una de las sensaciones que sentía. Era como si un agujero negro se hubiera instalado en la boca de su estómago y fuera devorando la materia que formaba parte de sí mismo. Y qué. Podía soportarlo. Todo con tal de no plegarse a sus apetitos. Se acomodó con el ventanuco a su espalda: ya no sentía curiosidad por saber qué hora era, ni qué sucedía enfrente del acantilado. Sólo le interesaba su alma inmortal. Liberarla de su forzado encierro, de las ataduras que la mantenían prisionera de este mundo. Fue pasando el tiempo. Jamás podría averiguar cuánto, sólo que su pausado discurrir se desaceleraba cada vez más. Los músculos se le agarrotaban, pero su mente había encontrado la forma de escabullirse del dolor. Él estaba ya muy lejos de allí, viajando por todas las maravillas que recordaba de vidas anteriores. Vigilaba los cuencos, aunque no de forma rigurosa. Ahora sabía que pronto estaría ante Dios, pidiéndole cuentas y haciendo balance de su atormentada vida. Trataba de evitar el sueño en lo posible, sin saber ya exactamente por qué, pero se dejaba vencer por él de vez en cuando. Ya no era imprescindible para forzar el encuentro con Dios. No pensaba probar la comida, ni la bebida, así que los cuencos estaban siempre llenos. No tendría que venir nadie a reponerlos. De vez en cuando volvía a oír voces, aunque pudiera ser un engaño de los sentidos, o sólo retazos de sueños inacabados. Pensaba, o soñaba, que navegaba rumbo al sol, con la brisa marina endureciendo su rostro y cientos de gaviotas siguiendo la estela del barco. En algún lugar había niños jugando en un parque, al atardecer, con un sol tenue acechando las montañas. Chicharras taladrando el aire agosteño, calor denso derritiendo el asfalto. Oscuridad en la caverna. Ni un soplo de aire. De nuevo voces lejanas, tal vez en este mundo real o en el mundo recordado. Los cuencos repletos. Cierto olor a descomposición. Dios encerrado en templos, viejas moviendo los labios en rezos indescifrables. En “El vagabundo de las estrellas”, el protagonista había logrado domesticar a las moscas que volaban en su celda. Apenas sentía su propio cuerpo, pero intuía los músculos entumecidos, las articulaciones violentadas hasta el dolor. En “El vagabundo de las estrellas” –¿de Jack London?, no lo recordaba bien–, el protagonista huía del dolor, en la celda de castigo, realizando viajes astrales. ¿Viajes astrales? Apenas si podía recordar nada. Los pensamientos iban y venían en un caos circulatorio semejante al de las grandes ciudades: lento, anárquico, incesante. ¿O eran sueños y no pensamientos? Un líquido caliente empapaba su entrepierna. ¿Cómo podía orinar, si no había bebido agua en los últimos días? ¿O eran semanas? Los orificios del suelo estaban tan lejos... El sacerdote levantaba algo hacia el cielo. Una copa. Una hermosa iglesia. Una novia de ojos azules. Una pedrada que hizo brotar sangre de su cabeza; la pandilla del Pintao. Un parto difícil. Señoras y caballeros, hemos cerrado el mejor año en el balance económico de la empresa. Tormenta. Muy lejos. Con su habitual banda sonora, de fondo, acechando detrás de los truenos y la fuerza de las olas, arpegios de ritmos cálidos. No se movió. Tal vez no podía moverse. Volvió a sentir miedo cuando el tiempo transcurrido entre el fogonazo y el estruendo parecía unificarse. Antes había tenido miedo de que la tormenta destruyera el acantilado y su pequeño y mísero mundo con él. Ahora más bien anhelaba que sucediera. que el mar se tragara en su ira todos los otros sonidos de la noche, la playa, su propia celda y los barrotes de la ventana. Y si bien es cierto que no había sido capaz de averiguar si los barrotes le encarcelaban o le protegían, si estaba allí preso o resguardado, la sensación que le quedaba era de encierro y condena. Era una gran tormenta. Y sus destellos avivaban el fuego de sus ojos. El fuego de la libertad. Sus ansias de libertad. El encuentro con Dios. Cerró los ojos justo cuando la tormenta llenó un instante la caverna de una luz intensa que borró todas las cosas. Cerró los ojos cuando volvió la oscuridad y todo fue tragado por ella. Todavía le dio tiempo a esbozar una sonrisa que más bien parecía una mueca en sus labios resecos, despellejados. Y ahora a pedirle cuentas a Dios... F I N Dajo |
Ref: puesto el 22/7/01 16:11 |
Magnífico relato, Dajo. Gracias por regalarnos la vista y la mente con él. ;-******* cruzhada |