Ref: hechicero puesto el 3/5/01 0:01 |
Para Zarina,,un beso. Escalofrio en mi alma, escapa el silencio, la música mengua, se rompen recuerdos. Mis ojos te lloran, mis labios te sueñan, la sangre por mis venas... corre más lento. La nostálgia se une a mis penas, y tus recuerdos uno a uno me alimentan. Todavía estas lejos, todavía no llego, mi vida te aclama, te necesito dentro. Como pájaro herido, busco refugio, sin ti, no encuentro cobijo. Mis dias contigo, noches de locura miradas amadas instantes sin dudas. Un beso tuyo.. tus brazos alrededor de mi cuerpo.. no necesito más.. no necesito menos.. Ya llegó la noche otro día sin vernos me muero otro poco.. por que tu.. ..estás tan lejos.. hechicero. |
Ref: a petite puesto el 3/5/01 0:09 |
HELLO! no me va el correo desde hace 10 dias, ni uno ni otro, no te olvidamos jamas, haber si vienes pronto a enseñarnos ingles, PRINCESA ya casi habla. BT insiste en venir, HECHAMOS MUCHO DE MENOS HABLAR CONTIGO. Espero todo siga genial x ahi. KISSSEEEEESSSSSSSSS |
Ref: Atman puesto el 3/5/01 0:51 |
     Quisiera ser sordo      para desoir      mis lamentos.      Para perderte,      quiero ser ciego.      Querría perder mis piernas      si así olvidara el deseo      de perseguir tu recuerdo.      Más doloroso      que cercenar mis miembros      y perder mis sentidos,      es saberte lejos,      perdida eternamente,      y sólo viva en mi recuerdo.      Y yo, en tu recuerdo viviendo.           Quiero sentirte olvidada.      Quisiera no sentirte. |
Ref: Atman puesto el 3/5/01 0:54 |
     Sola,      única,      una rosa negra.      Rosa deshojada por los años,      años recordados por las penas,      y en las venas la muerte      para ella, que dió tanta vida.      De eso ya nadie se acuerda.      No hay quien la quiera.      Se olvidan de que ella      les dió la vida que ahora aman.      Y, sin embargo,      nada reprocha.      Resignada,      espera su hora.      La hora en que todos verán      que aquella que les dió de comer           ha cerrado la despensa      y se ha llevado la llave      y no volverá jamás. |
Ref: Atman puesto el 3/5/01 1:03 |
             NIÑA                          A Laura Elena      Nombras el árbol, niña.      Y el árbol crece, lento y pleno,      anegando los aires,      verde deslumbramiento,      hasta volvernos verde la mirada.      Nombras el cielo, niña.      Y el cielo azul, la nube blanca,      la luz de la mañana,      se meten en el pecho      hasta volverlo cielo y transparencia.      Nombras el agua, niña.      Y el agua brota, no sé dónde,      baña la tierra negra,      reverdece la flor, brilla en las hojas      y en húmedos vapores nos convierte.      No dices nada, niña.      Y nace del silencio      la vida en una ola      de música amarilla;      su dorada marea      nos alza a plenitudes,      nos vuelve a ser nosotros, extraviados.           ¡Niña que me levanta y resucita!      ¡Ola sin fin, sin límites, eterna! Octavio Paz |
Ref: Sigfrido puesto el 3/5/01 1:43 |
Buenas noches, literario. |
Ref: Sigfrido puesto el 3/5/01 1:45 |
Es verdad aquello de que todo cambia. Mirad literario sino. |
Ref: SOCRATES a SIGFRIDO puesto el 3/5/01 6:23 |
...sin dejar de ser ello mismo... |
Ref: Atman puesto el 3/5/01 12:14 |
                    BIOGRAFÍA        La vida que murmura. La vida abierta.        La vida sonriente y siempre inquieta.        La vida que huye volviendo la cabeza,        tentadora o quizá, sólo niña traviesa.        La vida sin más. La vida ciega        que quiere ser vivida sin mayores consecuencias,              sin hacer aspavientos, sin históricas histerias,        sin dolores trascendentes ni alegrías triunfales,        ligera, sólo ligera, sencillamente bella       o lo que así solemos llamar en la tierra. Gabriel Celaya |
Ref: Ordenalfabetix puesto el 3/5/01 13:31 |
* Mackay, la respuesta es muy simple, yo doy mas veracidad, segun los hechos que exponga, a un
experto que a otros. Si tu muestras unos textos, yo muestro otros y asi nos repetimos. Considero que he mostrado argumentos, bajo mi punto de vista, correctos para la conclusión a la que he llegado. Que cada cual forme su opinión. * Mohamed, para terminar hablarte un poco más sobre el primer texto en catalan: El pergamino estudiado es una traducción de un código legislativo visigótico, el "Liber iudiciorum", del que ya se conocía otra versión al catalán que el historiador Anscari M. Mundó situó entre los años 1180 y 1190 (finales del S. XII), y que se conserva en Montserrat. El texto urgellitano es más antiguo, sobre 1150, y la traducción obedece a otras pautas y estilos. * Joan, un recorte de prensa: Un juez prohíbe el catalán en el Registro Civil La Vanguardia - 04:00 horas - 27/04/2001 El juez responsable del Registro Civil de Santa Coloma de Farners ha prohibido que las inscripciones que se llevan a cabo en el registro del juzgado de paz de Arbúcies -que se realizan en catalán- se hagan a partir de ahora en esta lengua. Estas inscripciones incluyen los registros de boda, y las partidas de nacimiento y defunciones, entre otros trámites. La decisión del juez ha levantado polémica y el Consell Comarcal de la Selva ha enviado una queja formal al juez en la que le exige que rectifique su iniciativa. Para tomar la decisión de prohibir el uso del catalán el juez se basa en la ley de Registro Civil aprobada el 8 de junio de 1957, según la cual la utilización de esta lengua en las inscripciones "ni es posible, ni correcto". * A aquel/lla que me llamo fascista; mis proximos textos van a ser una denuncia contra los autenticos fascistas, en este caso los localizados en el pais vasco. |
Ref: Ordenalfabetix puesto el 3/5/01 13:35 |
ARANA Y LOS «MAKETOS» Historia de Erein para alumnos de 17 y 18 años. Libro de segundo de bachillerato, en castellano. Fue autorizado por el Gobierno vasco el 25 de junio de 1998: Páginas 150 y 151. Extracto de un artículo de Sabino Arana de 1896, titulado «Errores catalanistas»: «La política catalana consiste en atraer a sí a los demás españoles; la vizcaína en rechazar de sí a los españoles como extranjeros. (...) Aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos euskéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano (...). Los catalanes quisieran que no sólo ellos, sino también todos los demás españoles establecidos en su región hablasen catalán; para nosotros sería la ruina el que los maketos residentes en nuestro territorio hablasen euskara. (...) Si nos dieran a elegir entre una Vizcaya poblada de maketos que sólo hablasen el euskara y una Vizcaya poblada de vizcaínos que sólo hablasen el castellano, escogeríamos sin dubitar esta segunda porque es preferible la sustancia vizcaína con accidentes exóticos que pueden eliminar o sustituirse por los naturales, a una sustancia exótica con propiedades vizcaínas que nunca podrían cambiarla (...) Si nuestros invasores aprendieran el euskara, tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario y dedicarnos a hablar el ruso, noruego o cualquier otro idioma desconocido para ellos». A continuación, se pregunta a los alumnos: «¿Crees que en la actualidad el PNV sostiene las mismas tesis con respecto a la raza y la lengua que Sabino Arana?». Página 254. «En Euskal Herria las cuestiones más reseñables fueron la fundación de ETA en 1959 (simbolizó con el tiempo gran parte del descontento sociopolítico existente a pesar de la presencia notable del PNV), la muerte de José Antonio Agirre (1960) y el creciente descontento de sectores del clero». |
Ref: a chatarra puesto el 3/5/01 15:39 |
Lo mismo hasta me tomo un cafecito a tu salud pa despertarme, jo que duro, si parece mas lunes que jueves. |
Ref: Atman a ordenvisigótico puesto el 3/5/01 16:03 |
¿¿"auténticos fascistas"?? ¿¿"es hay otros"?? En fín, que paso ya de estas ostias, que quieres que te diga. Me parece bien un moderado debate político en la sección siempre que la formas guarden una cierta relación con la sección. Considero el ensayo periodístico una buena forma de ejercitar el buen hablar y mal entender. Pero copiar "a huevo" un texto de un libro de BUP o de esssso..., pues, que quieres que te diga... Y me parece peor, teniendo en cuenta que hay un buen número de personas de la sección que han expresado repetidamente su disgusto por este tipo de intervenciones. En fín, cada loco con su tema. Yo, por mi parte, ya sabes a qué me voy a dedicar. |
Ref: Atman puesto el 3/5/01 16:06 |
CUÉNTAME CÓMO VIVES (CÓMO VAS MURIENDO) Cuéntame cómo vives; dime sencillamente cómo pasan tus días, tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres y las confusas olas que te llevan perdido en la cambiante espuma de un blancor imprevisto. Cuéntame cómo vives. Ven a mí, cara a cara; dime tus mentiras (las mías son peores), tus resentimientos (yo también los padezco), y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte). Cuéntame cómo mueres. Nada tuyo es secreto: la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo); la locura imprevista de algún instante vivo; la esperanza que ahonda tercamente el vacío. Cuéntame cómo mueres, cómo renuncias 'sabio', cómo 'frívolo' brillas de puro fugitivo, cómo acabas en nada y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo. Gabriel Celaya |
Ref: CARETA (por poner algo) puesto el 3/5/01 16:37 |
      ¡Poco dura la alegría en casa del pobre! Se creía el personal (algunos ilusos) que Literario había recuperado su vocación original, es decir sus poemas empalagosos ("...la sombra de tus pestañas dibujará..."), sus textos con historieta ("...y el egoismo le dijo a la sabiduría..."), sus moralinas orientales ("...y enterró el tesoro en lo más profundo de..."), sus frases de calendario a cuatro duros ("la verdaderea naturaleza del hombre es ...")       Todo el gozo en un pozo. El defensor del imperio ha vuelto con su camisa nueva (total estuvo ausente un día y ¡joder, que respiro!). Si señor, vuelve por sus fueros, con su argumentación pueril, su discurso rancio y su mala leche reconcentrada. Fuera de esta página no le soporta ni dios y aquí tenemos que tragárnoslo enterito, por cojones, como un cuñado palizas o una vecina voceras. ¡El que no esté contento que se joda!       Está claro que nunca llueve a gusto de todos. Y lo peor es que uno está obligado de seguir asomándosee discretamente que, nunca se sabe cuando salta la liebre, a veces, pocas a mi gusto, aparecen cosas escritas que no tienen ningún desperdicio. ¡Palabra de mirón! (o de voyeur, que queda más fino) |
Ref: Mirón puesto el 3/5/01 17:55 |
...es curioso como proliferan los compañeros mirones, aunque a este tocayo no he logrado entenderle demasiado... no obstante, hace mucho tiempo que se repite la historia y cuando algunos se cansen, otros vendrán con repetidas historias y desgraciadamente, también fuera de sección. Hace un tiempo, otro nick proponía que los de literario pasaran su sección a quejios... si no fuera porque ya me conozco a la gente y sé que no lo harán, propondría a los quejumbrosos con mensajes de contenido más bien político/racial/lo-que-sea que fueran ellos los que dejaran espacio libre a la literatura en esta sección, aunque bien mirado, más de una historia podría entenderse como un "cuento para niños"... ¡a seguir aguantando compañeros! |
Ref: puesto el 3/5/01 19:45 |
                            SI TODO VUELVE A COMENZAR      Quiero decirlo ahora     porque si no después las cosas se complican.      Soy peor todavía de lo que muchos creen.      Me gusta justamente el plato que otro come      aburro una tras otra mis camisas      me encantan los entierros y odio los recitales      duermo como una bestia      deseo que los muebles estén más de mil años en el mismo lugar               y aunque a escondidas uso tu cepillo de dientes      no quiero que te peines con mi peine      soy fuerte como un roble      pero me ando muriendo a cada rato      comprendo las cuestiones más difíciles               y no sé resolver lo que en verdad me importa.      Así puedo seguir hasta morirme:      ya ves soy lo que llaman      el clásico maníaco depresivo.      Te explico estas cuestiones      porque si todo vuelve a comenzar      no me hagas mucho caso acuérdate. José Agustín Goytisolo. |
Ref: Atman, obviamente ;-) puesto el 3/5/01 19:45 |
Ref: Más Prosa puesto el 3/5/01 21:54 |
EN MEMORIA DE PAULINA
Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. "Nuestras" en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía. Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad. La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mí, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginábamos con tanta vividez que nos persuadíamos de que ya vivíamos juntos. Hablar de nuestro casamiento no nos inducía a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños. No me atrevía a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cómo la quería, Con qué amor atónito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfección . A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atendía a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser dueña de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepción. La víspera, Montero me había visitado por primera vez. Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo. Un rato después de la visita yo había olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me leyó –Montero me había encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte–, acaso fuera notable porque revelaba un vago propósito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central procedía del probable sofisma: si una determinada melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría. Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el último párrafo, el bastidor aparecía, junto a un esteroscopio y un trípode con una piedra de galena, en el cuarto donde había muerto una señorita. Cuando logré apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifestó una extraña ambición por conocer a escritores. –Vuelva mañana por la tarde–le dije–. Le presentaré a algunos. Se describió a si mismo como un salvaje y aceptó la invitación. Quizá movido por el agrado de verlo partir, bajé con él hasta la puerta de calle. Cuando salimos del ascensor, Montero descubrió el jardín que hay en el patio. A veces, en la tenue luz de la tarde, viéndolo a través del portón de vidrio que lo separa del hall, ese diminuto jardín sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago. De noche, proyectores de luz lila y de luz anaranjada lo convierten en un horrible paraíso de caramelo. Montero lo vio de noche. –Le seré franco–me dijo, resignándose a quitar los ojos del jardín–. De cuanto he visto en la casa esto es lo más interesante. Al otro día Paulina llegó temprano; a las cinco de la tarde ya tenía todo listo para el recibo. Le mostré una estatuita china, de piedra verde, que yo había comprado esa mañana en un anticuario. Era un caballo salvaje, con las manos en el aire y la crin levantada. El vendedor me aseguró que simbolizaba la pasión . Paulina puso el caballito en un estante de la biblioteca y exclamó: Es hermoso como la primera pasión de una vida. Cuando le dije que se lo regalaba, impulsivamente me echó los brazos al cuello y me besó. Tomamos el té en el antecomedor. Le conté que me habían ofrecido una beca para estudiar dos años en Londres. De pronto creímos en un inmediato casamiento , en el viaje, en nuestra vida en Inglaterra (nos parecía tan inmediata como el casamiento). Consideramos pormenores de economía doméstica; las privaciones, casi dulces, a que nos someteríamos; la distribución de horas de estudio, de paseo, de reposo y, tal vez, de trabajo; lo que haría Paulina mientras yo asistiera a los cursos; la ropa y los libros que llevaríamos. Después de un r ato de proyectos, admitimos que yo tendría que renunciar a la beca. Faltaba una semana para mis exámenes, pero ya era evidente que los padres de Paulina querían postergar nuestro casamiento. Empezaron a llegar los invitados. Yo no me sentía feliz. Cuando conversaba con una persona, sólo pensaba en pretextos para dejarla. Proponer un tema que interesara al interlocutor me parecía imposible. Si quería recordar algo, no tenía memoria o la tenía demasiado lejos. Ansioso, fútil, abatido, pasaba de un grupo a otro, deseando que la gente se fuera, que nos quedáramos solos, que llegara el momento, ay, tan breve, de acompañar a Paulina hasta su casa. Cerca de la ventana, mi novia hablaba con Montero. Cuando la miré, levantó los ojos e inclinó hacia mí su cara perfecta. Sentí que en la ternura de Paulina había un refugio inviolable, en donde estábamos solos. ¡Cómo anhelé decirle que la quería! Tomé la firme resolución de abandonar esa misma noche mi pueril y absurda vergüenza de hablarle de amor. Si ahora pudiera (suspiré) comunicarle mi pensamiento. En su mirada palpitó una generosa, alegre y sorprendida gratitud. Paulina me preguntó en qué poema un hombre se aleja tanto de una mujer que no la saluda cuando la encuentra en el cielo. Yo sabía que el poema era de Browning y vagamente recordaba los versos. Pasé el resto de la tarde buscándolos en la edición de Oxford. Si no me dejaban con Paulina, buscar algo para ella era preferible a conversar con otras personas, pero estaba singularmente ofuscado y me pregunté si la imposibilidad de encontrar el poema no entrañaba un presagio. Miré hacia la ventana. Luis Alberto Morgan, el pianista, debió de notar mi ansiedad, porque me dijo: –Paulina está mostrando la casa a Montero. Me encogí de hombros, oculté apenas el fastidio y simulé interesarme, de nuevo, en el libro de Browning. Oblicuamente vi a Morgan entrando en mi cuarto. Pensé: Va a llamarla. En seguida reapareció con Paulina y con Montero. Por fin alguien se fue; después, con despreocupación y lentitud partieron otros. Llegó un momento en que sólo quedamos Paulina, yo y Montero. Entonces, como lo temí, exclamó Paulina: –Es muy tarde. Me voy. Montero intervino rápidamente: –Si me permite, la acompañaré hasta su casa. –Yo también te acompañaré–respondí. Le hablé a Paulina, pero miré a Montero. Pretendí que los ojos le comunicaran mi desprecio y mi odio. Al llegar abajo, advertí que Paulina no tenía el caballito chino. Le dije: –Has olvidado mi regalo. Subí al departamento y volví con la estatuita . Los encontré apoyados en el portón de vidrio, mirando el jardín. Tomé del brazo a Paulina y no permití que Montero se le acercara por el otro lado. En la conversación prescindí ostensiblemente de Montero. No se ofendió. Cuando nos despedimos de Paulina, insistió en acompañarme hasta casa. En el trayecto habló de literatura, probablemente con sinceridad y con fervor. Me dije: Él es el literato; yo soy un hombre cansado, frívolamente preocupado con una mujer. Consideré la incongruencia que había entre su vigor físico y su debilidad literaria. Pensé: una caparazón lo protege; no le llega lo que siente el interlocutor. Miré con odio sus ojos despiertos, su bigote hirsuto, su pescuezo fornido. Aquella semana casi no vi a Paulina. Estudié mucho. Después del último examen, la llamé por teléfono. Me felicitó con una insistencia que no parecía natural y dijo que al fin de la tarde iría a casa. Dormí la siesta, me bañé lentamente y esperé a Paulina hojeando un libro sobre los Faustos de Muller y de Lessing. Al verla, exclamé: –Estás cambiada. –Si–respondió–. ¡Cómo nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo que siento. Nos miramos en los ojos, en un éxtasis de beatitud. –Gracias–contesté. Nada me conmovía tanto como la admisión, por parte de Paulina, de la entrañable conformidad de nuestras almas. Confiadamente me abandoné a ese halago. No sé cuándo me pregunté (incrédulamente) si las palabras de Paulina ocultarían otro sentido. Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendió una confusa explicación. Oí de pronto: –Esa primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados Me pregunté quiénes estaban enamorados. Paulina continuó. –Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le juré que, por un tiempo, no te vería. Yo esperaba, aún, la imposible aclaración que me tranquilizara. No sabía si Paulina hablaba en broma o en serio. No sabía qué expresión había en mi rostro. No sabía lo desgarradora que era mi congoja. Paulina agregó: –Me voy. Julio está esperándome. No subió para no molestarnos. –¿Quién?–pregunté. En seguida temí–como si nada hubiera ocurrido–que Paulina descubriera que yo era un impostor y que nuestras almas no estaban tan juntas. Paulina contestó con naturalidad: –Julio Montero. La respuesta no podía sorprenderme; sin embargo, en aquella tarde horrible, nada me conmovió tanto como esas dos palabras. Por primera vez me sentí lejos de Paulina. Casi con desprecio le pregunté: –¿Van a casarse? No recuerdo qué me contestó. Creo que me invitó a su casamiento. Después me encontré solo. Todo era absurdo. No había una persona más incompatible con Paulina (y conmigo) que Montero. ¿O me equivocaba? Si Paulina quería a ese hombre, tal vez nunca se había parecido a mí. Una abjuración no me bastó; descubrí que muchas veces yo había entrevisto la espantosa Verdad. Estaba muy triste, pero no creo que sintiera celos. Me acosté en la cama, boca abajo. Al estirar una mano, encontré el libro que había leído un rato antes. Lo arrojé lejos de mí, con asco . Salí a caminar. En una esquina miré una calesita. Me parecía imposible seguir viviendo esa tarde. Durante años la recordé y como prefería los dolorosos momentos de la ruptura (porque los había pasado con Paulina) a la ulterior soledad, los recorría y los examinaba minuciosamente y volvía a vivirlos. En esta angustiada cavilación creía descubrir nuevas interpretaciones para los hechos. Así, por ejemplo, en la voz de Paulina declarándome el nombre de su amado, sorprendí una ternura que, al principio, me emocionó. Pensé que la muchacha me tenía lástima y me conmovió su bondad como antes me conmovía su amor. Luego, recapacitando, deduje que esa ternura no era para mí sino para el nombre pronunciado. Acepté la beca, y, silenciosamente, me ocupé en los preparativos del viaje. Sin embargo, la noticia trascendió. En la última tarde me visitó Paulina. Me sentía alejado de ella, pero cuando la vi me enamoré de nuevo. Sin que Paulina lo dijera, comprendí que su aparición era furtiva. La tomé de las manos, trémulo de agradecimiento. Paulina exclamó: –Siempre te querré. De algún modo, siempre te querré más que a nadie. Tal vez creyó que había cometido una traición. Sabía que yo no dudaba de su lealtad hacia Montero, pero como disgustada por haber pronunciado palabras que entrañaran–si no para mí, para un testigo imaginario–una intención desleal, agregó rápidamente: –Es claro, lo que siento por ti no cuenta. Estoy enamorada de Julio. Todo lo demás, dijo, no tenía importancia. El pasado era una región desierta en que ella había esperado a Montero. De nuestro amor, o amistad, no se acordó. Después hablamos poco. Yo estaba muy resentido y fingí tener prisa. La acompañé en el ascensor. Al abrir la puerta retumbó, inmediata, la lluvia. –Buscaré un taxímetro–dije. Con una súbita emoción en la voz, Paulina me gritó: –Adiós, querido. Cruzó, corriendo, la calle y desapareció a lo lejos. Me volví, tristemente. Al levantar los ojos vi a un hombre agazapado en el jardín. El hombre se incorporó y apoyó las manos y la cara contra el portón de vidrio. Era Montero. Rayos de luz lila y de luz anaranjada se cruzaban sobre un fondo verde, con boscajes oscuros. La cara de Montero, apretada contra el vidrio mojado, parecía blanquecina y deforme. Pensé en acuarios, en peces en acuarios. Luego, con frívola amargura, me dije que la cara de Montero sugería otros monstruos: los peces deformados por la presión del agua, que habitan el fondo del mar. Al otro día, a la mañana, me embarqué. Durante el viaje, casi no salí del camarote. Escribí y estudié mucho. Quería olvidar a Paulina. En mis dos años de Inglaterra evité cuanto pudiera recordármela: desde los encuentros con argentinos hasta los pocos telegramas de Buenos Aires que publicaban los diarios. Es verdad que se me aparecía en el sueño, con una vividez tan persuasiva y tan real, que me pregunté si mi alma no contrarrestaba de noche las privaciones que yo le imponía en la vigilia. Eludí obstinadamente su recuerdo. Hacia el fin del primer año, logré excluirla de mis noches, y, casi, olvidarla. La tarde que llegué de Europa volví a pensar en Paulina. Con aprehensión me dije que tal vez en casa los recuerdos fueran demasiado vivos. Cuando entré en mi cuarto sentí alguna emoción y me detuve respetuosamente, conmemorando el pasado y los extremos de alegría y de congoja que yo había conocido. Entonces tuve una revelación vergonzosa. No me conmovían secretos monumentos de nuestro amor, repentinamente manifestados en lo más íntimo de la memoria; me conmovía la enfática luz que entraba por la ventana, la luz de Buenos Aires. A eso de las cuatro fui hasta la esquina y compré un kilo de café. En la panadería, el patrón me reconoció, me saludó con estruendosa cordialidad y me informó que desde hacia mucho tiempo–seis meses por lo menos–yo no lo honraba con mis compras. Después de estas amabilidades le pedí, tímido y resignado, medio kilo de pan. Me preguntó, como .siempre: –¿,Tostado o blanco'? Le contesté, como siempre: –Blanco. Volví a casa. Era un día claro como un cristal y muy frío. Mientras preparaba el café pensé en Paulina. Hacia el fin de la tarde solíamos tomar una taza de café negro. Como en un sueño pasé de un afable y ecuánime in diferencia a la emoción, a la locura, que me produjo la aparición de Paulina. Al verla caí de rodillas, hundí la cara entre sus manos y lloré por primera vez todo el dolor de haberla perdido. Su llegada ocurrió así: tres golpes resonaron en la puerta; me pregunté quién seria el intruso; pensé que por su culpa se enfriaría el café, abrí, distraídamente. Luego–ignoro si el tiempo transcurrido fue muy largo o muy breve–Paulina me ordenó que la siguiera. Comprendí que ella estaba corrigiendo, con la persuasión de los hechos, los antiguos errores de nuestra conducta. Me parece (pero además de recaer en los mismos errores, soy infiel a esa tarde) que los corrigió con excesiva determinación . Cuando me pidió que la tomara de la mano ("¡La mano!", me dijo. "¡Ahora!") me abandoné a la dicha. Nos miramos en los ojos y, como dos ríos confluentes, nuestras almas también se unieron. Afuera, sobre el techo, contra las paredes, llovía. Interpreté esa lluvia–que era el mundo entero surgiendo, nuevamente–como una pánica expansión de nuestro amor. La emoción no me impidió, sin embargo, descubrir que Montero había contaminado la conversación de Paulina. Por momentos, cuando ella hablaba, yo tenía la ingrata impresión de oír a mi rival. Reconocí la característica pesadez de las frases; reconocí las ingenuas y trabajosas tentativas de encontrar el término exacto; reconocí, todavía apuntando vergonzosamente, la inconfundible vulgaridad. Con un esfuerzo pude sobreponerme. Miré el rostro, la sonrisa, los ojos. Ahí estaba Paulina, intrínseca y perfecta. Ahí no me la habían cambiado. Entonces, mientras la contemplaba en la mercurial penumbra del espejo, rodeada por el marco de guirnaldas, de coronas y de ángeles negros, me pareció distinta. Fue como si descubriera otra versión de Paulina; como si la viera de un modo nuevo. Di gracias por la separación, que me había interrumpido el hábito de verla, pero que me la devolvía más hermosa. Paulina dijo: –Me voy. Julio me espera. Advertí en su voz una extraña mezcla de menosprecio y de angustia, que me desconcertó. Pensé melancólicamente: Paulina, en otros tiempos, no hubiera traicionado a nadie. Cuando levanté la mirada, se había ido. Tras un momento de vacilación la llamé. Volví a llamarla, bajé a la entrada, corrí por la calle. No la encontré. De vuelta, sentí frío. Me dije: "Ha refrescado. Fue un simple chaparrón". La calle estaba seca. Cuando llegué a casa vi que eran las nueve. No tenía ganas de salir a comer; la posibilidad de encontrarme con algún conocido, me acobardaba. Preparé un poco de café. Tomé dos o tres tazas y mordí la punta de un pan. No sabía siquiera cuándo volveríamos a vernos. Quería hablar con Paulina. Quería pedirle que me aclarara... De pronto, mi ingratitud me asustó. El destino me deparaba toda la dicha y yo no estaba contento. Esa tarde era la culminación de nuestras vidas. Paulina lo había comprendido así. Yo mismo lo había comprendido. Por eso casi no hablamos. (Hablar, hacer preguntas hubiera sido, en cierto modo, diferenciarnos.) Me parecía imposible tener que esperar hasta el día siguiente para ver a Paulina. Con premioso alivio determiné que iría esa misma noche a casa de Montero. Desistí muy pronto; sin hablar antes con Paulina, no podía visitarlos. Resolví buscar a un amigo–Luis Alberto Morgan me pareció el más indicado–y pedirle que me contara cuanto supiera de la vida de Paulina durante mi ausencia. Luego pensé que lo mejor era acostarme y dormir. Descansado, vería todo con más comprensión. Por otra parte, no estaba dispuesto a que me hablaran frívolamente de Paulina. Al entrar en la cama tuve la impresión de entrar en un cepo (recordé, tal vez, noches de insomnio, en que uno se queda en la cama para no reconocer que está desvelado). Apagué la luz. No cavilaría más sobre la conducta de Paulina. Sabía demasiado poco para comprender la situación. Ya que no podía hacer un vacío en la mente y dejar de pensar, me refugiaría en el recuerdo de esa tarde. Seguiría queriendo el rostro de Paulina aun si encontraba en sus actos algo extraño y hostil que me alejaba de ella. E1 rostro era el de siempre, el puro y maravilloso que me había querido antes de la abominable aparición de Montero. Me dije: Hay una fidelidad en las caras, que las almas quizá no comparten. ¿O todo era un engaño? ¿Yo estaba enamorado de una ciega proyección de mis preferencias y repulsiones? ¿Nunca había conocido a Paulina? Elegí una imagen de esa tarde–Paulina ante la oscura y tersa profundidad del espejo–y procuré evocarla. Cuando la entreví, tuve una revelación instantánea: dudaba porque me olvidaba de Paulina. Quise consagrarme a la contemplación de su imagen. La fantasía y la memoria son facultades caprichosas: evocaba el pelo despeinado, un pliegue del vestido, la vaga penumbra circundante, pero mi amada se desvanecía. Muchas imágenes, animadas de inevitable energía, pasaban ante mis ojos cerrados. De pronto hice un descubrimiento. Como en el borde oscuro de un abismo, en un ángulo del espejo, a la derecha de Paulina, apareció el caballito de piedra verde. La visión, cuando se produjo, no me extrañó; sólo después de unos minutos recordé que la estatuita no estaba en casa. Yo se la había regalado a Paulina hacía dos años. Me dije que se trataba de una superposición de recuerdos anacrónicos (el más antiguo, del caballito; el más reciente, de Paulina). La cuestión quedaba dilucidada, yo estaba tranquilo y debía dormirme. Formulé entonces una reflexión vergonzosa y, a la luz de lo que averiguaría después, patética. "Si no me duermo pronto", pensé, "mañana estaré demacrado y no le gustaré a Paulina". Al rato advertí que mi recuerdo de la estatuita en el espejo del dormitorio no era justificable. Nunca la puse en el dormitorio. En casa, la vi únicamente en el otro cuarto (en el estante o en manos de Paulina o en las mías). Aterrado, quise mirar de nuevo esos recuerdos. E1 espejo reapareció, rodeado de ángeles y de guirnaldas de madera, con Paulina en el centro y el caballito a la derecha. Yo no estaba seguro de que reflejara la habitación. Tal vez la reflejaba, pero de un modo vago y sumario. En cambio el caballito se encabritaba nítidamente en el estante de la biblioteca. La biblioteca abarcaba todo el fondo y en la oscuridad lateral rondaba un nuevo personaje, que no reconocí en el primer momento. Luego, con escaso interés, noté que ese personaje era yo. Vi el rostro de Paulina, lo vi entero (no por partes), como proyectado hasta mí por la extrema intensidad de su hermosura y de su tristeza. Desperté llorando. No sé desde cuándo dormía. Sé que el sueño no fue inventivo. Continuó, insensiblemente, mis imaginaciones y reprodujo con fidelidad las escenas de la tarde. Miré el reloj. Eran las cinco. Me levantaría temprano y, aun a riesgo de enojar a Paulina, iría a su casa. Esta resolución no mitigó mi angustia. Me levanté a las siete y media, tomé un largo baño y me vestí despacio. Ignoraba dónde vivía Paulina. El portero me prestó la guía de teléfonos y la Guía Verde. Ninguna registraba la dirección de Montero. Busqué el nombre de Paulina; tampoco figuraba. Comprobé, asimismo, que en la antigua casa de Montero vivía otra persona. Pensé preguntar la dirección a los padres de Paulina. No los veía desde hacía mucho tiempo (cuando me enteré del amor de Paulina por Montero, interrumpí el trato con ellos). Ahora, para disculparme, tendría que historiar mis penas. Me faltó el ánimo. Decidí hablar con Luis Alberto Morgan. Antes de las once no podía presentarme en su casa. Vagué por las calles, sin ver nada, o atendiendo con momentánea aplicación a la forma de una moldura en una pared o al sentido de una palabra oída al azar. Recuerdo que en la plaza Independencia una mujer, con los zapatos en una mano y un libro en la otra, se paseaba descalza por el pasto húmedo. Morgan me recibió en la cama, abocado a un enorme tazón, que sostenía con ambas manos. Entre vi un líquido blancuzco y, flotando, algún pedazo de pan. –¿Dónde vive Montero?–le pregunté. Ya había tomado toda la leche. Ahora sacaba del fondo de la taza los pedazos de pan. –Montero está preso–contestó. No pude ocultar mi asombro. Morgan continuó: –¿Cómo? ¿Lo ignoras? lmaginó, sin duda, que yo ignoraba solamente ese detalle, pero, por gusto de hablar, refirió todo lo ocurrido. Creí perder el conocimiento: caer en un repentino precipicio; ahí también llegaba la voz ceremoniosa, implacable y nítida, que relataba hechos incomprensibles con la monstruosa y persuasiva convicción de que eran familiares. Morgan me comunicó lo siguiente: Sospechando que Paulina me visitaría, Montero se ocultó en el jardín de casa. La vio salir, la siguió; la interpeló en la calle. Cuando se juntaron curiosos, la subió a un automóvil de alquiler. Anduvieron toda la noche por la Costanera y por los lagos y, a la madrugada, en un hotel del Tigre, la mató de un balazo. Esto no había ocurrido la noche anterior a esa mañana; había ocurrido la noche anterior a mi viaje a Europa; había ocurrido hacía dos años. En los momentos más terribles de la vida solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a trivialidades. En ese momento yo le pregunté a Morgan: –¿Te acuerdas de la última reunión, en casa, antes de mi viaje? Morgan se acordaba. Continué: –Cuando notaste que yo estaba preocupado y fuiste a mi dormitorio a buscar a Paulina, ¿qué hacía Montero? –Nada–contestó Morgan, con cierta vivacidad–. Nada. Sin embargo, ahora lo recuerdo: se miraba en el espejo. Volvía a casa. Me crucé, en la entrada, con el portero. Afectando indiferencia, le pregunté: –¿Sabe que murió la señorita Paulina? –¿Cómo no voy a saberlo?–respondió–. Todos los diarios hablaron del asesinato y yo acabé declarando en la policía. El hombre me miró inquisitivamente. –¿Le ocurre algo?–dijo, acercándose mucho–. ¿Quiere que lo acompañe? Le di las gracias y me escapé hacia arriba. Tengo un vago recuerdo de haber forcejeado con una llave; de haber recogido unas cartas, del otro lado de la puerta; de estar con los ojos cerrados, tendido boca abajo, en la cama. Después me encontré frente al espejo, pensando: " Lo cierto es que Paulina me visitó anoche. Murió sabiendo que el matrimonio con Montero había sido un equivocación– una equivocación atroz–y que nosotros éramos la verdad. Volvió desde la muerte, para completar su destino, nuestro destino". Recordé una frase que Paulina escribió, hace años, en un libro: Nuestras almas ya se reunieron. Seguí pensando: "Anoche, por fin. En el momento en que la tomé de la mano". Luego me dije: "Soy indigno de ella: he dudado, he sentido celos. Para quererme vino desde la muerte". Paulina me había perdonado. Nunca nos habíamos querido tanto. Nunca estuvimos tan cerca. Yo me debatía en esta embriaguez de amor, victoriosa y triste cuando me pregunté–mejor dicho, cuando mi cerebro, llevado por el simple hábito de proponer alternativas, se preguntó–si no habría otra explicación para la visita de anoche. Entonces, como una fulminación, me alcanzó la verdad. Quisiera descubrir ahora que me equivoco de nuevo. Por desgracia, como siempre ocurre cuando surge la verdad, mi horrible explicación aclara los hechos que parecían misteriosos. Estos, por su parte, la confirman. Nuestro pobre amor no arrancó de la tumba a Paulina. No hubo fantasma de Paulina. Yo abracé un monstruoso fantasma de los celos de mi rival. La clave de lo ocurrido está oculta en la visita que me hizo Paulina en la víspera de mi viaje. Montero la siguió y la esperó en el jardín. La riñó toda la noche y, porque no creyó en sus explicaciones–¿cómo ese hombre entendería la pureza de Paulina?–la mató a la madrugada. Lo imaginé en su cárcel, cavilando sobre esa visita, representándosela con la cruel obstinación de los celos. La imagen que entró en casa, lo que después ocurrió allí, fue un a proyección de la horrenda fantasía de Montero. No lo descubrí entonces, porque estaba tan conmovido y tan feliz, que sólo tenía voluntad para obedecer a Paulina. Sin embargo, los indicios no faltaron. Por ejemplo, la lluvia. Durante la visita de la verdadera Paulina–en la víspera de mi viaje–no oí la lluvia. Montero, que estaba en el jardín, la sintió directamente sobre su cuerpo. Al imaginarnos, creyó que la habíamos oído. Por eso anoche oí llover. Después me encontré con que la calle estaba seca. Otro indicio es la estatuita. Un solo día la tuve en casa: el día del recibo. Para Montero quedó como un símbolo del lugar. Por eso apareció anoche. No me reconocí en el espejo, por que Montero no me imaginó claramente. Tampoco imaginó con precisión el dormitorio. Ni siquiera conoció Paulina. La imagen proyectada por Montero se condujo de un modo que no es propio de Paulina. Además, hablaba como él. Urdir esta fantasía es el tormento de Montero. El mío es más real. Es la convicción de que Paulina no volvió porque estuviera desengañada de su amor. Es la convicción de que nunca fui su amor. Es la convicción de que Montero no ignoraba aspectos de su vida que sólo he conocido indirectamente. Es la convicción de que al tomarla de la mano–en el supuesto momento de la reunión de nuestras almas–obedecí a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigió y que mi rival oyó muchas veces. de "La trama celeste", publicado en 1948 © ADOLFO BIOY CASARES ~~~ Manu ~~~ con más prosa |
Ref: para todos puesto el 3/5/01 21:57 |
Bien mirado,dejemos que Ordenalfabetix;Mohamed;y otros verbalizadores se despiojen aquí,es mejor eso que no que literario se quede como las otras secciones,es decir no encontradas,así que esperamos que Atman;Halcon Peregrino;Mindaia;Hechicero(por supuesto);Mephisto, y tantos y tantos otro no se cansen y sigan aportándo sentimientos,literatura,cosas curiosas(manu ;-))Tiberio no se resienta,,en fin saboreemos lo que nos gusta,,y suframos lo que no,,ya se cansaran. Un saludo literario. |
Ref: puesto el 3/5/01 22:28 |
Espero expentate también tu cansancio |
Ref: Mindaia puesto el 3/5/01 22:32 |
SI TODO VUELVE A COMENZAR Quiero decirlo ahora porque seguro que despues las cosas se complican. Soy mejor todavia de lo que muchos creen. Me gusta justamente el plato que tu comes pero me aburre el planchar tus camisas no lloro en los entierros y si en los recitales solo se dormir entre tus brazos deseo que los muebles desparezcan y poder sentarme en el suelo a escondidas me pongo tus pijamas y me encanta tu aroma entre mis cosas soy fragil como el junco pero sobrevivo a cada rato me rio de las cuestiones mas dificiles y tambien de lo que en verdad me importa. Así puedo seguir hasta morirme: ya ves soy lo que llaman la tipica maruja loca de remate Te explico estas cuestiones porque si todo vuelve a comenzar me hagas algo mas de caso,acuerdate. Mindaia... sin poder resistirse..:-))) |
Ref: Manu para Mindaia puesto el 3/5/01 22:49 |
REQUIEM DE MADRE
Aquí yace una pobre mujer que se murió de cansada. En su vida no pudo tener jamás las manos cruzadas. De este valle de trapo y jabón me voy como he venido, sin más suerte que la obligación, más pago que el olvido. Aleluya, me mudo a un hogar donde nada se vuelve a ensuciar. Nadie me pedirá de comer en mi última morada no tendré que planchar ni coser como condenada. Cantan ángeles alrededor de la eterna fregona y le cambian el repasador por una corona. No lloréis a esta pobre mujer porque se encamina a un hogar donde no hay que barrer, donde no hay cocina. Aleluya esta pobre mujer bienaventurada, ya no tiene más nada que hacer y ya no hace nada. (p) MARÍA ELENA WALSH |
Ref: puesto el 3/5/01 23:27 |
Manu no para de copiar y luego se quejan algunos de que Ordenalfabetix solo copia. Manu no molestes mas y vuelvete a tu lista de correos. |
Ref: Mohamed puesto el 3/5/01 23:55 |
Una cosa tengo que decir a favor de Ordenalfabetix, a pesar de sus ideología en las antípodas de mis sentimientos, y digo sentimientos ex profeso puesto que yo no soy político, ni siquiera nacionalista, aunque algun@s estén convencidos de lo contrario. Yo simplemente creo en la libertad, la libertad de los individuos y los pueblos. Bueno, pues como empecé a decir, una cosa tengo que decir en su favor, a pesar de que su apasionamiento en los temas le haga no tener en cuenta datos de las fuentes por el mismo citadas... A pesar de sus contradicciones: a pretende valorar al catalán como un dilecto de tercera y en numerosas ocasiones se le va el inconsciente y lo nombra como lengua o idioma (en realidad el sabe perfectamente que lo es)... A pesar de montar estructuras como su última copia del libro de BUP en la que cualquier persona medianamente inteligente puede comprender que en realidad el texto está puesto para precisamente explicar a los alumnos las diferencias ideológicas entre Sabino Arana y el PNV de hoy, evidentemente con cargos públicos de origen inmigrante... A pesar de todo esto digo, no ha caído en el insulto a la hora de dirigirse personalmente a mi y no recuerdo a ningún otro. Es cierto que al principio yo también creía que era el anónimo o anónima que se dedicaba a insultar a todo el mundo pero ahora no lo veo así. Más bien creo que hay otro o otra que presumiendo en ocasiones de literario lanza mensajes al estilo del texto de las 21:57 en la que no puede reprimir el impulso al insulto. Incluso en los momentos que quiere hacerlo presumiblemente dentro de una forma literaria. Se reprocha por el o ella o ellos, que se hable de política pero no le molesta si se hace dentro de su visión (por ejemplo opiniones de Tiberio, que en varias ocasiones a recurrido al insulto generalizado contra colectivos), pues no es el teme sino las opiniones, la libertad de expresión lo que le da miedo y molesta. Tanto es así que estoy seguro que la misma persona que a veces me ha criticado por opinar es la que también me ha dicho si eso eran todos mis argumentos y que para eso no hacia falta que empezara cuando he querido dejar de hacerlo. Y yo le digo: ¿todos tus argumentos son mirarte al ombligo y recurrir al insulto desde al anonimato?. ¿Son en realidad las opiniones políticas lo que le molesta o que encuentren respuesta?. Otras no molestan ni desde el insulto. En fin, buenas noches, que usted descanse bien. A seguir con sus fobias y sus miedos, la libertad puede resultar peligrosa. |