Ref: puesto el 17/2/01 0:11













Ref: De Mackay a TIBERIO puesto el 17/2/01 0:23
Pues eso, estoy de acuerdo. Cuando era más pequeño, hace unos diez años, veía que, a mi alrededor, casi todo el mundo estaba emparejado o acababa haciéndolo, y yo también pensaba que, un día, me vería en esa misma situación. Sin embargo, han ido pasando los años, y tras ir de fracaso en fracaso, me he dado cuenta de que eso de emparejarse, para bien o para mal, no es algo ineludible. Y, en mi caso, no creo que llegue nunca.
Realmente, empieza a darme igual. Hay cosas mucho mejores en la vida, ¿verdad? Y es que... ya sabes que digo que, para nosotros, buscar pareja es más difícil que conseguir trabajo. El método es el mismo: enviar el currículum a todos los sitios que puedas (mientras más mejor); pero con las chicas hay una dificultad añadida: ninguna empresa se pone hecha una fiera porque has enviado decenas de currículum a la competencia... :-).
Hasta pronto.
Ref: De Mackay a TODOS puesto el 17/2/01 0:26
¿Recordáis la historia de Lidia? Para el que no se acuerde, puede leerla en: http://www.webon.es/contactos/literario/010204l.html

Esta noche, voy a seguirla sólo un poquito.
Ref: De Mackay a TODOS puesto el 17/2/01 0:28
Aquella noche, después de cenar, Lidia había terminado de trazar su plan de fuga. Se acostó como si no pasase nada, como llevaba haciendo desde que tenía uso de razón. Pero no se durmió. Permaneció tumbada en su camastro bastante tiempo, el que consideró necesario para que el sueño venciera a toda una familia cansada de tanto trabajar. Ella misma se sentía agotada, y le picaban los ojos, que parecían protestar porque se les negaba su descanso; sin embargo, el recuerdo de la flor de Tresa le dio las fuerzas necesarias para soportar la vigilia.
Cuando creyó que toda su familia dormía profundamente, se levantó con mucho cuidado de no hacer ruido. Se dirigió hacia un baúl, en cuyo fondo, bien escondido entre sus escasos trajes, había un saco con todo el dinero que tenía. A veces, su padre le daba unas monedas, para que se comprara algún capricho cuando llegase a la aldea un comerciante. Lidia las había ido guardando, con la idea de, en vez de cualquier tontería, comprarse un anillo de oro con un zafiro cuando tuviera lo suficiente. Suspiró cuando comprendió que ya no podría comprárselo; de cualquier manera, necesitaría algún dinero en su viaje hacia Tresa, y conseguir una de aquella flores merecía el sacrificio.
Sigilosa, se dirigió a la chimenea y se hizo con un cuchillo. No estaba segura de si aquel arma sería suficiente protección, pero no tenía nada mejor. Lo que más difícil le resultaba era tener que irse en secreto. Si hubiera sabido escribir, como las hijas de don José, habría dejado una nota. Lo mejor que pudo hacer fue dejar su muñeca de trapo sobre la mesa donde su padre y sus hermanos desayunarían al día siguiente. Esperaba que comprendieran que se había ido por propia voluntad. Aun así, era consciente del sufrimiento que iba a causarles.
Cuando dejó a su muñeca sobre la mesa, la invadió aquel sentimiento con tanta fuerza que se planteó si, verdaderamente, valía la pena abandonar a su familia, aunque fuese sólo durante un tiempo. Le remordía la conciencia de pensar en las preocupaciones y la pena que iba a provocarles; sin embargo, sabía que no podría vivir tranquila hasta hallar Tresa y sus flores, de modo que, haciendo un esfuerzo, apartó esas ideas tristes, abrió la puerta de la casa despacio, y se marchó.
El pueblo estaba envuelto en una oscuridad absoluta. Las estrellas brillaban con fuerza. Lidia recorrió con cuidado las calles que tan bien conocía, transformadas por completo por la noche. El silencio era tan opresivo que sintió miedo. Después de algún que otro traspiés, llegó al final de la aldea y, a la vez notó emoción y temor; su viaje acababa de comenzar.

(Continuará)