Ref: puesto el 22/8/00 0:34 |
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Ref: puesto el 22/8/00 1:16 |
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Ref: puesto el 22/8/00 1:17 |
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Ref: de Amara para todos puesto el 22/8/00 15:12 |
Holaaaaaaaaaa!!!!!!! Que tal esas vacatas? Las mias van de putisima madre!!! Bueno, pues nada, que estoy aqui en el ordenata de un amigo y me he acordado de vosotros y os mando muchos besos y abrazos a discreccion ok? ale, a ser buenos XDDD ··Amara·· |
Ref: puesto el 22/8/00 17:41 |
Cantaría si en mis notas quedase música, pero sólo el grito queda, ahogado en el silencio de mis sueños, en el incierto momento en que perdí.
Puedo amar hasta el infinito, imaginar que pudo ser y no ha sido, y describir unos ojos con mis dedos, tiznando una sonrisa con el carmín de mis labios hasta que el brillo de un rostro me detenga, como se detiene el agua corriente abajo.
Hiedra trepadora al muro más alto, escarcha, hielo, coraje y agua, almacenando los recuerdos en la profundidad de mis ojos, acumulándose todos en el alma, siendo pozo sin fondo, sueño roto, nada. Es tan fácil sobrevivirse uno mismo, apurar horas, días, tinieblas, noches sin sueño, amores que nada valen, amantes inocuos, silencios de dolor, lágrimas de recuerdos, imágenes que el tiempo robó de un pasar que no se olvida. Manzana y Eva, edén soñado por unas viejas pupilas, y cuando ya no queda nada, escarbar con las manos, con las uñas sangrando, con los dedos en la tierra firme, en el corazón de piedra, rasgar y rasgar capa a capa hasta descubrir noches de olvido, lágrima fácil derramada sin sentido, y encontrar el dolor adherido como una sanguijuela al alma. Vaciarse de sueños, de lágrimas, de silencios, de vida, rugiendo de dolor y de ira hasta desbordarse en ese espacio en el que se vomita el miedo, almacenándolo de otro modo, racionalizándolo para excusarnos a nosotros mismos, como se almacena la duda y las deudas impagadas, y cerrar uno a uno los candados que lo albergan, desprendiéndose de llaves y acumulando cadenas y condenas, para derramar el pasado. Luego la calma, la tortuosa calma del que se siente desdentado y herido, a la espera de un silencio más profundo que no rebote en el oído, y mirar el mar con la nostálgica mirada de quien ha amado tormentas y huracanes, desatando besos, lágrimas, con las que sentirse vivo, y sentir la impotencia clavada en las manos, mientras un río amargo se filtra en las venas y la sangre se hace agua, y el dolor se adormece, y ya no se siente nada. SOUL |
Ref: desde el CAFË puesto el 22/8/00 19:03 |
Entrad todos conmigo en el bosque porque en sus musgos tibios acariciar podréis la suave axila de nuestra madre tierra y su prohibido sexo. Dejad rodar las piedras, ya que vida es caer -así en los sueños- por un espacio en sombra hasta un valle sin agua que nos vuelve a sí mismo como un pozo al fondo de este bosque. ¿Alguien está gritando nuestros nombres? Sólo un amargo otoño nos rodea y nos reúne el frío en su hosco noviembre. Y si la piedra cae hasta un interminable precipicio -me refiero a la piedra donde nadie quedaba a reposar su cuerpo- y si el otoño avanza y caen las hojas y llega su diciembre, sabed: nadie nos llama al fondo de este bosque. |
Ref: En el nombre del árbol puesto el 22/8/00 19:14 |
Si es otoño, cuando vayas a entrar en un bosque, detente unos instantes y escucha. Bajo la última capa del silencio sentirás latir un incesante oleaje, poderoso y tenso, y ¡ay! no podrás sustraerte a su magia hasta que te alejes de los árboles. No ocurrió así en uno de estos días finales de noviembre. Allí estaba el silencio, pero debajo de él parecía no haber nada, como si la vida se hubiera ido desmoronando. Eramos buscadores de setas. Con el amanecer, cuando ya empezaba en el patio de vecinos el piar triste de los pájaros enjaulados, habíamos salido de la ciudad, ilusionados, como tantos fines de semana, contentos de que atrás quedasen los ruidos, que pronto serían como un magma sofocante y espeso donde se irían mezclando el trepidar de la chatarra de los frigoríficos y los fingidos vientos encadenados en las secadoras de pelo, en las aspiradoras, en las máquinas de afeitar, en las batidoras, en las extractoras de jugos, en las extractoras de humos y las ridículas cascadas que se oyen en los retretes cuando no terminan nunca de llenarse las cisternas. Buscábamos salir unas cuantas horas de esa atmósfera anclada en las ciudades, a la cual apenas puede llegar algún viento que sea capaz de barrer tanto y tanto aire de sala de enfermos sin ventilar. Y buscábamos el bosque, donde el viento es libre. Tal vez porque nos gusta hundir las manos en las hojas caidas, amábamos las setas. Y es una delicia aspirar sus olores de almendra, de harina agria, de viruta de lápiz, de anís, de cera virgen, de peras conservadas sobre paja de centeno, de miel de brezo, de sábanas lavadas con lejía, de rábano negro, de patata cruda, de esperma y tierra vieja y tantos más olores que las setas pueden seleccionar y ofrecernos entre los innumerables que guarda en sí nuestra madre tierra. Ya llevábamos un buen rato caminando por el bosque y las cestas seguían totalmente vacías. Sin embargo las épocas más propicias para los buscadores de setas se corresponden con el otoño ya bien entrado y con los primeros días de sol y de temperatura suave que sigan a días de lluvia abundante. Precisamente como ese día nuestro. Pero a cada paso que avanzábamos se iba confirmando una certidumbre extraña: el bosque en este otoño era distinto. Como si un viento de soledad y de muerte hubiera llegado hasta él para sacudir las frondas e inferir heridas definitivas a los troncos. Algunos árboles estaban cubiertos de manchas como de lepra y de ellas estaba cayendo un serrín sucio que se convertía muy pronto en polvo viejo e inerte. La corteza de otros se abría en mil fuentes de pus que exhalaban un tufo pestilente como de patatas podridas por el calor y la humedad. El que caminaba delante descubrió entre helechos una seta. Era la primera del día y corrió hasta ella. Nos gritó: una amanita rubescens. Pero pronto el estupor le dejó inmóvil. Acudimos todos. Efectivamente, el suceso no era para menos. Después de tanto buscar y buscar aparecía la primera; y era muy hermosa, pero artificial: una imitación hecha con material plástico. Allí estaba, cerca de un abedul, con su sombrero rosa pardo, hemisférico, cubierto de escamitas grises tirando a rojizas, láminas blancas y limpias; pie cilíndrico, adornado con un hermoso anillo blanco y estriado; en su base, un bulbo en forma de nabo tenía dos marcas rojas que imitaban las mordeduras de algún insecto. Qué cosa tan extraña, nos dijimos. Pero nadie quiso conjeturar nada. Por otra parte, con lo avanzado de la estación, quedaban en las copas de los caducifolios muy pocas hojas, que no impedían la irradiación luminosa de una atmósfera limpia. Hasta la hojarasca caida llegaban los rayos de un sol hermoso y lleno de realidad, rayos suficientes para espantar todos los fantasmas de un bosque nocturno. ¿Por qué pensar en un duende juguetón con ganas de burlarse de nosotros? Seguimos adentrándonos en el bosque, más vigilantes que nunca y dispuestos a descubrir otras setas artificiales. No fue necesario caminar mucho para encontrar lo que nadie buscaba y, por ello, llamó más la atención. Era una burda imitación de una tela de araña realizada con hijo muy fino de pescar. Estaba tendida entre la primera rama de un acebo y una mata de arándanos. Aún retenía el rocío de la noche, y un rayo de sol, al atravesrla, se fragmentaba en graciosas irisaciones. Una abeja ermitaña, atrapada por las alas, luchaba inútilmente por su libertad. Buscamos minuciosamente, pero no descubrimos araña alguna. Tienen que haberlo hecho los niños, dijo uno. Los demás no estuvimos de acuerdo. Había mucho camino hasta la aldea más próxima; y, por otra parte, los que nos hubieran precedido en el bosque eran expertos en no dejar huellas a su paso. A partir de ese momento todo sucedió muy rápidamente, como si alguien nos fuera empujando por los blandos senderos desconocidos de los sueños. Vimos, colgada de un laurel viejo, una jaula verde de ICONA con un pájaro disecado en la entrada; en el pico sostenía unas hierbas y en el lugar de los ojos había dos bonitas y brillantes cuentas de vidrio, una verde y roja la otra. Vimos una ardilla de peluche en un salto imposible desde un fresno hasta un castaño. Descubrimos en un montículo una docena de pinos artificiales; golpeamos sus troncos, sonaban a hueco y eran repelentes al tacto. Quisimos morder unas manzanas silvestres, pero la boca se nos llenó de polvo áspero y rasposo, porque eran de yeso pintado. A medida que avanzábamos iba en aumento aquella tramoya increíble. Las señales de vida eran cada vez más débiles, como mayor su fingimiento. Y llegó un momento en que ya no sentimos ruido alguno que pudiera llamarse natural. Los que se oían eran de hitos de reclamo de algún pájaro, sonar de latas, ondear de láminas de plástico agitadas por el viento de algún ventilador escondido. Pronto tuvimos la sensación de que alguien trataba de esconder el silencio del vacío, un silencio metafísicamente puro como el que seguramente llenará los ámbitos del reino de la nada. Luego descubrimos la niebla. Empezaba de repente, como una espesa mole gris que parecía intraspasable. Penetramos en ella. Al principio a tientas, porque nada se veía. Caminamos un buen trecho hablando en altas voces para así no perdernos, y también un poco para alejar la sensación de sobrecogimiento que casi nos paralizaba, como si las ganas de seguir aquella extraña aventura fueran abandonándonos. La niebla se disipó finalmente. Pero ¿dónde estábamos? El bosque era irreal y lo inundaba todo una extraña luz opalescente. Caminamos con precaución. Varios espejos de extraordinarias dimensiones creaban una masa arbórea espectral e infinita. Tal vez no había entre ellos más que unas docenas de árboles reales, Pero no supimos distinguirlos entre sus imágenes reflejadas. Difícil nos fue guiarnos a través de aquél laberinto. Cuando acertamos a salir, se extendía ante nosotros una llanura limpia de toda vegetación. Algunos tocones, apolillados y resecos, quedaban como señal de que hasta allí había llegado el bosque. En un altozano próximo estaba parado un carromato y parecía moverse gente en torno a él. Acudimos allí. Una troupe de pintores y poetas intentaban sacar el vehículo de un atolladero. Les ayudamos y nos acogieron con amabilidad. Nos invitaron a enrolarnos en su empresa común. Fue así como nos quedamos con ellos para ayudarles a componer el... LIBRO DEL BOSQUE |
Ref: Etilicando puesto el 22/8/00 19:26 |
Con su paso un-dos, ahora avanza la muerte con su paso un-dos, con su paso un-dos el paso que le marcan generales solemnes. Husmean en sus mapas con reglas y compases, señores de la guerra, buscadores de vidas, buscadores de sangres. De par en par los ojos y en los ojos la niebla, hay un niño en silencio... Con sus muchas medallas de lata rutilante, con su paso un-dos, con su paso un-dos. ... en los ojos del miedo, otro niño escuchando el reloj de su hambre. Imponentes, deciden "hasta aquí la nación". Luego se condecoran con su paso un-dos, con su paso un-dos, con su paso un-dos. Si suena la trompeta si el tambor os convoca, si llama el General... La oquedad de los pechos resuena en las arengas. Relumbran las medallas de lata rutilante que ganan con la muerte. ... equivocad el paso, ese paso un-dos, ese paso un-dos. Y la muerte, si llega con su paso, es temprana, con su paso un-dos, con su paso un-dos. Equivocad el paso. ¡Ese paso un-dos, ese paso un-dos! |