Ref: :-) puesto el 12/8/00 0:09
Buenas noches
Ref: Hola! puesto el 12/8/00 1:01
:*)
Ref: puesto el 12/8/00 1:04
Qué ganas de llorar
en esta tarde gris
en su repiquetear
la lluvia habla de ti....
Ven, triste me decías
que en esta soledad
no puede más el alma mía.
Ref: Noches que no se olvidan puesto el 12/8/00 1:56

"Esperando en silencio
que vuelvas de nuevo conmigo
van pasando las horas
y siento
que al fin llegarás
Borrarán tus palabras
el tedio fatal de la ausencia
y al calor de tus besos
podré renacer.

Cuánta falta me has hecho
estas noches de espera incesante
Cuántas cosas se pierden en una
semana sin ti.
Pero a veces quisiera volver a sentirte
tan lejos
porque nunca te tuve tan cerca
de mí."

Y las notas del piano siguieron gimiendo aquella melodía. El local estaba repleto y el humo le daba ese sabor de antro que tienen los tugurios donde el jazz es lo único que suena.

Junto al pianista, otro muchacho con aspecto de ser de la raza calé, acariciaba una guitarra. Su expresión, al tocarla, era de puro éxtasis.
Según íbamos bajando las escaleras del tugurio me parecía sumergirme en una escena surrealista, de lo intemporal que era.
Y me metí de lleno en ella.
Sentí como si la música, más que entrarme por el oído lo hacía por todos los poros de mi piel.
Flamenco-blus, tiene la virtud de fascinarme.

Ya sentados en unas butacas de terciopelo verde, frente a una mesilla donde aguardaban dos copas de cava, Juan, el amigo con el que fuí a aquel lugar, me dijo en un susurro, :"no me gustan estas fussiones que ahora se llevan tanto..."
No contesté. Aunque hubiera tenido algo que decir tampoco lo hubiera dicho.
Más tarde, tomando la última copa en el bar de la esquina de casa, mientras nos despedíamos, me dijo con acento de reproche que yo no me había enterado de nada de nada en la "Recova", que no moví ni un músculo de mi cara mientras estuvimos allí, vaya, que estuve "ausente". Por lo visto llegaron unos amigos y yo ni les ví.

No supe explicarle lo que me había sucedido. Nos despedimos con un hasta luego.

¿Cómo decirle con palabras el modo en que se mete la música muy adentro, muy adentro...?
Me pareció inútil hablarle de ese tipo de "fusión" con ella.

Tamara :*)
Ref: Alba puesto el 12/8/00 2:42

Es la hijita de unos amigos míos. Es tan bonita que dan ganas de escribir sobre ella.
Tiene cuatro añitos. Sus ojos son tan vivos que uan, cuando la miran, se cree que la niña ya lo sabe todo. Pero su inocencia va más allá de todo eso que nos montamos los adultos sobre los miedos a ser 'descubiertos' por una mirada tan nítida.

Su madre, mi amiga, me invitó a una parrillada que iban a hacer por la noche en la casa de la montaña. Y yo, que soy incapaz de decir que no a una invitación así...

Cuando llegué, tanto Alba como su hermano -un par de años mayor que ella-se me abalanzaron al cuello y acabamos los tres rodando por el suelo de la gran cocina. Siempre ocurre igual. Y es que nos divertimos tanto jugando que el resto de invitados se me quedan un poco de lado. Después de la explosión por el encuentro con los niños, me recuperé algo acercándome a "los cocineros" que estaban preparando el asado. Un copita de vino y cuando todo estuvo listo nos dirigimos al exterior de la casa. A unos metros hay un pequeño bosquecillo y en un claro del mismo, una asador, una improvisada mesa de tablones apoyados en dos hileras de bloques de hormigón. También con tablones están hechos los bancos para sentarse.
Yo tenía a Alba sentada junto a mí y nos contábamos cosas, cuentos, historias. Se parte de la risa cuando le interpreto los cuentos, haciendo carantoñas y gesticulando con voces distintas. Su hermano ya se caía de sueño. Finalmente su madre se lo llevó a dormir a su cuarto.
Pero Alba no. Ella seguía despierta y vivaracha, participando de la fiesta de los mayores, comiendo de todo lo que se le ponía por delante. Cuando llevaban a su hermano, ya dormido, ella le dijo "hasta mañana, Manolito" y me lanzó una sonrisa de complicidad que me dejó deslumbrada. Seguimos a lo nuestro y, de pronto, alguien tropezó y al caer se descontroló algo el fuego. Chisporreteó lo suyo y enseguida se redujo el susto gracias a los garrafones de agua que siempre tienen para esas ocasiones.

Instintivamente, cogí a Alba en brazos y salí corriendo, bosque adentro y sin plantearme lo oscuro que estaba o si me iba a precipitar por un pequeño desnivel, entre helechas y demás arbustos de todo tipo.
La pequeña, cogida de mi cuello, me decía divertida que a qué estábamos jugando Le contesté que a correr por el bosque. "Qué divertido, qué divertido" dijo riendo a carcajadas. Yo no sé cómo me lo hice para que no notaa que estaba muerta de miedo mientras corría. Pero ella ni lo notó
De pronto, cuando vi que todo había pasado, me paré. La niña estaba de lo más relajada y sonriente. Mirando hacia donde estaban los demás, me dijo:
-Oye, vamos a decirles que dejen ya de jugar con el fuego y vamos a comer chuletitas.
Y se quedó más ancha que Pancha. A mí, el corazón aún no se me había puesto a las revoluciones normales.
Finalmente nos fuimos las dos a dormir. Mientras, la fiesta continuó hasta las primeras luces del día.

Cuando Alba se despertó me dijo "qué diver anoche,¿verdad?".
Le di un abrazo y salimos a lavarnos la cara y a desayunar. Los demás seguían durmiendo.

Tamara :*)
Ref: NOTICIAS BREVES puesto el 12/8/00 7:47
José Antonio Marina considera «preocupante» la «sobrevaloración» de las nuevas tecnologías en nuestra sociedad y ha alertado de que su «empleo abusivo» puede causar «pereza comunicativa». Según el filósofo, los niños que crecen en soledad delante del ordenador y conectados a Internet pueden sufrir una confusión entre dos mundos paralelos, el virtual y el real. «Si se incentiva el uso del ordenador en detrimento de la memoria, ésta se devalúa por lenta, y sin memoria se limita la inteligencia del ser humano: la memoria es como un pulpo. Cada cosa nueva que se aprende es un tentáculo más que te permite agarrar otras ideas". Marina, que ha participado en la Universidad de Verano de San Lorenzo de El Escorial en una conferencia sobre la nueva inteligencia y la infancia, dijo que la inteligencia es dirigir el comportamiento para salir bien parado de cualquier situación. El filósofo insistió en la importancia de conocer la realidad que nos rodea con todos los medios a nuestro alcance y definió la tecnología como un instrumento más. La inteligencia tiene una estructura lingüística y utiliza conceptos que sólo se pueden manejar con el lenguaje, dijo Marina sobre al mito de la cultura de la imagen, y sugirió que «un burro conectado a Internet sigue siendo un burro», para ilustrar que «un empleo abusivo de las nuevas tecnologías produce pereza comunicativa». Los niños que pasan demasiado tiempo 'conectados' a la Red tienen después dificultad para discernir entre el mundo que perciben a través de Internet y el real. «El primero -dijo el filósofo- permite adoptar diversas personalidades y presenta un interlocutor muy sumiso, el ordenador, cosa que no siempre sucede en la vida real, donde siempre se es el mismo y el contraste con el otro es inevitable». Estos niños desarrollan una gran flexibilidad, prosiguió el filósofo, por lo que se adaptan muy bien a cualquier situación, pero son muy vulnerables, ya que carecen de estructuras rígidas, lo que les hace muy dependientes del medio donde viven.

Agencia EFE.
Ref: #bros puesto el 12/8/00 16:26
Venga, vamos a resucitar las buenas costumbres
Ref: Mi peor verano puesto el 12/8/00 22:47
El peor verano de mi vida fue el primero, supongo que por la falta de experiencia. Yo había nacido una fría noche de noviembre, y cuando llegó el verano tenía apenas nueve meses. Hay que reconocer que nueve meses es poca edad para afrontar una vivencia tan intensa como puede llegar a ser un verano. Los mayores deberíamos hacer memoria de las dificultades que padecimos en nuestro primer verano para que nuestros hijos recién nacidos no tengan que pasar el mismo trago. Lo que ya me molestó, para empezar, es que mis padres no me consultaran para nada. Siempre he sido una persona muy celosa de su criterio, y me pregunto yo si ese carácter mío, rabiosamente independiente, no se habrá forjado como reacción a aquel primer atropello a mi libertad de decisión. Estaba yo tan a gusto en mi casa de Pamplona, en mi cuarto, en mi cuna, con mis cosas, viendo a mis abuelitos todos los días y a mis tíos con gran frecuencia, y mis padres decidieron ir a veranear. Yo no quería ir a veranear porque no me hacía ninguna falta. Ni estaba cansado ni nada, pues había llevado una vida muy tranquila, durmiendo casi todo el día y sin ninguna responsabilidad encomendada. Comprendo que mis buenos padres necesitaran tomarse un respiro, pero hubiera sido todo un detalle que, por lo menos, me hubieran consultado si prefería playa, montaña o qué. Caso de haber sido requerida mi opinión, yo hubiera manifestado mi deseo de ir a un sitio de veraneo en el que hubiera estación de tren. Eso tiene una fácil explicación y muy alejada del capricho. Mis padres y yo vivíamos en Pamplona frente a una estación de tren, y yo ya me había acostumbrado a escuchar la salida y llegada de los convoyes, el pito del jefe, el silbido de las locomotoras y el ajetreo de los viajeros. Incluso me agradaba el olor a carbonilla que se colaba por las ventanas de mi casa. Pues me llevaron al campo, a un pueblo de lo más silencioso y exultante de aire puro. No me hallaba, pero ya hablaremos. El traslado, para empezar, fue un desastre. Mi padre no tenía coche. No tenía coche porque no le daba la gana, ya que, si hubiera querido, lo hubiera tenido. Pero, claro, no se iba a comprar un coche sólo para ir a veranear, de manera que fuimos en autobús de línea. Esa denominación me resultó inadecuada a más no poder, ya que la carretera no tenía una mala línea, ni larga ni corta, sino mil curvas una detrás de otra, por lo que me mareé de lo lindo y, hasta que me enteré de que eso de autobús de línea era una expresión poco menos que figurada, estuve reprochando a mi padre, en mi fuero interno, que no hubiéramos tomado un autobús de curvas. Yo no me había montado en un vehículo así de grande desde la noche en que nací, pues estuve a punto de nacer en una camioneta. Esto también tiene, como casi todo en esta vida, su explicación. No sabemos, dicho sea de paso, si en la otra vida ocurrirá lo mismo. Como mi padre no tenía coche, según he anticipado, hubo que llamar a un taxi para ir a la maternidad, pero no contestaba ninguno. Entonces mi padre, como el evento, es decir, mi nacimiento, se acercaba por momentos, se lanzó a la calle dispuesto a parar alguno, incluso dispuesto a pedir colaboración a los automovilistas. Pero tropezamos con que en aquellos tiempos, estoy hablando de 1953, la vida nocturna de Pamplona, en pleno invierno, no era muy boyante que digamos. Y no pasaba nadie hasta que pasó la camioneta de los borrachos. En Pamplona, el ayuntamiento, que siempre ha estado muy organizado, tenía una camioneta para recoger a los borrachos que iban dando el cante por la vía pública. Los municipales, ante los gestos desesperados de mi padre, pararon el vehículo y dijeron que no faltaba más, que era lo que se decía en estos trances. Así que a punto estuve de nacer en la camioneta de los borrachos, menos mal que mi madre se contuvo, dado que, con toda razón, una camioneta de borrachos no le parecía el sitio más adecuado para que tuviera lugar el feliz acontecimiento. Estábamos en que el viaje en autobús me dejó mareado perdido y medio turulato. Ahí, tumbado en un capazo extraído del cochecito de paseo, cada curva era un suplicio. Hasta casi los 20 años, de resultas del trauma, no dejé de marearme en los coches, y este es el momento en que no cojo un autobús ni para ir de aquí a allá. Y del veraneo en sí, ¿qué puedo contar? Pues que lo pasé fatal. Para empezar o, mejor dicho, para continuar, hay que tener presente que sufrí, agravados por el calor, todos los inconvenientes propios de mi cortísima edad. Me refiero, hablando mal y pronto, a lo de hacerse caca y pis encima a todas horas con los consiguientes escozor y fastidio. Y también vergüenza, porque yo, desde pequeño, he tenido mucho amor propio, y aquel descontrol continuo no lo veía yo a la altura de mis expectativas, cómo decirlo, de la imagen que yo hubiera querido dar de mí mismo ante mí mismo, con perdón de la repetición, y ante los demás. Y, luego, que aquello no era plan para un niño. Mi buena madre cogía el cochecito y me llevaba, con su mejor voluntad, a tomar el aire a un prado cercano al hotel en el que nos alojábamos. Llegábamos allí, y mi madre me colocaba debajo de un árbol dentro del cochecito o en la hierba sobre una manta, según. ¿En qué cabeza cabe que alguien pueda aguantar un mes viendo hojas de árboles y cielo, poco, todo el santo día? Dormir, teta, árboles y cielo, ése era todo el repertorio de posibilidades. Ni qué decir tiene que si no hubiera sido por la teta, me suicido y doy la nota. Y además me pasó una cosa espantosa. Un día que mi pobre madre se alejó unos metros para recoger en el prado, en compañía de mi padre, olorosas flores de manzanilla al objeto de aliviar durante todo el año con tisanas los trastornos gastrointestinales de la familia, de repente voy y me encuentro con la enorme cabeza de una vaca a un palmo de mis narices. En aquel prado, en efecto, pastaban algunas vacas, y una de ellas se acercó al cochecito tal vez con la curiosidad de ver lo que había dentro. Yo no había visto una vaca en mi puñetera vida, lamentando la expresión, y me pareció una cosa totalmente incomprensible, con lo que a mí me gustado siempre entenderlo todo. Desconozco la impresión que le causaría al Niño Jesús, que encima era más chiquito que yo, tener el rostro de un bóvido, y súmale el burro, a tiro de aliento en el portal de Belén, pero lo que es a mí aquella vaca, la primera de mi vida, me supuso un mal recuerdo imborrable, peor que el de las moscas que se me venían encima y su zumbido. Por no hablar de las avispas, los abejorros y, si me apuras, hasta las mariposas. La vaca, ahuyentada de inmediato por mi madre, no me hizo nada. El susto, lo único. El mal sabor de la incertidumbre. Pero mis problemas de aquel verano con las vacas no terminan aquí. Como en el pueblo había muchas vacas, la carretera y los caminos estaban, en consecuencia, repletos de caca de vaca, desmesuradas tartaletas que expelían un olor nauseabundo. Bastante tenía yo con mis propias cacas y sus correspondientes olores, lógicos, como para hacerme cargo del hedor de las cacas de las vacas, mucho más pestilente, si se me permite la consideración, que el olor de las cacas de las cabras, también muy abundantes en el bello pueblecito montañés. En fin, ya se habrán hecho ustedes una idea del porqué de mi elección. Mi primer verano lo único bueno que tuvo es que, a Dios gracias, no fue el último. No quiero aburrirles más con mis cosas, que ustedes tendrán muchas ocupaciones.