CAPITULO XXII
SONIA AMANTE
Sonia me encontró, cuando paseaba por aquella carretera, sumida en un océano de amor, angustia y soledad... Sonia se encontraba enamorada profundamente. Y la persona objeto de sus sentimientos, la correspondía en cierta manera. Sonia jamás confesó su amor, pues sabía de antemano que ese amor jamás sería correspondido y eso le hacía sufrir... además de un miedo atroz a perder a esa persona y al rechazo social por ese mismo amor... Sonia, mi amigo lector, era lesbiana y amaba hondamente a su amiga Inés, que era heterosexual.
Sonia e Inés vivían juntas en el mismo piso, por razones, más que nada, de que un alquiler pagado entre dos sale más barato que para un solo bolsillo. Eran compañeras de curso -universitarias- y también trabajaban por las tardes en el mismo sitio, aunque en distinto departamento. Se habían conocido, precisamente, en el trabajo... De esas circunstancias extrañas de la vida, pues hartas de verse en el trabajo, un día se encontraron en el mismo aula y empezaron a tratarse y a hablar. No contento el Destino con unirlas así, dio una vuelta más de tuerca en un afán de unirlas más aún.
Sonia tenía alquilada una habitación en una pensión, donde la mayoría de los huéspedes eran también estudiantes. Aunque su temperamento era bastante apacible, de cuando en cuando, tenía algún roce con algún compañero, que se ponía algo impertinente con ella. En realidad, Sonia estaba deseando salir de aquella pensión. Un día, hablando de esto, su amiga Inés le comentó que ella estaba decidida a buscar un apartamento para irse a vivir allí, y que si quería, Sonia podía irse con ella: gastos a medias. Sonia no se lo pensé dos veces: se fue a la pensión, preparó los bártulos y tras despedirse, se fue con Inés.
Y fue cuando empezó la convivencia, cuando Sonia comenzó a mirar a Inés de distinta manera a como, hasta entonces, la había mirado. Un tierno sentimiento se iba adueñando de Sonia, cuyas raíces se hundían más y más en su alma. Sobre todo, después de aquel fin de semana en que, ambas amigas, se fueron a pasarlo a un pueblo... Mejor dicho, a una casa algo alejada del citado pueblo, apenas unos dos kilómetros. No demasiado lejos, mas para Inés aquella noche del viernes al sábado, significaron un universo.
Porque esa madrugada, contra todo pronóstico, el cielo se tornó sombrío, ocultando densas nubes las estrellas y la luna. Vientos amenazantes barrían a intervalos la comarca. Las ramas más altas de los árboles cedían al ímpetu del viento. La luna era apenas un vestigio de luz. Gotas de agua golpeban los cristales, cual pequeñas piedras, dejando su escurridiza huella. Tenebrosos silbidos venían volaban en la noche. Y de cuando en cuando, una blanca, brillante y serpeante luz rasgaba la profunda oscuridad de la noche, describiendo sombras y encendiendo siluetas. Pero más que la cegadora luz, era el impresionable rugido del trueno, cuyos retumbos en la noche semejaban el bramido incontrolado de algún gigante seriamente enfadado, lo que realmente aterrorizaba a Inés. Tal era el profundo terror que Inés sentía, que, incluso, se sentía incapaz de mover un sólo músculo de su cuerpo, conquistado por el pánico.
En un supremo esfuerzo, Inés salió huyendo de la habitación, iluminada en espacio de brevísimos segundos por la centelleante luz de los relámpagos. Y fue en busca de su amiga Sonia, que dormía plácidamente en la habitación de al lado, ajena totalmente al estruendo de claridad y ruido externos. Inés no se lo pensó dos veces. De un salto, se adentró bajo las sábanas de Sonia. Esta se despertó. Sin mediar palabra, la rodeó con su brazo y volvió a cerrar los ojos, mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa.
***
A la mañana siguiente, una aurora de calma y sosiego, llevó la luz del sol a los párpados cerrados de Sonia, y esa mágica quietud hizo que los ojos de la muchacha se abrieran a la dulce mañana naciente. Y en el vértice de la luz y la sombra, vio sobre su hombro descansar la cabeza, hace unas horas atermorizada, de Inés, y que ahora mostraba la placidez de quien se mece en los brazos acogedores del sueño.
Sonia miró tiernamente a su amiga. Y sintió cómo su corazón empezaba a galopar, mientras un dulce sentimiento se iba apoderando de su alma. Sus manos acariciaron los cabellos de la dormida Inés, revueltos, negros como la noche que ya se iba. Sonia miró el rostro relajado de su amiga, con los labios entreabiertos al mundo. Era su respiración. Era su calor. Su presencia.
Fue en esos momentos cuando Sonia se dio cuenta de que, irremediablemente, se había enamorado de Inés. Sin embargo, sabía de antemano que su amor estaba llamado a morir, a estrellarse contra las rocas de lo imposible. Inés jamás aceptaría su amor, por la misma razón de su heterosexualidad. Y ese primer contacto, fue también causa de íntimo sufrimiento. La mente de Sonia era un torbellino, una mezcla de realidad y ensueño, de carencias por cubrir e impulsos por frenar. Y mientras, su brazo rodeaba, protector, el cuerpo de Inés, que dormía naturalmente ajena al infierno que vivía Sonia...
***
A partir de aquel día, para Sonia nada fue igual. Aunque siempre el ver a Inés semidesnuda le había producido cierta excitación, ahora esa misma excitación se tornaba inmenso dolor, pues sentía unos enorme deseos de besarla, de abrazarla... de tenerla en sus brazos, de poseerla... y el hecho de saber que tenía que reprimir sus mismos sentimientos, sus instintos más tiernamente salvajes, chocaba frontalmente consigo misma, llevándola a un desasosiego continuo, que, además, no podía dejar translucir y obrar como si tal cosa...
Sonia intentaba, por todos los medios, reconvertir sus sentimientos de amor en sentimientos de amistad. En realidad, no era nada nuevo para ella: lo había llevado a cabo infinidad de veces... Sin embargo, ahora, con Inés le parecía poco menos que imposible. Luchaba por dejar su lesbianismo aparcado, lejos de Inés y de ella misma y por ser, a pesar de todo, lo más heterosexual posible. Eso sí, podría cambiar la calidad del sentimiento, pero jamás la intensidad del mismo... Y Sonia, por todo ello, sufría, y sufría en el más atroz de los silencios.
A pesar de todo, parecía que Sonia lo llevaba bastante bien, y que se iba adaptando a la realidad. Hasta que un tal Carlos apareció en la vida de Inés. Al principio, el muchacho parecía que iba a ser uno de tantos amigos de Inés. Sin embargo, Sonia no tardó en darse cuenta de la atracción que residía en ambos. Una atracción que paulatinamente los unía y se hacía cada vez más y más fuerte. Sonia aceptó -tampoco tenía otra opción- ver cómo su amada se ilusionaba más y más con un hombre, admitir como amigo al seguro rival. Y escuchar y aconsejar a la mujer que, profundamente, la enamoraba, sobre cómo conquistar a su rival. En definitiva, Sonia Amante supo portarse como una perfecta amiga heterosexual de Inés. Ocultando siempre sus sentimientos verdaderos, de forma que Inés en ningún momento sospechara de la realidad de Sonia.
***
Cierto día de primavera, Sonia fue invitada a una fiesta que una amiga de ella daba por su cumpleaños. Sonia no estaba acostumbrada a beber... apenas un corto de cerveza y muy de tarde en tarde. Pero aquel día... no sé si empujada por la sed en sí misma, o por el buen sabor, el caso es que empezó a tomar cuba-libres... Cuando Sonia quiso darse cuenta, tenía un pedo más que considerable. Y Sonia se sintió locuaz, ocurrente... como nunca. Hablaba con todo el mundo, sin poder controlar con quién hablaba ni a quién decía qué cosas y, menos aún, medir el alcance de sus palabras. Sólo sabía que hablaba y hablaba... Que tanta charla le dejaba la garganta seca y bebía más cuba-libres... Más ganas de parloteo con todo el mundo y menos control aún...
No sabe cómo fue. Pero se vio de pronto, en el coche de una joven muchacha, atravesando las calles, semidesérticas, de la ciudad. La joven de, cuando en cuando, sonreía, asentía con la cabeza... pero no parecía prestar mucha atención a lo que Sonia decía. Sonia de aquella chica sólo supo su nombre: Nuria. Por fin, el vehículo se detuvo ante el portal de Sonia.
Entró en la vivienda. Cuando la joven pasó ante la habitación de Inés, halló la puerta entreabierta, mientras unas suspiros amorosos salían de las sombras. Sonia se detuvo y pudo distinguir dos sombras, una encima de la otra. Encendió la luz y, por unos instantes, con el rostro demudado, se quedó allí, mirando sin decir nada, mientras el labio inferior temblaba, como queriendo decir algo... Sonia giró sobre sus talones y se marchó. Inés, que conocía bien a su amiga, intuyó algo. Se levantó y se puso un camisón encima. Fue a la habitación de Sonia, donde la encontró hecha un mar de lágrimas. Entre gemidos, Sonia por fin confesó su amor a Inés... Inés escuchaba sin interrumpirla... Para ella, era todo un descubrimiento, aunque en esos precisos instantes, empezó a entender ciertas cosas del comportamiento de Sonia con respecto a ella que, en su momento, le habían producido, cuando menos, cierto estupor... Inés se quedó mirando por la ventana. Cuando giró, Sonia se había marchado.
Sonia, efectivamente, salió de nuevo a la calle... Tal vez huyendo de sí misma, tal vez huyendo de una situación que le resultaba altamente dolorosa... El caso que encontró a Nuria, tomando un café en un bar cercano. Nuria la llamó. Sonia entró... y con lágrimas en los ojos, explicó a Nuria todo lo que había pasado, todos sus sentimientos, todo su desasosiego...
-Te entiendo -fue la contestación de Nuria, mientras acariciaba el rostro de Sonia.
Al cabo, las dos mujeres se levantaron. Y juntas salieron del bar, hacia el nuevo día que vibraba en la calle. Yo me quedé allí, mirándolas marchar, viendo cómo la clara luz del nuevo sol las envolvía, en un tierno abrazo.
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