Hoy hace uno de esos días que el cielo está vistiéndose de otoño, pero el calor nos recuerda que el verano todavía no se ha ido. El sudor pegajoso hace que la ropa se ciña al cuerpo como una segunda piel. Estaba paseándome por el paseo marítimo cuando me encontré con un amigo y antiguo compañero de clase. A mi mente me vino un recuerdo que estaba escondido en alguna parte remota de mi ser, cuando éramos unos críos.
Deberíamos tener unos 18 ó 20 años. Éramos muy amigos, nos contábamos nuestras cosas casi a diario. Luis, que así es como se llama, tiene el pelo negro como una noche sin luna y unos ojos verdes que encandilan por su brillo. Debo decir que el paso del tiempo le ha mejorado mucho, le ha dado la patina que el tiempo nos cubre. No quiero decir con ésto que en la juventud no estuviera bien. De hecho llamaba la atención por donde pasaba. Su cuerpo era escultural, se pasaba horas y horas en el gimnasio, pero lo bueno de él estaba en que no era una bola de músculo, sino el justo y necesario para que llamara la atención. Podía ver a través de las ropas que le cubría que seguía estando en forma.
- ¿Qué es de tu vida?, Luis.
- Pues me convertí en un cirujano estético. ¿Te acuerdas lo que me asustaba la sangre?, pues lo superé, y ahora moldeo cuerpos con el bisturí.
- Desde luego siempre has tenido una manos maravillosas, firmes y largas.
- Gracias. Veo que eres igual de cumplidor que siempre. Y ¿tú?
- Pues yo moldeo mentes. Soy profesor de informática, e intento que los alumnos aprendan algo.
- Te invito a algo. Y no me digas que no, pues ya sé por donde me vas a salir. Conozco un sitio muy tranquilo, que te va a gustar. Así podremos recordar nuestras andaduras juntos.
Como es natural, acepté, aunque él sabía que mi respuesta preferida que salía siempre de mis labios era NO. Nos montamos en su coche y me llevó a las afueras de la ciudad.
- Luis, ¿dónde vas?, por esta zona no podemos tomar nada. Aquí no hay bares.
- ¿Quién ha dicho que te voy a llevar a un bar? Vamos a mi casa, quiero que la conozcas.
Siguió conduciendo y fumando. Aunque más que fumar dejaba que el cigarro se consumiera entre sus labios y sus dedos. Por fin paró ante un lujoso chalet.
- Bueno, ya hemos llegado. Esta es mi casa.
Era una casa de película. Una gran verja separaba la propiedad de la calle. Los hierros que formaban la cancela estaban retorcidos como dos amantes en su juego de pasión. Abrió la cancela y un gran perro intentó abalanzarse.
- ¡Laika!, quieta, es amigo mío. Venga vete a jugar con Reno.
- Menuda protección, aquí no hay quien te robe, menuda fiera.
Asintió con la cabeza, mientras metía la llave en la puerta de acceso a la casa. Era una puerta de color roble y bordeada por una vidriera muy llamativa. Al abrir la puerta lo primero que te encuentras es una escalera de acceso a la planta superior. Me señaló con su mano que fuera hacia la izquierda. Era el salón. El suelo, que era de mármol, hacía dibujos y estrellas de tal forma que cualquiera se quedase embelesado mirándolo.
- Siéntate en el sofá, mientras me pongo cómodo.
- Gracias.
Subía muy despacio por la escalera, mientras se iba desabrochando la corbata. Cada paso hacía chirriar los peldaños. Yo, mientras, miraba a mi alrededor y me quedaba sorprendido de cada detalle. El cristal y el metal decoraba cada rincón de los muebles y vitrinas color caoba. Se podía adivinar que la vida, por lo menos en el aspecto económico, le había sonreído a mi amigo Luis. No había reparado hasta este momento en el portarretratos que estaba sobre la chimenea. Me acerqué, era de la boda de Luis. Yo a ella no la conocía, pero se podía ver que ese día fueron muy felices.
- Ya estoy aquí. Sigues bebiendo lo mismo que siempre, ¿no?
- Sí, zumo de melocotón. Ya lo traías preparado, qué pillín. ¿Y si hubiese cambiado de hábito?
- No creo, eres de ideas fijas y no creo que cambies de parecer en cosas así.
Luis había vuelto con una camiseta de mangas cortas, blanca, tan radiante como su dentadura y un pantalón de deportes negro. Podía ver que se mantenía en forma, igual que cuando lo vi por última vez. Sus muslos, pura roca, lo mantenía de pie frente a mí. Siempre me llamó la atención de casi la falta de vello que tenía en todo su cuerpo y por la parte que me enseñaba podía imaginar que en eso tampoco había cambiado. Él bebía un whiskie con hielo. Se sentó en el sillón en frente del que estaba yo y cruzó las piernas. Se llevó el vaso a la boca y saboreó el trago.
- ¡Cuántas cosas hemos vivido juntos y qué increíbles y qué raras!, dijo Luis mientras apoyaba su barbilla en el borde del vaso.
- Desde luego, han sido tantas y tantas...
- ¿Te acuerdas de la primera vez que me descubriste qué bueno es hacerlo con tíos?.
Mi mente se abrió de par en par y pude recordar cada instante de aquella vez. Luis, como dije, tenía un cuerpo de escándalo y por ello las tías siempre estaban encima de él y sobre mí para que le arreglara una cita con él. Era de los que siempre estaban presumiendo de macho. Siempre me contaba sus experiencias, como por ejemplo: "ayer me tiré a una rubia que tenía unas tetas de escándalo" o "cómo se lo hice disfrutar el otro día a Elena, qué ganas le tenía, le llené de leche como hasta ahora nunca me había corrido. La cabrona se sentó encima mía en la silla y me jodió a tope. ¡Qué calentura!". Siempre estaba así y de paso se calentaba y se tocaba el paquete. Yo nunca le decía nada. Me callaba y sonreía. La verdad es que nunca lo había visto desnudo. Como mucho en slip o boxer cuando en el vestuario del colegio nos teníamos que cambiar para la clase de gimnasia. Aunque una vez que vino a mi casa se cambió delante de mí y se quitó todo, pero como me daba la espalda, no le pude ver el aparato. Cada noche soñaba con su cuerpo y lo que podíamos hacer, pero me daba apuros decirle que quería hacerlo con él y así perder la amistad que nos unía.
Fue en una de estas conversaciones en la que la oportunidad me alumbró:
- Yo no sé lo que le pasó el otro día a la tía que me llevé a casa de mi hermano. Estuvimos morreándonos y metiéndonos mano y cuando llegó la hora de que me la mamara, dijo que no. Me había retirado ya el prepucio y al acercar la boca dijo que con requesón no lo hacía. Me tuve que matar a pajas para correrme, porque ella no quiso.
- Yo le dije: ¿requesón?, es que cuando te lavas, ¿no te retiras el prepucio y te lo lavas?
- ¿Es que hay que lavárselo?
- Pues claro tío. Es muy fácil. Te echas la piel para atrás y te lo lavas por todos lados.
- No sé..., nunca lo he hecho, ¿me podrías enseñar?
- Claro tío, ¿cuándo te vas a duchar?
- Ahora mismo, ven al cuarto de baño y me lo dices, ¿vale?
Fuimos al cuarto de baño y tuve que sufrir la tortura del strep-tease de Luis. Se fue despojando poco a poco de su ropa. No recuerdo bien qué tenía puesto, si camisa o camiseta, ni siquiera qué pantalón llevaba. Lo que sí recuerdo es que llevaba unos slip muy ajustados. Se los quitó dándome la espalda. Se dió la vuelta y su nabo penduleante y flácido se paró ante mis ojos. Era largo y gordo, y eso que estaba flácido. Su prepucio era largo y la piel se le rizaba en el extremo. Había un espejo que ocupaba toda la pared del cuarto de baño y se empezó a mirar. "Es normal que todas las tías quieran tirarme, es que estoy de miedo y mi polla no es moco de pavo. Eso me dice mi hermano cuando nos echamos la siesta, que lo hacemos en bolas, "¿cómo del mismo padre y madre, tú tienes ese pedazo de rabo y yo éste?". Y yo le contesto que deberá ser porque siempre la tengo empalmada. Después de su regodeo, le dije: "¿cómo lo hacemos, yo te explico o te lo hago?". En mi mente prefería que dijera lo segundo y así fue. Le dije que se metiera en la bañera. Abrió el grifo y el agua empezó a mojarle su cuerpo escultural. Mojado estaba más apetecible. Se enjabonó el cuerpo y dijo:
- Bueno ya está, ¿ahora qué?
Me arrodillé y le retiré el glande. Su piel era muy suave y como estaba flácida muy dúctil. Tenía toneladas de esmegma (nombre técnico de requesón). "¿Desde cuándo no te retiras la piel?". "¿Yo?, de polvo en polvo". "Eso no es bueno". Le eché la piel lo que pude hacia atrás y con una mano con mucho gel, empecé a retirarle toda la nata. Primero sobre la piel. Después vendría el glande. Me puse más gel y con el dedo gordo hacia sus huevos aferré con mi mano su capullo y empecé a moverlo muy lentamente y ejercer presión. Se lo estaba haciendo así, pues cuando yo me duchaba me daba mucho gusto. Poco a poco empezó a endurecérsele. "¡Oye, qué bueno es ésto!, casi parece una mamada". Seguí sin pudor, hasta que todo su esplendor estaba ante mí. Debía medirle unos 23 cms. Él gemía y suspiraba y movía su ingle en cada movimiento de mi mano. Abrí la ducha y le retiré la espuma. Yo ni corto ni perezoso tomé su polla en mi mano y la acerqué a mis labios:
- Ésto no estaba en los planes.
- ¿Qué pasa, nunca lo has probado?. Déjame y verás. Quiero comprobar si eres tan macho como presumes.
Mi lengua empezó a dar vueltas alrededor de su capullo. ¡Cómo me miraba!. Estaba incrédulo que un tío pudiera dar placer a otro tío. Creo que le rompí los esquemas. Luego me detuve en jugar con su frenillo. Esta parte estaba dura y tirante por la tensión que yo le mantenía en la base del pene. Me levanté del suelo y busqué el pozo de su boca. Entreabrió los labios y dejó que mi lengua se deslizara buscando profundidades. Sus manos se apoyaron a ambos lados de mi cabeza, mientras yo acariciaba su desnuda espalda. Sus ojos verdes, entreabiertos, no paraba de clavarse en los míos. Cogí una toalla y lo arropé. Lo saqué de la bañera y lo llevé a mi cuarto. Le hice que se acostara en mi cama. Le abrí las piernas y me desnudé. Me tendí en la cama, sobre él. Mi peso se apoyó sobre el suyo. Sus manos buscaban mis nalgas y empezó a tirar de ellas, como para abrirlas al máximo. Notaba toda la tirantez. Nuestros labios no paraban de luchar. Más de una vez se me escapó un pequeño mordisco. Poco a poco me fue deslizando hacia abajo. Primero le tocó el turno a los pectorales. Nunca había tocado unos tan marcados. ¡Qué pezones más duros!, ésto me indicaba que le gustaba lo que estaba sintiendo. Después mi lengua fue bajando hasta su ombligo. Era en forma de botón y me puse a jugar con él. Su polla se clavaba en mi garganta, pero quería hacerle sufrir un poco. Luego no aguanté más y me lo metí en la boca, primero sólo el capullo. Mientras se lo chupaba, le movía la piel del glande, para que la paja fuera más buena. Con una mano no paraba de acarciarle el vello púbico, negro como sus sienes. Muy despacio me fui metiendo más nabo en su boca. Dentro y fuera, ése era el movimiento rítmico y acompasado. Sus manos tocaban mis hombros y mi pelo. Su pelvis acompañaba mis movimientos. Era tan buena la coordinación, que casi parecía una coreografía. Una mano apretaba la base de tan lindo instrumento, mientras que con la otra le acariciaba los huevos.
Decidí liberar tan rico premio y probar con sus huevos. Eran suaves y no tenía ni un vello. Era muy joven para que se le hubiesen puesto negros, aunque su uso era muy frecuente. Eran grandes y estaban relajados. Primero le apliqué la mamada a uno, después al otro y por fin los dos a la vez. Se los cogí con fuerza con mi mano izquierda, mientras que con la derecha le masturbaba enérgicamente. Como gemía, parecía que era su primera vez en el sexo y estaba descubriendo nuevas formas de gozar. Saqué su polla de mi boca y se la empecé a chupar como si de un polo se tratase. Insistía mucho en el bache del glande. Estaba totalmente entregado a mí. Pensé que ya era hora que me follara. Y así se lo hice entender.
- Luis, ¿has dado alguna vez por el culo?
- No nunca.
- Con tantos polvos como echas, no es posible.
- Nunca se lo he propuesto a una tia, no se me ha pasado nunca por la cabeza. Y no te creas, que he tenido posiciones muy raras. Eso sólo se ve en las peliculas X.
- ¿Te apetece? ¿Quieres hacérmelo?, díme.
- Estoy loco por probar nuevas cosas. Si es tan bueno como lo que me llevas hecho, lo que tú quieras.
Le comenté de hacerlo con condón. Él no se negó, decía que estaba aconstumbrado a follar a las tias así. Se lo propuse, pues mi culo estaba casi virgen y su prepucio largo le iba costar entrar. Le dí a escoger varios modelos y tipos. Se decidió por un largo de color rojo. El condón estaba lubricado, pero creí que sería mejor darle lubricación extra, pues ese pedazo de nabo iba a costar lágrimas, sudor y sangre. Abrí el envoltorio y lo apoyé en mis labios. Acerqué mis labios a su verga y poco a poco lo fui deslizando hasta la base. La verdad es que con la boca sólo llegué hasta la mitad, el resto tuve que hacerlo con la mano. Unté lubricación en la goma y en la entrada de mi culo. Me puse a cuatro patas y le dije: "Aquí me tienes, soy todo tuyo. Pero házmelo despacio, por favor"
Poco a poco se fue juntando con mi cuerpo. Noté cómo su glande engomado se apoyaba en la entrada de mi ser. Sus largas manos, descansaron sobre mis caderas y empezó a empujar muy despacio. El lubricante evitó que me doliera mucho, pero de todas formas costó. Entre sus gemidos y mis quejidos formabamos un duo musical de una canción de placer. Al final toda su longitud estaba dentro de mí. Mi esfinter empezaba a adaptarse a tan gran mango. Sus huevos colgaban sobre mi entrada y acariciaban esa parte tan sensible. No la sacó. Tal y como estaba empezó a empujar más y más. Sus manos pasaron de mis caderas a mis hombros. Empezó a sacarla muy despacio, más o menos hasta media longitud, luego volvía a deslizarla dentro de mí. ¡Cómo gemía!, estabamos disfrutando como nunca. Luego sólo sacaba un cuarto y volvía a bombear, cada vez el recorrido era más corto, pero más rápido. Sus huevos golpeaban una y otra vez mi entrada y mis propios huevos. Inclinó su cuerpo hacia adelante y empezó a gemir en mi oido y pegarme pequeños mordiscos en mis lóbulos. ¡Cómo bombeaba!. Era un gran follador, eso seguro. Tenía mucha práctica y la estaba aplicando al ámbito del sexo entre hombres. Le susurré que quería hacerlo de otra forma. Él aceptó.
Nos levantamos de la cama y le hice sentarse en una silla con las piernas casi cerradas. Yo me senté sobre él. Seguía estando duro y caliente. Ahora se deslizó mejor. Me dejé caer de golpe. ¡Qué dolor!. Pero a él le gustó, lo noté en su sonrisa picarona. Con sus grandes ojos captaba cada una de mis expresiones. Yo tenía mis labios entreabiertos, pues los jadeos me obligaban a respirar pesadamente. Arrimó sus labios a los mios , mientras que sus brazos me juntaron hacia él. Nuestros pechos estaba apretados y sus pezones se clavaban en los mios. ¡Cómo me estaba poniendo!. La notaba toda dentro de mí. Hubiese querido notar el contacto de su polla en mi interior, pero la goma no me dejaba sentir todo su calor. Cada vez su cara me desmotraba más lujuria. "Sí, sí, muévete.... ¡Qué bueno es joder por el culo a un tio! ¡Cómo se nota que sabes lo que le gusta a un mismo congénere!", decía todo ésto entre dientes. Me la saqué y me puse de pie, dándole la espalda. "Quiero que lo hagamos de pie". Apoyé mi pierna derecha sobre otra silla y le dije que se pusiera detrás y me jodiera con todo el amor del mundo. Él no esperó mucho tiempo y en 5 segundos estaba bombeándome de nuevo. ¡Qué calentorro estaba Luis! ¡cómo disfutaba de su sexualidad! Cada embestida era un peligro para caer al suelo desequilibrado. Como parecía que no le gustaba mucho esta posición, me tumbé en la cama bocarriba. Puse mis rodillas en mi estómago y me abrí el culo.
A Luis se le hacian los ojos chiribitas. Se masturbaba, allí de pie, mirando la entrada. "Quítate la goma, quiero notar tu piel con la mia". No hizo falta insistirle mucho, dió un tirón al condón y lo tiró al suelo. Se echó en la cama y apoyando su pecho sobre el mio empezó a empujar. "Así sí que es bueno. ¡Qué caliente estás!. Muévete. Quiero que me hagas correr". Él se movía una y otra vez. Cada vez más rápido. La fricción ahora era menor, pues la goma había desaparecido entre él y yo. Sus huevos golpeaban cada vez más fuerte y cada vez notaba cómo el golpe era más arriba, lo que me indicaba que pronto su leche se derramaría. No se conformaba con follarme, sino que además se morreaba conmigo. Mi polla se movía con su cuerpo duro, que hacía de mano masturbadora. Nuestro sudor se juntaba con los jugos internos de su polla y de mi culo. Cuando notó que estaba próximo me lo dijo y se la saqué de mi culito dolorido. Me arrodillé y le dije que se masturbara, que quería su leche en mi cara. Si era un experto follador, sus pajas no se quedaban atrás. Sabía perfectamente dónde tocarse y cúal era el ritmo. Cuando su cabeza empezó a volcarla hacia atrás, me la metí en la boca y chorros de espeso semen se derramaron por mi garganta. ¡Qué buena era! Muy espesa y agridulce. Yo, al notar el calor pasando por mi garganta me corrí sobre sus piernas. No quise desperdiciar la oportunidad y le besé. Al notar su sabor me morreó más rápido. Ese día era imposible haberlo olvidado. Hubo más días como éstos. Con la escusa que le lavara el nabo para el polvo de esa noche con tal o cual tía, nos poníamos morados.
- ¡Qué buena fue aquella época!, dije a Luis.
- Nunca es tarde para volver a intantarlo. Ahora tengo más experiencia.
- ¿No estás casado?
- Eso es pasado, me pilló con mi anestesista en la cama, mientras me lo follaba.
- Lo siento.
- No te preocupes.
Tal como estás pensando, esa noche volví a probar el elixir de Luis. Si a sus 20 años lo hacía bien, ahora era un experto. Me hizo disfrutar como nunca. Fueron muchos polvos los que tuvimos Luis y yo, hasta que se tuvo que trasladar de ciudad y desde entonces nunca más le he vuelto a ver. Pero su recuerdo llena muchas noches de soledad en mi cama. |