Ref: Sr. Minguito puesto el 8/12/01 10:20
Me casé con 20 años con el único novio que he tenido y nos quedamos a vivir en la casa de sus padres. Era una pequeña casa en el campo, con un poco de tierra de secano. Mi marido se encargaba de labrar la tierra y cuidar los animales. Yo, además de llevar la casa, ayudaba a nuestra humilde economía limpiando por horas, en casas particulares de la ciudad.
(br( Nunca fui una mujer atractiva. Cuando ocurrió esto tendría yo unos treinta, pero aparentaba mas edad. He trabajado muchas horas en el campo y las únicas satisfacciones que he tenido en mi vida han sido mis cuatro hijos.(b(r)
Los lunes y jueves, iba por las mañanas a casa de un matrimonio que tenían un supermercado.

Como ellos trabajaban todas las mañanas en la tienda y los niños estaban en el colegio, yo estaba sola en la casa y prácticamente nunca los veía. Pero un lunes, al llegar, me encontré a uno de los hijos, sentado en el tresillo del cuarto de estar, en bañador y con una pierna levantada encima de un banquito.

- ¿Que te ha pasado?, le pregunté extrañada.

- Pues nada, que ayer me caí de la bicicleta y me he hecho un esguince en el muslo (me dijo mientras me señalaba con un dedo el sitio exacto del dolor). Fuimos a Urgencias, y el médico me ha dicho que esté tres días de reposo absoluto.

- ¿Y no te ha mandado nada?

- Pues nada, no me dijo de echarme nada, solo reposo

- Pues para eso es muy bueno una cataplasma de manzanilla, le dije.

- ¿Y eso como se hace?, me preguntó

- Pues se coge un poco de manzanilla de la sierra, se machaca muy bien en el almirez y se pone a hervir hasta que se evapora el agua y se hace una pastita. Se deja que se enfríe un poquito y aun caliente, se extiende frotando muy fuerte por el sitio donde duela. Eso es buenísimo. Lo importante es frotar y frotar. Primero suave y luego cada vez mas fuerte, apretando mas y mas, para que la cataplasma entre para dentro.

- Cuando venga mi madre se lo diré para que me la prepare, me dijo.

Yo, como soy muy dispuesta, me fui para la cocina, busqué la manzanilla y le preparé, en un santiamén, la cataplasma.

Ya estoy aquí, le dije sonriendo cuando aparecí por el cuarto con una cacerola llena de cataplasma.

"Pero A., como es usted. Para que se mete en esos berenjenales", me dijo un poco azorado.

"Nada, nada", le dije quitándole importancia. "Ahora coges un poquito, te la extiendes donde te duela y empiezas a frotar y frotar, apretando, hasta que veas que se mete para adentro".

El niño, cogió un poco de cataplasma y comenzó a extendérsela por la parte del muslo donde le dolía.


"Mas fuerte, mas fuerte", le dije sonriendo, "si no, no hace efecto".

Luis tendría unos quince años y estaba bastante atrasadito para su edad. Era muy delgadito y no aparentaba que tuviera mas de once.


"Es que está muy caliente y además me coge en mala postura", se quejó él.

Ni corta ni perezosa, cogí un pegote de masa y se la eché en el muslo. El niño dió un grito de dolor al sentir la quemazón de la cataplasma, pero yo, sin dejarle tiempo para reaccionar, empecé a extendérsela con las dos manos, como hay que hacerlo, fuerte, rápido y apretando con todas las fuerzas.


"Hay que hacerlo así", le dije, mientras mis manos no paraban de subir y bajar, apretando fuertemente. Todo mi cuerpo se movía al unísono, para hacer fuerza.

Así llevaba un ratito, cuando de pronto noté como se le había levantado un poco el bañador, como si fuera una tienda de campaña. Comprendí de que se trataba y por un momento pensé en dejarlo. Pero me dio vergüenza y seguí como si no lo hubiera visto nada. A fin de cuentas, yo lo veía como un niño, como a mi hijo. Continué restregando con fuerza la masa, como hacia por costumbre cuando alguien de mi familia lo había necesitado. Por el rabillo del ojo, miraba de vez en cuando el bulto del niño que cada vez estaba mas grande y voluminoso. Parecía mentira. Un niño tan poca cosa y con un bulto tan desproporcionado.

"Me duele un poco mas arriba", me dijo el niño, y yo, ingenuamente, subí un poquito las manos.

"Un poquito mas arriba, por favor", volvió a repetirme el niño. Subí un poco mas mis manos hasta rozar el dobladillo de los calzoncillos.

De repente, sentí que me estaba poniendo húmeda y noté una opresión en los pechos que se me estaban hinchando, cosa que no me había ocurrido nunca antes. Pero continué frotando y frotando, como si una fuerza irresistible me impidiera parar. Recordé que mi marido hacia meses que no me ponía una mano encima, y a decir verdad, nunca la relación en la cama fue buena. El iba a lo suyo y terminaba en dos segundos. A veces, incluso, por mi poca excitación, hasta me dolía cuando me la metía.

- "Un poquito mas arriba", me repetía insistentemente el sinvergüenza del niño.

Ya no podía subirla mas, porque el siguiente paso era cogerle la polla y aunque cada vez me notaba más caliente, mi pudor me impedía dar el siguiente paso.

De pronto, sentí una mano pequeñita que subía lentamente acariciando una de mis piernas. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Quise apartarme, pero ya era tarde. Mis piernas no me respondían y notaba como se derretían como si fueran de cera. Cerré los ojos y paré de frotar. La mano seguía acariciándome suavemente, subiendo poco a poco, sin prisas pero sin pausa. Llegó hasta el culo y allí, con la mano abierta, me lo acarició muy despacito. Yo seguía encorvada y con las manos apretando sus pierna.

Me empujó un poco en el culo y por la mala postura que yo tenia, caí de bruces sobre él. Sentí entonces en mi vientre aquella cosa enorme y dura que tanto estaba deseando que penetrara en mi cuerpo. Comenzó a acariciarme la espalda, mientras me besaba muy despacito en el cuello y con su lengua acariciaba una de mis orejas.


Me desabrochó la camisa, me bajó el sujetador y empezó a chuparme las tetas que estaban hinchadas como un globo. Eso me puso loca. No era yo y todavía me asombro, cuando de repente, le dije bajito:
"Métemela, métemela... "
Estaba ansiosa. Me incorporé un poquito y me subí la falda por delante. Le cogí aquella cosa enorme y me la metí hasta el fondo, sin preámbulo alguno. Entró de golpe, como un torpedo y sentí como me desgarraba todo el cuerpo. Empecé a moverme arriba y abajo, frenética, como loca, a subir y a bajar, a subir y a bajar. Nunca había sentido una cosa así. Hasta que empecé a correrme entre gemidos.
Me estuve corriendo varios minutos sin parar, hasta que no pude mas, y empecé a llorar y a gritar de gusto, y me abracé y lo besé desesperada y agradecida.
Me dí cuenta que era la primera vez que me había corrido en toda mi vida.


- Que buenas son las cataplasmas de manzanilla, me dijo socarrón en el oído.