Ref: puesto el 24/11/01 0:03

Habíamos comprado hacía unas semanas una gran casona gallega, de esas en las que uno ha de arreglar casi todo y que aún carecía de cuarto de baño.br)
Al final, convencimos a media familia de Amelia, mi mujer, para que nos ayudasen en los arreglos. Y allá se vinieron media parentela, pero que al término de su jornada de voluntariado, se iban para su casita en la ciudad. Quien se quedaba con nosotros era la madre de Amelia, ó sea mi suegra, que se encargaba de las labores de avituallamiento y logística de la casa.

El caso es que Amelia comenzaba a estar harta de los trabajos y pasaba de tener encima que follar conmigo. Para desahogarse de tanta tensión, se fue con sus hermanos, camino de la ciudad, un par de días. Y allí me quedé con mi suegra y la señora que cuidaba anteriormente de la Casona y que ahora era la ayudante de mi suegra.

Los calores eran abundantes y las labores hacían que transpirásemos por todos los poros y que las ropas se nos pegasen marcando nuestros cuerpos, haciendo apetecibles los revolcones y más en el estado en el que yo me encontraba sin follar desde hacía 15 días.

Ese día andaba yo un tanto salido de tono al ver aquellas dos cincuentonas allí, medio las ropas recogidas, esperando un poco de fresco para sus carnes a cuyo olor vinieron los primeros canes que pugnaban por meterse bajo aquellos faldones para saber de donde venía aquel olor dulzón de hembra.

Ambas mujeres, ante la insistencia de los canes y mi ruborización se echaban miradas y se reían a carcajada limpia, amén de hacer bromas a base de mi persona.

El caso es que me quedé un tanto mosqueado y dándole vueltas a tan picardiera situación; como al día siguiente era Domingo y la familia no vendría y Amelia tampoco, quise dormir la mañana, pero Doña Carmencita, o sea mi suegra, pronto me echó de la cama, con lo cual me fui a dormir a un prado cercano a la casona:

El sol calentaba y mi badajo que iba creciendo en la misma medida. Saqué pues al prisionero a tomar el aire y darle un suave sobeteo , por aquello de ir dándole cuerda y me quedé en ese medio trasbolillo, cuando me deleitaba en sueños con que mi Amelia me daba unos lametazos, tal real era aquello que desperté y allí me encontré a uno de aquellos flacuchos canes de la Sra. Encarna , intentando sacarle el jugo a mi pirula.

No había pasado unos segundos cuando frente a mi se presentó la Sra. Encarna, - "ah mi "neniño que ten que consolarse el soliño, pues la flacucha, así llamaba a mi mujer, no le hace caso" y sin pensárselo dos veces y sin que yo pusiera reaccionar, la cincuentona gallega arrebujóse el vestido, hizo a un lado las bragas y se encalomó en el príapo que ya estaba como la Torre de Pisa. La Encarna daba saltos y se embragaba sobre mi ariete, mientras sacaba sus nada despreciables tetas, para que se las chupara, y así me ordeñó aquella bruja, que sabía la muy zorra sacar bien el zumo al personal.

Cuando terminó silbó al can y le dijo: "hala canciño mio, limpia al sr. no vaya a descubrirse el pastel ..." y con la misma tras limpiarse mano abierta el chocho y darle de chupar al can los restos, se arregló las bragas y los refajos, dejándome en aquella esperpéntica situación, exprimido y mamado por un can cualquiera.

Hacia el anochecer me acerqué hasta el water, uno de esos adosados a la casa, con un enorme banco de madera y con un agujero en medio. Me senté allí con la intención de cagar, pero también de hacerme una paja soberana reviviendo la escena de la mañana con la Encarna.

Me senté y pronto le di al badajo unos meneos que le dejaron un tanto tieso, cerré los ojos y me deje llevar por la imaginación hacia aquellas entrevistos muslos llenos de vello y aquellas vastas bragas que me dejaron ver unos abultados labios y un olor de hembra en celo. Cuando quise darme cuenta, algo había sucedido, pues acababa de entrar un nuevo olor en el cubículo, y juro que no era mío, sino de Doña Carmencita.

Me apresuré a recomponer la postura y la figura, por aquello del respeto. "-Ahora te guardas cabroncete, pero no lo hiciste con la Sra. Encarna, que ya os ví, dándole al pandero y ya me contó que estabas de toma pan y moja, o sea, que si no quieres que vaya a tu mujercita y le cuente tus cuitas, saca de nuevo esa bonita herramienta y dale gusto a tu querida suegra.
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Y dicho y hecho. Allí me ví sacando de nuevo la "herramienta como ella la llamaba". Se subió la amplia falda y se puso en mi "colo" que dicen los gallegos. Esta no llevaba bragas y pronto se ensartó hasta las hijuelas, y como no le parecía que entrase del todo, subió sus pies al banco del WC, y ahora sí que sentía que le llegaba a lo mas "jondo", pues la postura era tremenda y apretaba mi verga de una forma increíble.

"Mi querido yerno no te quedes ahí pasmado y dales un gusto a estas tetazas que están pidiendo tu lenguita y esas manos muévelas y dame gustillo, y olvida tus prejuicios y goza lo que tienes entre las piernas..."

Ya que quería guerra, no lo dudé un momento más, me enfebrecí con aquellas tetas a lametones y medios mordiscos que enloquecían a la cincuentona de mi suegra, y cuando iba llegando a ese punto donde el despendole era total, le hinqué el pulgar en pleno ojete, " ¡ no, por ahí no so marrano, " gritaba la condenada dejándose caer para que le entrara aún más.

Había descubierto su punto débil, una vez concluido el ordeño al que fui sometido, hice a la cincuentona que rebañara aquellos jugos que rodaban por mis huevos y que me volviera a poner de nuevo tiesa la estaca, cosa que consiguió al punto. Cuando ya estaba logrado, la hice poner de rodillas con la falda arremangada y enseñando todo aquel percherón de culo que tenía. Pasé una mano por su entrepierna, le aplasté con cuidado su pirulillo y cuando ya se abría de nuevo para ser ensartada, le di una lamida baboseante del chumino al ojete, y fue el punto para clavarle la "herramienta" por detrás.

Ella gritaba, no sé si de dolor o de placer, pero ya no me importaba, porque ya la sentía como de mi propiedad.